Vol. 6, núm. 2

"LA FILOLOGÍA Y LA GUERRA"

Presentación dossier

 

Este número En suma, cómo relacionar con preguntas que, desde la experiencia de cada uno de esos posibles lectores, pueda significar esa “cosa” —maravillosa y fascinante— llamada “Filología”.

 

Alejandro S. Shuttera
Director y responsable editorial
Senderos Filológicos

 

ARTÍCULOS DE DIVULGACIÓN

 

 

Los griegos ante la guerra

 

Bruno D. Alfonzo
Laboratorio de Investigación en Ciencias Humanas
Universidad Nacional de San Martín
(LICH-CONICET/UNSAM), Argentina
balfonzo@unsam.edu.ar

Introducción

“Guerra [Πόλεμος] es el padre [πατήρ] de todos y el rey [βασιλεύς] de todos; a unos los muestra como dioses [θεοὺς] y a otros como hombres [ἀνθρώπους]; a unos los hace [ἐποίησε] esclavos [δούλους], a otros libres [ἐλευθέρους]”. Este fragmento de Heráclito (DK B 53) transmitido por Hipólito (Refutatio omnium haeresium, IX 4) constituye una de las únicas dos menciones que el filósofo de Éfeso hace de la guerra, del pólemos. La otra mención figura en DK B 80, fragmento transmitido por Orígenes en donde el filósofo afirma, empleando el mismo término, que “es necesario saber [εἰδέναι δὲ χρὴ] que la guerra [τὸν πόλεμον] es común [ἐόντα ξυνόν]” (Contra Celsum, VI 42). La interpretación tradicional de estos dos fragmentos ha sido encauzada en la llamada “doctrina de los opuestos”, según la cual, en palabras de T. Robinson, pólemos sería “el agente que produce estados particulares de oposición” (1991: 117). Independientemente de este tipo de interpretaciones y de sus variados alcances, singular es la ambigüedad que Heráclito atribuye al pólemos: a unos los muestra como dioses, y a otros como hombres; a unos los hace esclavos, y a otros libres. Esta consideración, si pensamos en la guerra como enfrentamiento armado y no ya como mero “agente” que produce o motiva estados de oposición, arroja una mirada notable en torno al carácter equívoco de la guerra, de cuyos atroces y legendarios alcances en la Antigüedad tenemos conocimiento gracias una extensísima porción de literatura que, afortunadamente, conservamos.

Ineludible es comenzar esta indagación por la Ilíada, poema épico atribuido a Homero sobre cuyo tema quisiera detenerme un momento. Llevados por su proemio, lo natural sería afirmar que esta composición de más de quince mil versos trata sobre la ira, sobre la cólera (mēnis) de Aquiles: “La cólera canta, oh diosa, del Pélida Aquiles”1 (Il. I 1), así reza el primer hexámetro. Ahora bien, la cólera del héroe se enmarca en un contexto bélico cuyos alcances no pueden ser sustraídos del tema del poema, motivo por el que la cuestión que trata la Ilíada ha sido materia de reflexiones de diversa índole. Hace poco más de una década, Peter Sloterdijk señaló un aspecto a primera vista obvio, pero aun así valioso y digno de observar: “En el inicio de la primera frase de la tradición europea, en el verso introductor de la Ilíada, aparece, de manera fatal y solemne, la palabra ‘ira’ [...] ¿Qué especie de relación con la ira se propone al oyente en ese mágico comienzo de la epopeya? Aquella ira con la que empezó todo en Occidente” (Sloterdijk, 2017: 11). Esta última afirmación, al menos desde el punto de vista literario y, fundamentalmente, de conservación textual, es cierta. La Ilíada constituye la pieza literaria más antigua conocida de aquello que hoy llamamos “Europa”, y su inicio lleva la rúbrica de la ira, de la mēnis.

Simone Weil señaló la importancia de otra idea, afirmando que “el verdadero héroe, el verdadero tema, el centro de la Ilíada, es la fuerza” (Weil, 2005: 15). Ya no se trata de la cólera de Aquiles, sino de esa fuerza que es de todos y de nadie, “la fuerza que somete a los hombres, la fuerza ante la que se retrae la carne de los hombres” (Weil, 2005: 15). Para la autora, en efecto, el tema de la Ilíada no es la pasión que corroe a un personaje, sino la potencia destructora que domina y arrastra a todos los hombres por igual; fundamentalmente, aquella que “hace una cosa de cualquiera que le esté sometido” (Weil, 2005: 15). Weil sintetiza este escenario de manera casi poética, inspirada en el pasaje (Il. XXII 442-446) en que Andrómaca, esposa del troyano Héctor, ordena preparar el baño para su esposo sin saber que éste ha muerto ya a manos de Aquiles: “Cierto —dice Weil—, lejos de los baños calientes estaba el desdichado. No era el único. Casi toda la Ilíada transcurre lejos de los baños calientes. Casi toda la vida humana transcurre siempre lejos de los baños calientes” (Weil, 2005: 16).

Ahora bien, ¿cuál es la peor fuerza, la peor violencia?: “La fuerza que mata es una forma sumaria, grosera de la fuerza. Cuán más variada en sus procedimientos, cuán más sorprendente en sus efectos, es la otra fuerza, la que no mata; es decir, la que no mata todavía. Sin duda matará, o matará tal vez, o está solamente suspendida sobre el ser al que a cada instante puede matar; de todos modos, transforma al hombre en piedra” (Weil, 2005: 16). Esta última y tajante afirmación resplandece en las consideraciones de otro autor, para quien el tema de la violencia ha sido de especial importancia; me refiero a Walter Benjamin. En un conocido escrito de 1921 —Para una crítica de la violencia—, el filósofo berlinés considera que es en el mito donde puede hallarse el sentido primero de la ira, que “conduce a los hombres a los arrebatos más alevosos de violencia” (Benjamin, 2009: 54). Llamativamente, el ejemplo que emplea Benjamin para describir lo que denomina violencia mítica [mythische Gewalt] es el mismo que trae a colación Weil en su tratamiento del tema de la fuerza en la Ilíada; a saber, el mito de Níobe y sus catorce hijos. Se trata de un relato célebre, que conocemos por Homero (Il. XXIV 602-613) y que ha sido también referido por los grandes trágicos, especialmente por Sófocles (Antígona, vv. 940 y ss.) y, en menor medida, por Eurípides, quien hace una mención del caso (Fenicias, v. 160). Sabemos también que Esquilo le dedicó una pieza entera titulada, precisamente, Níobe, y que conservamos fragmentariamente (véase Fitton Brown, 1954: 175-180). Bocaccio, ya en el siglo XIV, dedica a Niobe un lugar en sus Mujeres ilustres, acentuando su condición de "notissima mulier" (De mulieribus claris, XV), y el propio Shakespeare recupera su figura en unos versos de Hamlet: “like Niobe, all tears” (I.2). La versión que me interesa reproducir aquí es la de Ovidio, cuyos hexámetros erigen una imagen de una dýnamis excelsa:

[301] Huérfana de prole se sentó / entre sus exánimes nacidos y nacidas y marido, / y rígida quedó por sus males; ningún cabello la brisa mueve, / en su rostro el color es sin sangre, los brillos de sus afligidas / mejillas están inmóviles, nada hay vivo en su imagen. [306] Internamente, también su propia lengua, a su duro paladar, / unida se congela, y las venas desisten de poder moverse; / ni doblarse su cuello, ni sus brazos hacer movimientos, / ni su pie andar pueden; por dentro también de sus entrañas roca es. / Llora aun así y envuelta por un torbellino de vigoroso viento [311] hasta su patria es arrebatada; allí, fija en la cima de un monte / se vuelve líquido y todavía sus mármoles lágrimas manan. (Ov. Metamorfosis, VI 301-312).

Grabado de Apolo y Artemisa en el asesinato de los hijos de Niobe, por atreverse ésta a desafiar a la diosa Hera. Los dioses, cargados con arco y flechas matan a los catorce hijos, y Niobe en castigo en transformada en piedra. Niobe figura sentada a la derecha. Autoría de Giovanni Battista Galestruzzi, 1656. Dominio público.

Estos versos conjuran el sufrimiento de una madre, cuyos hijos han sido asesinados sanguinariamente. Es cierto, el mito de Níobe no se inscribe en un contexto bélico, sino en un escenario de venganza personal. Apolo y Ártemis, en defensa del honor de su propia madre, asestan el golpe fatal. No obstante, el sufrimiento de Níobe es tal que Simone Weil lo considera ejemplificador del estado en que la fuerza inherente a la guerra de la Ilíada somete a sus víctimas. Por su parte, Benjamin la ve como una violencia instauradora de derecho, que se pronuncia ante la afrenta contra el destino. Este mito, y su introducción en las consideraciones de los autores referidos, nos permite advertir que la violencia expresa varios rostros, tanto respecto de sus causas como respecto de sus medios, pero sus efectos, siempre ambivalentes, se erigen permanentes y universales. Si, como por otra parte afirma Caroline Alexander, la Ilíada “es en primer lugar y ante todo una epopeya bélica; su tema son los guerreros y la guerra” (Alexander, 2015: 9), donde parece reverberar el parecer de Jacqueline de Romilly, para quien la Ilíada es, en efecto, “una epopeya de guerra” (de Romilly, 2010: 24), debemos preguntarnos entonces qué entendieron los antiguos griegos cuando hablaban de este tema. Ya Werner Jaeger, en su monumental Paideia (1957), dio cuenta de la importancia de los poemas homéricos para la Bildung (o "imagen del mundo") griega. En este sentido, si la Ilíada es un poema sobre la cólera de Aquiles, sobre la fuerza, o sobre la guerra, habría que considerar cuál fue la posición de algunos autores del período clásico sobre este asunto. Me interesa tratar la manera en que algunas voces de esta época conceptualizaron el conflicto armado, poniendo especial énfasis en los términos pólemos y stásis, dos formas de lo violento que constituyen una signatura medular de aquellos tiempos. También me interesa ver de qué modo esta conceptualización obró una conjuración, por medio de la cual los autores antiguos pretendieron poner un límite a la violencia armada que oscurecía su época.

La distinción platónica

En el libro quinto de República, Platón establece lo que podría considerarse la primera definición técnica del conflicto armado. Esta definición, no obstante, es doble. Por un lado, define lo que hoy conocemos con el nombre de “guerra”, mientras que por el otro demarca los alcances de aquello que, en nuestros días, llamamos “guerra civil”. Refiero un breve pasaje: “me parece que —afirma Sócrates—, así como existen dos nombres para denominar, por un lado, a la guerra [pólemos] y, por otro, a la contienda intestina [stásis], existen allí también dos cosas según características diferentes” (Rep. V 470b). Como vemos, Sócrates advierte que existen dos nombres para referir el conflicto armado, de modo que ambos deben designar dos cosas distintas cuyas características difieren. Estas dos cosas serán, pues, lo familiar y lo congénere [tò oîkeion kaì syngenés] y, por otra parte, lo ajeno y lo foráneo [tò allótrion kaì othneîon]. Establecida esta premisa, se desprende que a la hostilidad [ékhthra] con lo familiar se le llama contienda intestina [stásis], mientras que a la hostilidad con lo ajeno, guerra [pólemos]. Esta tesis, aceptada por Glaucón, interlocutor de Sócrates, llevará a establecer una especie de código ético que equilibre las acciones hostiles entre las facciones [diastē̂i] miembro de la Hélade, de modo que una deba ser la vía de resolución de conflictos ante un escenario de pugna civil (entre pueblos o facciones helénicos) y otra la que enfrente a griegos contra bárbaros, donde expresamente se trata de un caso de guerra [pólemos]. Esta distinción con la que Platón establece la manera amistosa en la que deben comportarse los bandos parte de la stásis, en pos de venerar la unidad y el cuidado de la pólis, tiene como fin fijar los criterios que deben regir el accionar de los ciudadanos y, especialmente, el de las fuerzas militares subordinadas al control de la Kallípolis que Platón se ocupa de estratificar en esta obra. No obstante, estas consideraciones no pueden comprenderse fuera de su contexto, no ya argumentativo, filosófico o textual, sino político y social. Según un relativo consenso por parte de la crítica especializada, República pertenece a las obras platónicas consideradas “de madurez”. Esto significa que se trataría de una obra un par de décadas posterior a la Guerra del Peloponeso (431-404 a. C.), contienda armada que constituye la expresión más concreta, cercana y significativa de stásis para Platón y sus contemporáneos. Existen palmarias razones para creer que existió una primera versión de República anterior al primer viaje de Platón a Siracusa (c. 388 a. C.), lo que implicaría que el comienzo de la redacción de esta obra pueda colocarse “no mucho después del epílogo y de las secuelas de la guerra civil” (Canfora, 2019: 34), consideración verosímil si prestamos atención a los testimonios que abonan esta lectura y si aceptamos la autenticidad de la tan discutida Carta Séptima (véase Canfora, 2019: 35 y ss). Sin ingresar en esta cuestión, deseo aclarar que, en lo que respecta a la cronología compositiva —no la dramática— de República, sigo al helenista italiano. Aceptando esto, pues, tenemos que Platón comienza a lucubrar sus ideas sobre su Kallípolis no mucho después de la fatídica Guerra del Peloponeso. No es casual que el pasaje antes referido se inserte en un libro tan paradigmático como el quinto; en muchas de sus consideraciones, especialmente las relativas a la guerra, considero que Platón tenía en mente este acontecimiento crítico. Tucídides, como veremos, precisamente respecto de este mismo enfrentamiento, nos relata un episodio bastante singular que parece adecuarse, al menos en su temperatura axiológica, a los pormenorizados códigos de conducta que Platón remarca una y otra vez en torno al pólemos y, fundamentalmente, a la stásis.

Algo más que poetas

Según Nicole Loraux, “la guerra civil es, para un griego, la abominación de la desolación” (Loraux, 2008: 23). Esta afirmación de aliento bíblico sintetiza el sentimiento que la stásis despertaba en los individuos de la Grecia antigua, motivo por el que políticos como Solón, poetas como Teognis, historiadores como Heródoto y filósofos como Platón se ocuparon de tratarla. En los pasajes de República antes referidos no se remiten las causas de la lucha intestina, sino su naturaleza y, especialmente, el modo en que debe procederse en miras de una correcta y razonada resolución de sus efectos. Si deseamos conocer las posibles causas de un conflicto de esta clase en la Antigüedad, debemos recurrir a la Política de Aristóteles, para quien, evidentemente, la guerra civil se trata, empleando un término hoy en boga, de una cuestión multicausal (cf. Política 1265b12, 1296a8, 1302b7, 1303a25, etc.).

Mi tratamiento de este tema, como puede advertirse, tiende a priorizar el caso de la guerra civil por sobre el de guerra nacional o internacional. Ello se debe a que, en términos generales, la postura respecto del pólemos era menos beligerante que la propinada respecto de la stásis. El enfrentamiento con fuerzas enemigas extranjeras fortalecía el espíritu patriótico de la Hélade, tal y como podemos constatar en una pieza trágica como Persas de Esquilo, donde los efectos de la victoria helénica frente a las fuerzas del imperio aqueménida se representan a través de los padecimientos sufridos por el bando enemigo. Esta pieza, de hecho, recrea los estertores de un acontecimiento histórico del que el propio Esquilo formó parte, habiendo combatido en algunas de las batallas que, en su conjunto, constituyen las denominadas Guerras Médicas (c. 490-449 a. C.). En este punto, no debe olvidarse que muchos de los autores del período clásico no fueron solo autores, sino también soldados. Y en algunos casos —el de Esquilo es paradigmático—, la tarea militar fue por ellos prestigiada en más alto grado que la literaria. Conservamos el epitafio que, en dísticos elegíacos, Esquilo habría compuesto en vida para su propia tumba, el cual pone de relieve esta situación:

Αἰσχύλον Εὐφορίωνος Ἀθηναῖον τόδε κεύθει
μνῆμα καταφθίμενον πυροφόροιο Γέλας
μνῆμα καταφθίμενον πυροφόροιο Γέλας
ἀλκὴν δ’ εὐδόκιμον Μαραθώνιον ἄλσος ἂν εἴποι
καὶ βαρυχαιτήεις Μῆδος ἐπιστάμενος
(Vit. Aesch. 11, 40-45=TrGF 3, T 1.11).
A Esquilo, hijo de Euforión, ateniense, esta tumba cubre,
desaparecido en la tierra de Gela, portadora de trigo;
su valentía en el bosque de Maratón podría contarla
su valentía en el bosque de Maratón podría contarla.

Ateneo (Deipnosofistas XIV 627c-d) y Pausanias (Descripción de Grecia I 14, 5) atribuyen la autoría de este epitafio al propio Esquilo, lo que nos da una idea de lo que el poeta habría querido que perdurara en el recuerdo de su persona y, por tanto, de la visión predominante que tenía de sí mismo: no hay aquí alusión alguna a su rol como poeta trágico, a pesar de que la Suda nos informa que habría compuesto noventa piezas y que obtuvo veintiocho o, quizá, treinta victorias en los certámenes (s. v. "Aischýlos", Αt. 357 [vol. II, p. 185, Adler]). Este aspecto puede colegirse también en una obra cómica como Ranas de Aristófanes, representada por primera vez en las Leneas del año 405 a. C. Sin ingresar pormenorizadamente en el contenido de esta pieza, consideremos algunas de sus escenas a la luz del escenario histórico que oficia de contexto.

Estrictamente, la obra representa un agṓn, una 'lucha' o 'combate' discursivo entre dos figuras de la tragedia griega clásica: Esquilo y Eurípides. Dioniso, deidad tutelar del teatro, desciende al Hades en busca del segundo, movido por un apetito análogo al que cualquier hombre podría sentir ante un buen plato de legumbres (vv. 60-61). En efecto, al comienzo de la pieza, el rescate dionisíaco parece derivar de un deseo personal del dios (v. 72), pero luego sabremos que el motivo de su búsqueda lo excede ampliamente. Los tres trágicos (los dos ya mencionados, más Sófocles), para el año en que se representó la pieza, ya habían fallecido; a ello se debe que la búsqueda del dios requiera de una katábasis, de un 'descenso', para lo cual buscará consejo en Heracles, conocedor del mundo subterráneo.2 Dioniso, como he indicado, presenta una especial predilección por Eurípides, a quien se propone recuperar de las fauces del submundo. No obstante, en contra de sus planes, termina erigiéndose en juez de un certamen que protagonizarán su protegido y el legendario Esquilo: ambos se enfrentan vehementemente intentando demostrar que los personajes, los temas, los coros y, finalmente, los prólogos de sus piezas son superiores a los del otro. Luego de una notable e hilarante demostración poética y erística por parte de cada uno de los trágicos —de la que queda exento Sófocles, quien cede su lugar a Esquilo y decide mantenerse expectante (vv. 790-795)—, Dioniso es forzado a tomar una decisión. Sobre la base del virtuosismo poético y dialéctico demostrado por ambos poetas, debe escoger a uno para llevarse consigo de regreso a Atenas. Dioniso, dubitativo, no sabe a quién elegir, pues su otrora firme apetito hacia Eurípides parece haber derivado en perplejidad. Y es precisamente aquí, en el límite de esta incertidumbre, que Aristófanes introduce un cambio sustancial, que terminará siendo el que defina la decisión del dios. Ante la presión de Hades, quien conmina a Dioniso a tomar una resolución, el dios se dirige a los dramaturgos: “yo bajé a buscar aquí a un poeta” [ἐγὼ κατῆλθον ἐπὶ ποιητήν] (vv. 1416-17). Inmediatamente, Eurípides pregunta por sus razones para tal búsqueda y, en su respuesta, Dioniso revela el verdadero motivo: “para que la ciudad, salvada, pueda armar coros. Así que, aquél de ustedes que aconseje lo mejor para la ciudad, a ese creo que me llevaré”3 (vv. 1420-23). En esta afirmación radica la razón de ser de toda la obra. Inmediatamente, Dioniso pregunta a los poetas qué opinión tienen de Alcibíades —cuya relevancia se explica más abajo—, para luego dar lugar a un breve debate en torno a lo que es mejor para la ciudad. En un intercambio que dura escasos cincuenta versos, Dioniso llega a una firme decisión: se llevará a Esquilo. La pregunta que debemos hacernos aquí no es por qué el dios salva a Esquilo; eso está claro: lo hace debido a que el rigor ético y cívico de este poeta lo conmueve más hondamente que el de Eurípides. Dioniso escoge al antiguo dramaturgo por advertir en él un modelo adecuado para las necesidades pedagógicas y anímicas por las que atraviesa la ciudad, de modo que la pregunta es por qué Aristófanes modifica el asunto de discusión: de un certamen en torno a la virtud poética, sobre la cual debió haberse basado la decisión dionisíaca, pasa a un certamen en torno a la virtud política, sobre la que, finalmente, Dioniso fundará su determinación. He aquí la cuestión. Y no menor es que este segundo certamen tenga como punto de partida la figura de Alcibíades, stratēgós griego cuya aberrante e influyente ambivalencia política y militar se erigió en asunto clave durante la guerra civil ateneo-espartana.4 Creo ver en este desplazamiento aristofánico la vindicación del valor preeminente que en la Grecia clásica —fundamentalmente en momentos de conflicto social— poseía el pensamiento político y ético de los autores de este período, más incluso que su virtuosismo poético, estético y/o estilístico.5

Uno de los episodios más crueles de la Guerra del Peloponeso ocurrió durante la conocida "batalla de Melos" entre el ejército ateniense y las escasas fuerzas con que contaba la polis Melos, en la isla del mismo nombre, en el 416 a. de C., documentado en forma de diálogo por Tucídides en su 'Historia de la Guerra del Peloponeso'. En este detalle del mapa de la región helénica, de autoría desconocida, se puede apreciar en naranja la Liga de Delos, con capital en Atenas, y la pequeña isla de Melos, que había decidido mantenerse neutral en en conflicto contra la Liga del Peloponeso. Con el propósito de anexar ese territorio a la Liga de Delos los atenienses asedian y someten a la población meliense, con consecuencias desastrosas para la isla. Tomado de https://es.wikibrief.org/wiki/Siege_of_Melos. No se conocen restricciones de derechos de autor. Se reproduce con fines educativos y de difusión.

La denuncia de Tucídides

Deseo finalizar este itinerario con un relato transmitido por Tucídides en su Historia de la Guerra del Peloponeso. Se trata de la crónica que el autor realiza de la invasión ateniense a la isla de Melos, acontecida entre los años 417 y 416 a. C. en el marco de la guerra homónima. Constituye uno de los pasajes más virtuosos de la Historia de Tucídides y aparece a modo de conclusión del quinto libro. Allí, se relata la oposición entre un grupo invasor e imperialista, Atenas, que impone la fuerza como base de sus argumentos, y un grupo local, Melos, afianzado en el derecho a la libertad y la neutralidad que, a pesar de su debilidad militar, sostiene su posición de defender su territorio resistiéndose a ser reducido a la esclavitud. El desenlace será terrible: los atenienses asedian la isla, asesinan a todos los hombres libres adultos y reducen a la esclavitud a niños y mujeres (Tuc. Hist. V 116.4). Este episodio, cargado de crueldad, tuvo enorme resonancia en el mundo griego —no está de más aclarar que fue una de las últimas expediciones llevadas a cabo por los atenienses bajo el mando del referido Alcibíades, previo al dramático episodio de las Hermocópidas del 415—. Tanto Jenofonte (Hel. II 2.3) como el ya tardío Plutarco (Alc. 16, 5-6) refieren la dimensión trágica de este episodio. Lo que me interesa considerar especialmente son los motivos por los que Tucídides se detuvo tan pormenorizadamente en este hecho. El detallado diálogo reproducido por el autor que, naturalmente, no carece de aderezos —conocido como “El diálogo de Melos”—, es el único ejemplo en toda la obra tucidea de un escenario marcadamente dialógico. En él, al modo platónico, por medio de sutiles argumentos, se debaten ideas como la de la fuerza, la piedad, el honor, la esperanza de los débiles, entre otras. Gilbert Murray, a propósito de este pasaje, se ha preguntado: “¿cómo explicarse que Tucídides, en su breve y austero relato, le conceda un espacio tan desmedido?” (Murray, 1949: 99). Si bien a continuación reconoce el carácter didáctico y aleccionador de este pasaje, que pone de relieve la hýbris de la liga ateniense, creo que la pregunta está mal planteada. El relato no es desmedido, precisamente porque tiene un fin muy claro: denunciar y poner en evidencia la fuerza brutal e irracional de las aspiraciones imperialistas, en este caso aglutinadas en la figura de Atenas. En efecto, el relato de Tucídides se propone mostrar a sus contemporáneos el rostro más terrible de su propia ciudad, capaz de someter, por medio de la violencia indiscriminada, a aquellos que no acepten alinearse bajo las órdenes de su ánimo conquistador. Los melios no deseaban oponerse a Atenas, sino mantenerse neutrales; pero ello, en la mentalidad de los líderes atenienses, no era una opción. Toda la Guerra del Peloponeso puede pensarse como un escenario de stásis a gran escala, que Tucídides se ocupa de escrutar con microscopio. El episodio de los melios es un ejemplo de la violencia a la que puede arribar la ambición expansionista, tan común en aquellos tiempos, y el diálogo con que Tucídides lo corona constituye no solo una muestra de su maestría, sino, fundamentalmente, una expresión de lo permanente de la condición humana. Como ha sido ya señalado (Torres Esbarranch, 1982: 140 n. 242), los planteamientos aquí retratados por Tucídides podrían ser los de cualquiera que, en la historia reciente o inmediata, han visto, por obra de la fuerza que no sabe de clemencia, la necesidad de imponer sus razones a favor de la "justicia" y la "libertad".

Consideraciones finales

Homero, Tucídides, Aristófanes, Platón y Aristóteles son hijos de una época muy lejana a la nuestra. Estas palabras que aquí recojo para reflexionar sobre la violencia y el conflicto armado fueron pronunciadas hace ya más de dos mil años. No obstante, podrían ser pronunciadas hoy con la misma vehemencia. Podrían retratar escenarios en absoluto ajenos a nuestra realidad contemporánea. Friedrich Nietzsche habló de una "historia monumental", de una "historia anticuaria" y de una "historia crítica", todas ellas modelo de un tipo de disposición frente a la historia, que constituyen un modo de ser en el mundo, y que refieren tanto a la historia fáctica como a la historia de las ideas. Según el filósofo alemán,

El hombre que aspira a lo grande, si es que necesita del pasado, se apodera de éste por medio de la Historia monumental. Quien, por el contrario, anhela permanecer dentro de lo habitual y añejo, cuida del pasado al modo de un historicista anticuario y, solo aquel que está oprimido por un malestar presente, y que desea a toda costa desembarazarse de esa carga, siente necesidad de una historia crítica, es decir, de una Historia que juzga y condena (Nietzsche, 2006 [1874]: 2.9).

Estas consideraciones “intempestivas” que Nietzsche esgrime con el objetivo de preguntarse "Sobre la utilidad y los inconvenientes de la Historia para la vida", plantean no tres tipos de historia, sino tres modos de posicionarse frente a ella. Cualquiera sea la posición que tomemos ante la historia mayúscula [History] y sus historias [stories], hay algo que no puede evadirse, y es el hecho de que siempre el pasado está ahí. Recuperar los hechos y las ideas de la Antigüedad clásica en torno a la guerra y la violencia no debe constituir un mero gesto de erudición anticuaria, sino que debe ayudarnos a pensar el presente y, eventualmente, constituir un recurso para la acción, cualquiera sea su índole.

Referencias

  • Alexander, C. (2009). La guerra que mató a Aquiles. Trad. J. M. Álvarez-Florez. Madrid: Siruela.
  • Benjamin, W. (2009). “Para una crítica de la violencia”. En Estética y política. Trad. J. Fava & T. Bartoletti. Buenos Aires: Las Cuarenta.
  • Canfora, L. (2019). La crisis de la utopía. Aristófanes contra Platón. Trad. A. Aureli. México: FCE.
  • Cornavaca, R. (2008). Filósofos presocráticos, Fragmentos. Buenos Aires: Losada.
  • De Romilly, J. (2010). La Grecia Antigua contra la violencia. Trad. J. Terré Alonso. Madrid: Gredos.
  • Fitton Brown, A. D. (1954). “Niobe”. The Classical Quarterly, 4(3/4), pp. 175-180.
  • Jaeger, W. (1957). Paideia. Los ideales de la cultura griega. Trad. W. Roces. México: FCE.
  • Loraux, N. (2008). La guerra civil en Atenas. Trad. A. Iriarte. Madrid: Akal.
  • Murray, G. (1949). Eurípides y su tiempo. Trad. A. Reyes. México: FCE.
  • Nietzsche, F. (2006) [1874]. Segunda consideración intempestiva. Sobre la utilidad y los inconvenientes de la Historia para la vida. Trad. J. Etorena. Buenos Aires: Libros del Zorzal.
  • Redfield, J. (1963). “Die Frosche des Aristophanes. Komodie und Tragodie als Spiegel der Politik”. Antaios, 4, pp. 422-439.
  • Robinson, T. (1991). Heraclitus, Fragments. Toronto: University of Toronto Press.
  • Sloterdijk, P. (2017). Ira y tiempo. Trad. M. A. Vega Cernuda & E. Serrano Bertos. Madrid: Siruela.
  • Torres Esbarranch, J. J. (1982). Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso (V-VI). Trad. y notas. Madrid: Gredos.
  • Weil, S. (2005). “La Ilíada o el poema de la fuerza”. En La fuente griega. Trad. J. L. Escartín & M. T. Escartín. Madrid: Trotta.

 

1 μῆνιν ἄειδε θεὰ Πηληϊάδεω Ἀχιλῆος.

2 El último de los doce trabajos de Heracles consistió en descender al inframundo con el objetivo de vencer y capturar al Cerbero, animal teratológico custodio del Hades.

3 ἵν᾽ ἡ πόλις σωθεῖσα τοὺς χοροὺς ἄγῃ. / ὁπότερος οὖν ἂν τῇ πόλει παραινέσῃ / μᾶλλόν τι χρηστόν, τοῦτον ἄξειν μοι δοκῶ.

4 Alcibíades constituye una de las figuras más importantes de la Grecia clásica. Fue el más querido y, a la vez, el más odiado de los generales griegos de su época, despertando en los ciudadanos ánimos contradictorios por su rol en la Guerra del Peloponeso. Las fuentes que dedican un lugar a su persona son numerosísimas, si bien cabe destacar el tratamiento de Tucídides en su Historia y, posteriormente, el de Plutarco en sus Vidas. (2004).

5 Luego de que Dioniso decida llevarse consigo a Esquilo, Hades exhorta al tragediógrafo a salvar a la ciudad con buenos consejos y educar a los ignorantes (vv. 1500-1501). Estos versos, epitome de una larga serie, justifican el hecho de que Ranas sea considerada “una fantasía sobre la resurrección de una estructura política” que busca restaurar el Ancient Régime ateniense (Redfield, 1963: 439). Sobre ello existe unánime consenso entre los estudiosos de esta pieza, quienes ponen de relieve su marcada tonalidad política.

 

Detalle de una vasija resguardada en el Museo Arqueológico de Atenas. Se cree que representa un pasaje del conflicto que enfrento a griegos y persas durante las llamadas Guerras Médicas entre los siglos V y IV a. de C. Toma su nombre por el Imperio aqueménida, el primero y más expansivo imperio entre los persas, previo al que formó Darío y su dinastía hacia los siglos IV y III a. de C. Tomado de 'Así fueron las Guerras Médicas entre griegos y persas. El enfrentamiento entre griegos y persas dio origen a algunas de las ideas políticas más importantes en Europa. En https://memoriasdepez.com/guerras-medicas-griegos-persas/. Dominio público.

 

Traducir la guerra del pasado. Nuevas actualizaciones de Salustio con el devenir de los siglos


María Fernández Álvarez
Universidad de Huelva
maria.feralv@hotmail.com
maria.fernandez@dfilo.uhu.es
https://orcid.org/0000-0002-9086-0965

 

1. Introducción. El interés por el conocimiento del pasado

La guerra parece consustancial a la historia de la Humanidad. Muchos son los textos que narran episodios bélicos vinculados a la historia de un personaje o de una región. Conocer cómo se desarrollaron ciertas guerras del pasado, sobre todo cuando han transcurrido siglos, solo es posible a través de los textos escritos. Los acontecimientos históricos traspasan a la escritura a través de la mediación, en primer lugar, del autor (o autores) de la obra y, posteriormente, de diferentes agentes que pueden intervenir en su difusión: editores y traductores, entre otros. El papel histórico de estos roles ha cambiado, como es de esperar, a lo largo de los siglos. Así, frente al principio de respeto autorial que se suele mantener en la actualidad, en otras épocas, como la Edad Media, se buscaba que los lectores comprendieran bien el texto y su contexto. De ahí que fuera común durante el periodo bajomedieval que ciertos traductores incluyeran glosas en el cuerpo del texto sobre aquellos aspectos, debido a las diferencias que median entre el contexto del episodio y el de recepción de la obra, que no eran tan fáciles de dilucidar por los lectores. De este modo, el traductor medieval se tomaba, a veces, ciertas licencias aclaratorias. Son numerosas las obras históricas circunscritas a la Antigüedad clásica que se traducen en la Edad Media (Ruiz Casanova, 2018). El contexto político y social del periodo republicano romano, por ejemplo, se distanciaba notablemente del que se vivía en la Castilla monárquica bajomedieval. Por ello, es de esperar que, cuando se adaptan al romance castellano obras históricas latinas, se buscase ofrecer un texto meta, una traducción, en buena medida comprensible para los receptores. Para ejemplificarlo vamos a ofrecer un caso concreto: las sucesivas traducciones al español de La guerra de Jugurta o Bellum Iugurthinum (ca. 45 a. C.) escrita por Gayo Salustio Crispo.

2. Salustio como narrador de episodios bélicos

Salustio es, probablemente, uno de los historiadores latinos más reconocidos hoy. La fama de este autor nacido en Amiterno en el 86 a. C. procede, principalmente, de la buena recepción de dos obras: La conjura de Catilina y La guerra de Jugurta. La intencionalidad de Salustio fue narrar unos hechos concretos a través de la figura de sus protagonistas para así poder plasmar ciertas pautas de comportamiento y cómo las pasiones individuales pueden afectar al desarrollo de la vida política y militar (Barrasús, 2016: 595; González Rojas, 2013: 15). Pensemos que en los propios títulos otorgados a ambas obras se destaca el nombre de sus protagonistas; no hablamos de “la guerra de Numidia”, territorio donde se desarrolla el conflicto, sino de “la guerra de Jugurta”, personaje que inicia la guerra.

Detalle del mapa de la antigua región de Numidia, donde el rey Jugurta quiso establecer su dominio entre el siglo II y I a. de C. Ilustración de autoría desconocida. Material provisto por la autora. Se reproduce con propósitos educativos y de difusión. Dominio público.

Gracias a los prólogos que elaboró Salustio para sus obras, podemos conocer algunas líneas generales de su pensamiento político, que se forjó, sin duda, a partir de su experiencia personal en el ámbito público. Fue testigo de diversos conflictos políticos de la última (y convulsa) etapa republicana. Su papel de narrador surge cuando percibe la necesidad de exponer aquello que aconteció en un momento y lugar dados. Su propia vivencia le hizo tomar la decisión de escribir sobre lo acontecido para que así la ciudadanía pudiese aprender del pasado y velar por que no se repitiesen los errores cometidos. Según su ideario, la labor del historiador gozaba de utilidad pública (González Rojas, 2013: 15; Villalba, 2020: 62-63). Así, su inquietud por escribir La guerra de Jugurta surgió durante su estancia y mandato en Africa Nova1 (Hinojo, 2017 [1997]: 280-282); durante este periodo, probablemente, se hizo acopio de documentos que recogían información fundamental sobre el conflicto (González Rojas, 2013: 18). La detallada descripción geográfica contenida en la obra, de una tierra hasta entonces poco explorada desde la perspectiva occidental, refleja que su conocimiento sobre el territorio tuvo que ser profundo. Debido a esto, La guerra de Jugurta posee un importante interés geográfico y etnográfico en el contexto de la época: el siglo I a. C., ya que algunos topónimos africanos y nombres de determinadas etnias (como los getulos) formaron parte, por primera vez, de la historiografía latina. En relación con ello, Salustio se convirtió en un modelo historiográfico seguido por otros historiadores posteriores a la hora de describir nuevos territorios apenas mencionados y tratados con anterioridad. A esto se suma la intención de Salustio de impregnar sus obras de originalidad narrativa. Su modo de escribir la historia ha suscitado numerosos debates, ya que en su estilo narrativo se mezclan el yo narrador, la inclusión de discursos emitidos por personajes en estilo directo, rasgo ya presente en la historiografía griega —sobre todo en Tucídides (Miralles Maldonado, 2009: 58-63)—, y la concisión (la conocida como brevitas salustiana). Estas características han provocado que sus obras hayan tenido tanto seguidores, entre los que cabe destacar a Tácito, como detractores a lo largo del tiempo.

3. La guerra de Jugurta

En Bellum Iugurthinum Salustio relata la guerra acontecida en el territorio de Numidia entre los años 112 a. C. a 105 a. C. Sus antecedentes directos se sitúan tras la muerte del rey regente y la posterior sucesión al trono. El enfrentamiento bélico comienza debido a la ambición de Jugurta por ostentar todo el poder y arrebatárselo a su hermanastro Adérbal. La guerra civil desatada exige la intervención diplomática de Roma:

Yo me persuadía, Padres Conscriptos, por averlo oydo dezir de mi padre, que los que avían de conservar vuestra amistad, avían de pasar mucho trabajo, mas que con ella se asseguravan de todo punto contra todos. Lo que pudo hazer nuestra casa fue lo que hizo sirviéndoos en todas vuestras guerras. Ahora esta en vuestra mano hazer que vivamos con paz y quietud (en trad. de Sueyro (1615): 19).

Pese a ello, la acción política romana deja entrever algunas tramas de corrupción entre sus dirigentes ante las ideas propuestas por Jugurta. Tras la lectura de la obra es posible apreciar cómo Salustio esboza un escenario complejo en el que, debido al egoísmo de algunos senadores y a la complicidad de otros, el belicoso rey numidiano logra hacerse con todo el poder y generar una guerra que tiene como consecuencia numerosos fallecidos en todos los bandos. Jugurta es retratado por Salustio como un líder sin piedad, que no escucha las plegarias de su hermanastro.

y con todo esto no se aplacó la codicia de Jugurtha, como el que ya contava por suyo todo aquel reyno, y assi no con correrías, segun solia, sino con un poderoso exercito, que avia juntado, empeço á hazer la guerra, y pretender claramente el Imperio de toda la Numidia, arruinando las villas, por donde passava, talando los campos, y sacando presas, con que animava los suyos y atemorizava los enemigos (Salustio en trad. de Sueyro (1615): 31-32).

4. Las versiones de La guerra de Jurgurta de Salustio al español (ss. XV-XVIII)

Tal y como anunciamos al inicio, es posible conocer los acontecimientos del pasado gracias a la existencia de un testimonio elaborado por un autor (o varios) que decidió dejar por escrito el episodio y, en numerosas ocasiones, a la figura de un traductor (o varios) encargado de adaptar la obra a otra lengua. De este modo, el Bellum Iugurthinum, escrito en latín por Salustio, fue traducido a diversas lenguas romances durante la Edad Media. Sabemos que existió una versión catalana del siglo XIV que pudo servir de fuente a otras obras historiográficas (Lluch, 2004). La primera traducción completa al castellano no llegó hasta el siglo XV cuando un arcediano de Toledo llamado Vasco Ramírez de Guzmán, familiar de Fernán Pérez de Guzmán, al que dedica su romanceamiento, decidió traducir las dos conocidas obras de Salustio. La adaptación al castellano se tuvo que realizar antes de 1438, fecha del fallecimiento de este romanceador, y solo se ha conservado de forma manuscrita (Avenoza y Pérez Pascual, 1995). Conocemos siete testimonios manuscritos que recogen esta traducción custodiados en diferentes bibliotecas españolas. Hasta fecha reciente, esta traducción ha permanecido inédita (Fernández Álvarez, 2023). Los motivos pueden ser variados ya que son numerosas las obras medievales que no han sido editadas todavía, siguiendo criterios filológicos fiables, a pesar de su interés histórico y lingüístico. Pese a ello, y este es el punto que queremos resaltar con este trabajo, las traducciones pueden ser una rica fuente de estudio para observar las interpretaciones que se han ofrecido históricamente de algunos episodios a través de la información contenida en glosas y otros paratextos, como los prólogos y otros anexos explicativos.

Portada de la traducción castellana de Emanuel Sueyro, bajo el título Obras de Cayo Salustio Crispo- Amberes: Juan Keerbergh, 1615. Material provisto por la autora. Dominio público.

Décadas más tarde de la elaboración de la traducción de Ramírez de Guzmán, en 1493 se publica, en la imprenta zaragozana de Pablo Hurus, una nueva versión española de las obras de Salustio preparada por Francisco Vidal de Noya. Sin embargo, esta traducción solo es original en La conjura de Catilina, ya que La guerra de Jugurta que la acompaña no deja de ser una copia, con muy superficiales modificaciones, de la adaptación castellana que preparó en el primer tercio del Cuatrocientos el arcediano de Toledo (Carrera de la Red, 2008). Se conocen varias ediciones de esta segunda versión salustiana (1500 y 1519, Valladolid; 1529, Logroño; 1548, Medina del Campo; 1554, Amberes).

En el siglo XVII, Emanuel Sueyro, diplomático en Flandes de ascendencia portuguesa, tradujo nuevamente a Salustio. Esta nueva versión se imprimió en 1615 en Amberes, en el taller de Juan Keerberghio; a los pocos años, en 1632, se realizó una nueva edición en la imprenta madrileña de Francisco Martínez. La versión de Sueyro tuvo un gran éxito posterior; se imprimió en sucesivas ocasiones a finales del siglo XVIII (1786, 1796…). Pese a ello, en 1772 salió a la luz la que es hasta el momento la edición más lujosa de una traducción de Salustio, preparada por el infante Gabriel de Borbón. Esta edición fue publicada en Madrid con gran cuidado por la Imprenta Real; es bilingüe y en ella aparecen grabados de los mejores artistas de la época. La tirada no fue amplia debido a su alto coste, aunque se reservaron algunos ejemplares para personas célebres (López-Vidriero, 1996; Olaechea, 1997). En 1804, nuevamente en la Imprenta Real, se publicó la traducción salustiana del infante, aunque esta vez en una edición más austera que carecía de los grabados de la primera, y omitía uno de los paratextos fundamentales de la obra vinculado a La guerra de Jugurta que se comentará a continuación: la exposición explicativa de la lengua fenicia.

Detalle de la portada de la traducción de Gabriel de Borbón. Dentro de la primeras páginas de Cayo Salustio Crispo en español. Madrid: Imprenta Real. Disponible en: https://archive.org/details/A065087. Material provisto por la autora. Dominio público.

5. La mediación del texto: paratextos y aclaraciones de los traductores en La guerra de Jugurta

Siguiendo una definición amplia, podemos decir que se puede considerar paratexto toda aquella manifestación textual o visual que acompaña al cuerpo del texto con el fin de aclararlo, amplificarlo o estructurarlo. Suelen ser, por tanto, recursos que emplean los traductores o editores para mediar entre el texto creado por el escritor y el lector. Cuando el contexto político y social en el que se escribió la obra no coincide con el de los futuros lectores, es común encontrar, sobre todo en aquellas ediciones más pedagógicas, recursos paratextuales aclaratorios. Como es de esperar, estos han cambiado con el transcurso de los siglos. Así, si nos centramos en los ejemplos que se registran en las traducciones españolas de La guerra de Jugurta de Salustio, podemos observar cómo Vasco Ramírez de Guzmán añade información esclarecedora en su traducción a través de glosas en el cuerpo del texto. Veamos un ejemplo:

 

Dein singulas turmas et manipulos circumiens monet atque obtestatur (Jug. 49).

Vasco Ramírez de Guzmán (s. XV):

Desí a cada una de las quadrillas grandes e manípulos, que eran de cada dozientos onbres, requiriendo los amonestava.









En buena medida, gracias a la difusión de la imprenta, este tipo de glosas incorporadas en el cuerpo del texto se comenzaron a introducir en los márgenes, quizás porque suponen una inclusión menos abrupta y permiten una mayor extensión. De ahí que, en el corpus que estamos analizando, se incluyan paratextos como glosas al margen a partir de las ediciones del Siglo de Oro. Así ocurre en las ediciones del siglo XVI de la traducción de Vidal de Noya y en la versión española de 1615 de Sueyro. En la edición de 1772 de la traducción de Gabriel de Borbón esta información complementaria se recopila en unas extensas notas finales. De este modo, la mayor posibilidad de espacio y la menor alteración del texto autorial provocó que la información complementaria introducida por el traductor fuera cada vez más extensa y frecuente. Interesaba, pues, en los siglos XVII y XVIII que el lector pudiera profundizar en la obra de Salustio sin necesidad de consultar otras fuentes adicionales. Sirvan de ejemplo las siguientes versiones del mismo fragmento:

[…] quem locum Catabathmon incolae appellant. Mare saevum, importuosum; ager frugum fertilis, bonus pecori, arbori infecundus (Jug. 17)


 

 

Vasco Ramírez de Guzmán (s. XV):

e aquel lugar llaman los moradores Carabatmon, que quiere dezir descendimiento o subimiento.

Emanuel Sueyro (1615):

aquel valle que llaman los naturales Catabathmon (pág. 25).

Glosa al margen: “Carabathmon significa lo mismo que en Latin descensus, ò descendimiento, y de lo que escribe este lugar, y mas adelante Sallustio, confiriendolo con lo que dicen Iuan Leon, y Luis de Marmol, se infiere que se incluye en los desiertos de Barca, y para mayor claridad refiriré aquí las mismas palabras de Marmol: Desde los términos Orientales de la Provincia de Mesrata, que llamaron los antiguos Cyrenaica, comiença un desierto muy grande, que comúnmente llamamos Barca, los Alárabes de África le llaman Ceirat Barca, que quiere dezir el camino de la tempestad, por el qual se atraviesa para ir de Berberia a Egipto. Estiendese este desierto desde el cabo que los modernos llaman de Arraxiltin, que Ptolomeo llama Península grande, hasta Glauco Promontorio en los confines de Alexandria la vieja, por espacio de 450 leguas, y hacia medio día tiene de travesía más de 60 leguas.”

Gabriel de Borbón (1772):

con una gran llanura algo pendiente a la que los del país llaman Catabatmo (pág. 128).

Nota al final (15, pág. 310): “Esta (la Africa) confina por la parte oriental con una gran llanura algo pendiente, a la que los del País llaman Catabatmo. El nombre Griego se explica por sí mismo: descensus: declivis locus: declivitas […] y prueba que se havían comunicado a los Africanos de las imediaciones del Egipto algunas voces Griegas: lo que no pudo ser antes de la Era llamada de los Seleucidas; si ya no es que le tomasen de los de Cirene. Estefano pone el Catabatmo entre los Promontorios […] y Polibio (Excerpt. CXV) le dividen en dos, grande y pequeño, que es el más imediato al Egipto.”

























































Como se constata en los ejemplos, las notas finales de Gabriel de Borbón constituyen un espacio para la erudición donde el infante se permite recopilar toda la información por él conocida y compilada. Incluso acompaña algunas notas finales de grabados que, visualmente, complementan la explicación ofrecida. Véase, por ejemplo, las imágenes que ilustran en el aparato de notas los movimientos del ejército de Metelo relatados en La guerra de Jugurta:

Este deseo de indagación no se limita solo al campo de lo militar, sino que también se manifiesta en el ámbito cultural. Prueba de ello es el paratexto preparado por Pérez Bayer, mentor del infante, en exclusiva para la edición de 1772 titulado Del alfabeto y lengua de los Fenices y de sus colonias (335-378), donde se indaga en aspectos lingüísticos y culturales de los fenicios. Su contenido todavía hoy supone una gran contribución al conocimiento de la epigrafía fenicia (Vidal, 2013: 326).

6. Conclusiones

A través de las sucesivas traducciones de las obras de Salustio que se han elaborado al español desde el siglo XV al XVIII es posible valorar cómo una obra historiográfica de la Antigüedad clásica es adaptada y actualizada a los diferentes contextos de recepción. Debido al propio carácter político y militar de La guerra de Jugurta, los traductores de la obra han mediado entre el texto escrito por Salustio y la versión española ofrecida mediante la inclusión de glosas y otros elementos paratextuales que han complementado y enriquecido su lectura. Reparar en estos elementos ayuda a reconstruir el imaginario sobre la Antigüedad que se ha forjado a lo largo de los siglos y, sobre todo, permite indagar en la propia evolución de la transmisión de los textos desde su concepción hasta sus múltiples recepciones.

Fuentes primarias

  • Sueyro, Emanuel (1615), Obras de Cayo Salustio Crispo. Amberes: Juan Keerberghio. Disponible en: http://bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id=0000110734&page=1
  • Borbón, Gabriel (1772), Cayo Salustio Crispo en español. Madrid: Imprenta Real. Disponible en: https://idus.us.es/handle//11441/114268

8. Bibliografía

  • Avenoza, Gemma y Pérez Pacual, José Ignacio, "La traducción de Salustio obra de Vasco Ramírez de Guzmán", Studi Mediolatini e Volgari, XLI (1995): 9-26.
  • Barrasús Herrero, Juan Carlos, “Retos y desafíos de la res publica en la obra historiográfica de Salustio. Las emociones políticas en la vida pública”, Daimon: Revista internacional de Filosofía, núm. extraordinario 5 (2016): 593-600.
  • Carrera de la Red, Avelina, “Dos manifestaciones político-culturales del siglo XV español: las primeras traducciones castellanas de las monografías de Salustio”, La Corónica, 37 (2008): 73-110.
  • Fernández Álvarez, María, Salustio en castellano: de los manuscritos bajomedievales a la imprenta. Edición y estudio lingüístico. Tesis doctoral. Universidad de Sevilla, 2023.
  • González Rojas, Pablo, “Cayo Salustio Crispo, o de la defensa de la Historia”, Intus-legere historia, 7-2 (2013): 7-22.
  • Hinojo, Gregorio, “Salustio”. Historia de la literatura latina. Carmen Codoñer (ed.). Madrid: Cátedra, 2017 [1997]. 280-290.
  • Lluch Juncosa, Montserrat, “Editar el Jugurta català del segle XIV un plantejament metodològic”. Cultura Neolatina, 64.3-4 (2004): 559-592.
  • López-Vidriero Abello, María Luisa, “Traducción y tramoya: el 'Salustio' de don Gabriel de Castilla”, Reales Sitios: Revista del Patrimonio Nacional, 129 (1996): 40-53.
  • Miralles Maldonado, José, “Los discursos de Catilina: Sall., Cat. 20 y 58”. Emérita. Revista de Lingüística y Filología Clásica, 72-1 (2009): 57-78.
  • Olaechea Labayen, Juan Bautista, “El infante Don Gabriel y el Impresor Ibarra en la obra cumbre de Salustio”. Arbor, 616 (1997): 99-130.
  • Ruiz Casanova, José Francisco, Ensayo de una historia de la traducción en España. Madrid: Cátedra, 2018.
  • Vidal Palomino, Jordi, "Francisco Pérez Bayer y los estudios de epigrafía fenicia", Aula Orientalis: Revista de estudios del Próximo Oriente Antiguo, 31.2, (2013): 323-332.
  • Villalba Álvarez, Joaquín. “La industria como cualidad propia del historiador. Sobre la pervivencia de los proemios de Salustio en la Historiografía Latina del Renacimiento”, Talia Dixit: Revista Interdisciplinar de Retórica e Historiografía, 15 (2020): 57-75.

Ilustración del siglo XIX de autoría desconocida, tomada de la entrada del blog "¿Y qué hacemos con Jugurta?" de la autoría de García Cardiel (13 de diciembre, 2022) dentro del sitio web "La Noche más Oscura".

En http://lanochemasoscura.com/index.php/sonambulos/garcia-cardiel/hemeroskopeion/1145-jugurta. No se conocen restricciones de derechos de autor. Se repoduce aquí con propósitos educativos y de difusión.

1 Dentro de esta denominación se incluían territorios africanos, principalmente en la zona norte del continente, bajo el dominio de Roma. Entre ellos, se encontraba Numidia, reino bereber, que ocupaba el territorio que hoy pertenece a los países de Argelia y Túnez.

 

 

Filología y guerra: la lengua del enemigo en Palestina-Israel

 




Silvana Rabinovich
Universidad Nacional Autónoma de México
Instituto de Investigaciones Filológicas
silvanar@unam.mx

 

 

 

 

1. La guerra: una de las cuatro enfermedades de la palabra

En la década de 1960, el filósofo Eugen Rosenstock-Huessy publicó un libro inquietante al que tituló The Origin of Speech (1981). En él describió cuatro “enfermedades de la palabra” que denominó: guerra, revolución, decadencia y anarquía. Todas ellas aluden a la violencia en el lenguaje.

Primera enfermedad: La guerra. El autor la describe como aquella situación en la cual se vuelve imposible escuchar al enemigo. Hay palabras que, entre las poblaciones “enemigas” cobran significados opuestos. En el caso de Palestina-Israel, el significante “retorno” es el ejemplo más claro de un lenguaje “enfermo de guerra”. En árabe haq al ‘auda significa “derecho al retorno”. El hebreo jok hashvut designa a la “ley del retorno”, que fuera promulgada en 1950 por David Ben-Gurión, quien ocupara el cargo de primer ministro por primera vez desde la creación del Estado israelí en 1948. Si el primero reclama el legítimo derecho de la población palestina desplazada por la fuerza de sus hogares tiene por obstáculo a la segunda, que otorga a cualquier persona judía del mundo la ciudadanía y el derecho de habitar esa tierra por considerar que “retorna” después de un exilio milenario. Guerra de “retornos” que vuelve ley al despojo. Violencia colonial.

Fotografía de autoría desconocida alrededor de los años de 1947-1948, en momentos del establecimiento en territorio palestino del Estado de Israel. Tomada de 'Israel, Palestina y la guerra permanente', de Mariano Beldyk en el periódico digital Cara y Cara. No se conocen restricciones de derechos de autor. Se reproduce aquí con fines educativos y de difusión.

La segunda enfermedad de la palabra que ha sido detectada por el filósofo corresponde a la revolución, pues considera que es una etapa en la cual la palabra se presenta como un grito aún no articulado. En el caso que nos concierne, Palestina/Israel, un ejemplo es la Intifada, que en sus diversas etapas es un grito contra la voluntad de borramiento y amordazamiento ejercido por la hegemonía israelí. En octubre de 2023, la operación Inundación de Al Aqsa puede situarse como una escalada de ese grito no articulado, tras 17 años de haber estado sitiada y hacinada la población de la Franja de Gaza. Violencia anticolonialista.

Manifestantes palestinos lanzan piedras durante los disturbios ocasionados con las fuerzas israelíes en el barrio palestino de Shuafat, cercano al destacamento israelí de Ramat Shlomo, en el este de Jerusalem, en mayo 14 de 2021. Tomada de "Jerusalem Youth at the Forefront of 2021’s Unity Intifada", de Akram Salhab y Dahoud al-Ghoul, publicado en la plataforma Middle East Research and Information Project: Critical Coverage of the Middle East Since 1971. No se conocen restricciones de derechos de autor. Se reproduce aquí con propósitos educativos y de difusión

La tercera enfermedad del lenguaje es la tiranía. Rosenstock-Huessy la define como el lenguaje hiper-articulado de las instituciones, la lengua se vuelve mordaza y se reduce a la función censora y punitivista. El lenguaje de la dominación busca acallar el grito de la revolución y se encierra en un lenguaje militarista que dicta leyes y arrebata —bajo el manto de una exclusividad victimista— la legitimidad del reclamo moral del pueblo al cual oprime. Se manifiesta en leyes que sólo sirven para privar de derechos a los otros como es el caso de la mencionada Ley de Lealtad al Estado Judío (Balibar et al., 2009) o la que se conoce como Ley Nakba, y prohíbe manifestar duelo el día de la independencia de Israel (S. I., 2011). Un par de décadas antes, encontramos otro ejemplo en la aprobación, por parte de la Suprema Corte de Justicia de Israel, del uso de la tortura contra prisioneros palestinos (BTSELEM, 1997). La violencia del lenguaje en este caso disfraza a la tortura, para legitimarla, con el eufemismo “medida moderada de presión física”.

La cuarta y última de la lista, en esta clasificación nosológico-lingüística, es la anarquía. Se trata de un caso de descomposición de la palabra, la cual se vuelve estéril por el descrédito radical que la envuelve. En una sociedad en la cual todos mienten, la verdad pierde todo sentido pues siempre se miente para que alguien crea que la mentira es verdad. En este caso, el oído se endurece ante diversas expresiones de amonestación por parte de organismos internacionales (gubernamentales y no gubernamentales), de ONG’s de ambos bandos, acusándolos sea de “antisemitismo” (cuando son gentiles quienes las profieren) o de “autoodio” (cuando son pronunciadas por judíos). Cada vez que la prensa internacional osa criticar las políticas del Estado de Israel, es acusada de ensañamiento y de falta de objetividad. Actualmente, incluso la Corte Internacional de Justicia es señalada, por aquellos a quienes juzga, de genocidio.

Según Rosenstock-Huessy estas enfermedades suelen aparecer mezcladas, y esta no es la excepción. No se dan separadamente, sino que todos estos síntomas en el caso que nos ocupa, que transcurre en el escenario del hebreo bíblico secularizado, alcanzan desde hace tiempo un estado crítico (Cf. Rabinovich, 2021).

Para cada una de estas enfermedades (que suelen darse combinadas) Rosenstock prescribe un remedio:

    • A la guerra como sordera, opone la paz como el deseo de escuchar. En este caso sería la potencia de la traducción: los judíos que inmigraron desde países árabes, en su experiencia milenaria de vida en sociedades musulmanas, eran los naturales traductores en ese proceso de inmigración, que no tuvo lugar por causa del orientalismo (cf. Said, 2003) —ideología propia del movimiento sionista que los llevó hasta Palestina— (cf. Sigal, 2006). La lengua de sus ancestros y tradiciones pasó a ser “la lengua del enemigo”. De esta manera, la lengua materna se redujo a la función instrumental e inmoral del espionaje.

 

Reproducción en la imagen de la izquierda de un folio del manuscrito en hebreo de la Biblia antigua traducido por Saadia Gaón hacia los siglos X y XI, donde se mezclan elementos de diversas variantes dialectales del judeoárabe. Dominio público.

A la derecha se presenta un manuscrito de la antigua lengua judeoárabe de hace más de mil años, presumiblemente escrito a mano por Maimónides. Biblioteca Nacional de Jerusalén, en "El idioma poco conocido que hablaban los judíos en el mundo árabe medieval" de Arí Hashomer, Noticias de Israel (1 de octubre de 2018). No se conocen restricciones de derechos de autor. Dominio público.

    • A la revolución como grito, el filósofo opone el orden como la capacidad de formular: se trata de la tarea de buscar un diálogo que, sin embargo, la situación colonial fue volviendo contraproducente y que hoy requiere estrategias lingüísticas para cambiar la política de la lengua y el lenguaje de la política. Propongo esta estrategia como “utopía de la traducción”, empezando por la traducción al hebreo del concepto palestino de nakba (que denota un “más allá de la palabra”, que en árabe significa ‘catástrofe’).
    • A la decadencia como estereotipo (un lenguaje tan hiperarticulado de la tiranía que se vuelve hipócrita), opone el rejuvenecimiento a través de nuevos representantes, esto es, la escucha de voces nuevas. Hoy puede reconocerse esta voz nueva en el mensaje descolonial que aportó la demanda de Sudáfrica ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya (UN, 2024) y que, por otro lado, se atrevieron a dar varios presidentes latinoamericanos tras la iniciativa de ruptura de relación con la potencia ocupante por parte, notoriamente, del presidente de Colombia Gustavo Petro, y la acusación de crímenes de guerra y lesa humanidad ante la Corte Penal Internacional (Valdés, 2024).
    • A la crisis como mudez (en cuya soledad anárquica nada es más deseado que escuchar la interpelación de otro) opone el crédito como deseo de confiar. Esta es, quizás, una de las tareas más difíciles de imaginar hoy, tras 11 meses de un genocidio ininterrumpido (iniciado con la nakba, el siglo pasado) que ninguna autoridad internacional está logrando frenar.

Ahora bien, en Palestina-Israel la sintomatología de estas enfermedades tiene una causa común ligada al racismo (este último es inherente al colonialismo). La búsqueda de dicha causa nos remite a la relación de los judíos árabes con su lengua de origen, que les fue arrancada al inmigrar al flamante “Estado judío”.

Imagen de un mapa de la región palestina publicado en National Geographic. Disponible en "A National Geographic map of Palestine, 1947" en la plataforma Diplomatic Mission of Palestine, publicado el 14 de septiembre de 2016. No se conocen restricciones de derechos de autor. Se reproduce aquí para fines educativos y de difusión.

2. Arrancar la lengua. Historia de los judíos árabes

A pesar de que la hegemonía sionista haya tratado de instituir la incompatibilidad entre ser árabe y judío, una gran parte de la población judía, por generaciones, ha vivido en países árabes, esto es, en medios musulmanes. En Israel, esta identidad se volvió un tabú durante décadas (pues su lengua materna se reducía a ser “lengua del enemigo") (cf. Shohat, 2006; Shohat, 2017) pero cada vez más hijos israelíes de padres cuya lengua materna era el judeo-árabe se atreven a indagar en ella, incluso a crear y reflexionar. Es el caso de la pensadora de familia judía iraquí Ella Shohat, quien afirma que la lengua judeo-árabe refleja más de un milenio de “sincretismo judeo-islámico”. Este señalamiento cuestiona de raíz la oposición que pretende imponerse entre ambas religiones, procedentes de los hijos del patriarca Abraham/Ibrahim. Las comunidades judías araboparlantes leían en sus países la traducción de la Torá al judeo-árabe, a la cual Saadia Gaón, en el siglo X, definió como una interpretación (tafsir). Cada vez que lee esta versión en voz alta, el judío pronuncia las cuatro letras del nombre de Dios ya no como YHWH sino como Allah; al sacerdote no le llama cohen sino imam, o Moisés es nombrado como “rasul Allah” (‘enviado de Dios’). Otro ejemplo: en Deuteronomio 34:5, en esta versión ‘eved YHWH (‘el siervo de Dios’) se traduce igual.

Cabe destacar que, aun cuando los judíos se vieron obligados a emigrar al nuevo Estado de Israel desde los países árabes en los cuales vivieron durante más de un milenio, algunos conservaron esta traducción y leen el texto bíblico en versión trilingüe: hebreo, arameo y judeo-árabe. Este dato es esperanzador, pues en una misma página, la voz del texto sagrado aparece de las dos maneras, traduciendo expresiones entre el judaísmo y el islam.

Si bien la empresa colonial sionista intentó arrancar la lengua árabe judía de la memoria y reducir al árabe y el hebreo a lenguas y al judaísmo y al islam a religiones “enemigas”, y aunque logró —en una parte considerable de los hablantes— confinar su uso al espionaje, sabemos que la enemistad no es una característica de las lenguas, que están vivas y esto les permite resistir los embates coloniales para volver a florecer más lejos en el espacio y en el tiempo. Entre las y los poetas e intelectuales nacidos en Israel de familias provenientes de países árabes, hay una corriente que reivindica esas “promesas de la lengua” (de la cual podríamos decir, como suele repetirse en México en situaciones de injusticia, que quisieron enterrarla, pero no sabían que era semilla…). Conscientes de que las lenguas nunca son “enemigas” (ni tampoco las religiones, sino las personas que dirigen las instituciones), estos intelectuales señalan la debilidad del mito colonialista.

3. Para concluir: el humus de la filología en judeo-árabe, una semilla que germina lejos

Además de la traducción bíblica de Saadia Gaón mencionada más arriba, hay un libro especialmente apreciado por las comunidades judías del mundo, traducido a muchas lenguas. Se trata de una obra del siglo XI escrita en Zaragoza, en lengua judeo-árabe, por Bahya Ibn Paqüda: El libro de los deberes de los corazones. Cabe recordar que también La guía de los perplejos, del filósofo Maimónides, fue escrita en esa lengua. Estos textos guardaron en su tierra fértil las semillas utópicas de la traducción entre la Biblia hebrea y el Corán. Se trata de libros antiguos cargados de futuro, esto es, de promesas y utopías que tienen la potencia de redimir a la humanidad de las pesadillas creadas en el presente y el pasado reciente por una teología política nacional colonialista que ya no se preocupa por esconder su rostro genocida.

Por último, siguiendo la nosología propuesta por Rosenstock-Huessy y la breve explicación sobre la contradictoria situación en la que se encontraron los inmigrantes judíos que llegaron a Palestina desde países árabes, considero que hay una esperanza de cura. Ésta se encuentra en el arco transgeneracional que va de aquellos abuelos inmigrantes cuya lengua avergonzó a los hijos porque se les impuso como “lengua del enemigo”, y que por esa razón no la transmitieron a los nietos. Si bien muchos nietos creen aún hoy que una lengua puede reducirse a un arma de guerra, son cada vez más los que se animan a recuperar esa herencia sofocada por el reduccionismo colonialista y hacerla germinar. Más allá de que haya una filología orientalista que pretenda encasillar al judeo-árabe medieval como una lengua del pasado, intelectuales de la tercera generación se rehúsan al reduccionismo colonial y dan renovada vida a la lengua de sus abuelos teniendo a la filología como tierra fértil para una forma genuina de tejer paz.

Imagen del manuscrito de la llamada "Biblia hebrea", en la lengua mezclada entre hebreo antiguo, arameo y algunos otros dialectos del judeo-árabe, que corresponde al Antiguo Testamento. Se conocen también como los manuscritos de la Biblia Masorética. Mientras que el Nuevo Testamento proviene de manuscritos del griego. Dominio público.











Versión manuscrita del Corán escrito aproximadamente hace mil cuatroscientos años. Originalmente escrito en árabe, contiene mezclas de de elementos dialectales de la llamada lengua "judeo-árabe". Como libro sagrado del islam, los musulmanes lo consideran la palabra revelada de Dios a Mahoma a través del arcángel Gabriel. Dominio público.

 



 

 

 

 

 

 

Referencias

  • Balibar, E., R. Brauman et al. Antisemitismo: el intolerable chantaje. Israel-Palestina ¿una cuestión francesa? Editorial Canaán: Buenos Aires, 2009.
  • BTSELEM. The Israeli Information Center for Human Rights. “Legitimizing Torture: The Israeli High Court of Justice Rulings in the Bilbeisi, Hamdan and Mubarak Cases”, 1997. Disponible en: https://www.btselem.org/publications/summaries/199701_legitimizing_torture [16/02/2011].
  • Naciones Unidas. Centro Regional de Información. “Justicia internacional: la denuncia sudafricana contra Israel por ‘genocidio’ en Gaza. Disponible en: https://unric.org/es/denuncia-sudafricana-contra-israel-por-genocidio-en-gaza/. [16/02/2011].
  • Nagar-Ron, Sigal. “La historia tal como mi abuela me la contó”, en Acta Poética, vol. 27, núm. 2 (2006), pp. 195-217.
  • Rabinovich, Silvana. La Biblia y el dron. Sobre usos y abusos de figuras bíblicas en el discurso político de Israel. Ciudad de México / Rosario: Casagrande / Último recurso / Heredad, 2021.
  • Rosenstock-Huessy, Eugen, The Origin of Speech. Norwich: Argo Books, 1981.
  • Said, Edward. Orientalismo. Barcelona: Anagrama, 2003.
  • Shohat, Ella. Taboo Memories: Diasporic Voices. Durham / Londres: Duke University Press, 2006.
  • Shohat, Ella. On the Arab-Jew, Palestine, and Other Displacements. Selected Writings, Londres: Pluto Press, 2017.
  • State of Israel [S. I.]. “Budget Principles Law (Amendment 39) – Reducing Budgetary Support for Activities Contrary to the Principles of the State, 5770-2010”. Disponible en: https://law.acri.org.il/en/2011/03/22/final-vote-on-nakba-law-and-acceptance-to-communities-bill/ [07/08/2024].
  • Valdés, Ivonne. “México y Chile piden a la Corte Penal Internacional que investigue posibles crímenes de guerra en Gaza”, 2024. Disponible en: https://cnnespanol.cnn.com/2024/01/18/mexico-chile-corte-penal-internacional-crimenes-territorios-palestinos-trax/
  • .

Si te interesó el tema del artículo, te invitamos a escuchar ejemplos de las diferencias fonéticas de las lenguas descritas:

Arameo, dialecto judeo-árabe














Hebreo israelí

Los tres audios fueron extraídos de la plataforma YouTube en el podcast "¿Como sonaban los antiguos idiomas (Antiguas Civilizaciones)?". Por tratarse de fragmentos, con propósitos ilustrativos del texto para su mejor comprensión, con fines educativos y de difusión, se exhibe según los términos de la segunda condición del numeral 2 de sus Términos de servicio: "You are a small-scale production company, non-profit, or artist, in which case you may use the YouTube Service to showcase or promote your own creative works", así como del acuerdo establecido en el numeral 9.1 de YouTube respecto a las Licencias para otros usuarios, mediante el que el creador de obra o los detentores de los derechos patrimoniales, "grant all users of the YouTube Service permission to view your videos [or listen the audios] for their personal, non-commercial purposes. This includes the right to copy and make derivative works from the videos solely to the extent necessary to view the videos"

 

Composición fotográfica de autoría desconocida. Tomada de 'Israel, Palestina y la guerra permanente', de Mariano Beldyk, del periódico digital Cara y Cara. No se conocen restricciones de derechos de autor. Se reproduce aquí con fines educativos y de difusión.

 

La guerra como tópico en algunas obras de la Literatura Infantil

 

 

Marcelo Emilio Bianchi Bustos
Academia de Literatura Infantil y Juvenil
Instituto Literario y Cultural Hispánico
Argentina
marcelobianchibustos@gmail.com

Algunas delimitaciones para entrar en tema

La guerra es un tema recurrente en el campo de la Literatura Infantil que, sin embargo, no ha sido explorado lo suficiente. Con una perspectiva muy particular, el investigador Marc Soriano (2002) señala que uno de los problemas del niño de hoy no es “leer” sino precisamente sobrevivir, es decir, que él aborda la temática en aspectos éticos y sociales derivados de la guerra, pero al mismo tiempo, desde una perspectiva crítica señala que “los libros para niños tenían que evitar caer en la trampa que significa el pacifismo ultranza” (Soriano, 2001: 316) que “les hace el juego” a los invasores. Desde aquí se pregunta qué sería este “ahora” si en realidad en la Europa ocupada por los nazis no se les hubiera hecho frente y se haya vanagloriado, o glorificado, mejor dicho, a los “ejércitos de liberación”. La perspectiva de Soriano consiste en generar la conciencia en los niños en contra de la guerra y a favor de la paz, pero con una perspectiva de lucha por la igualdad. Riitta Oittinen y Blanca-Ana Roig Rechou abordan en un interesante estudio (2016) el tema de los conflictos bélicos, pero orientado hacia los efectos de los mismos en el proceso de maduración de los jóvenes, ofreciendo algunas guías como “mediadores de lectura”.

Si bien existen algunos estudios más actuales sobre el tema, el corpus utilizado son libros-álbumes, es decir, donde lo que prevalece es la imagen en una articulación con la palabra (Belmonte, 2022), u otros en los que se ofrecen listados de libros para hablar con los niños sobre la temática. La perspectiva adoptada en este artículo tiene que ver con la manera en cómo la guerra ha sido abordada como tema, ya sea central o accesorio pero siempre formando parte de un acontecimiento que guarda alguna relación con la narración, y la forma de presentar a los soldados que regresan de ella. Al ser un trabajo de corte exploratorio que no pretende abarcar el tópico en su totalidad, el corpus será acotado y estará formado por obras de origen folklórico o de autor, tanto de América como de Europa.

La guerra

De la tradición folklórica proviene una canción popular que forma parte de los juegos infantiles de todas las épocas, “Mambrú se fue a la guerra”.1

Mambrú se ha muerto en guerra,
chiribín chiribín chin chin.
Mambrú se ha muerto en guerra,
lo llevan a enterrar.
Aja ja aja ja
lo llevan a enterrar.

Con cuatro oficiales
chiribín chiribín chin chin.
Con cuatro oficiales y un cura sacristán.
Aja ja aja ja
y un cura sacristán.
Arriba de su tumba
chiribín chiribín chin chin.
Arriba de su tumba
un pajarito va.
Aja ja aja ja
un pajarito va
(versión del poema folklórico perteneciente al autor del artículo).


Fragmento en audio de la canción tradicional infantil Mambrú se fue a la guerra, de autoría anónima en su primera versión grabada en LP original (propiedad del responsable de esta revista). Se reproduce el siguiente material con propósitos educativos educativos y de difusión.



























Esta obra poética es retomada, pensado en los reciclajes contemporáneos de obras literarias provenientes del folklore, por la escritora María Granata que en su cuento “Mambrú se fue a la guerra” crea un texto narrativo en el que le da un giro a la historia:

Con una voz que era más bien una musiquita que volaba como un ángel lastimado, cantaba todo el mundo:


Mambrú se fue a la guerra,
qué dolor, qué dolor, qué pena.
Mambrú se fue a la guerra,
y ya no vuelve más.

Es que nadie sabía que Mambrú estaba vivo como un pájaro vivo.
Regresó un domingo como los demás, no un domingo principal, y fue muy bien recibido, con mil saludos y seiscientas reverencias que terminaron cayéndose al suelo como sucede con todas las reverencias. Y fue cuando anunció:
—Ya no me gusta la guerra. No hay cosa peor en el mundo. Lo mejor será cazarla para que deje de andar suelta. Y seré yo quien la cace
(Granata, 1990: 5).

Como observa Bianchi Bustos (2023) Granata toma al personaje y en lugar de afirmar que está muerto lo hace volver a la vida, pero con un cambio de mentalidad, pues la guerra ya no le interesa y se propone terminar con ella, “cazándola”. Esta personificación que hace de ella es muy interesante generando un recurso similar y un efecto como el que emplea Aristófanes en su comedia La Paz.

Con una clara intencionalidad didáctica también la guerra aparece en distintas fábulas, como las de Jean de La Fontaine. Tan solo para mencionar dos de ellas, en la fábula I del libro II titulada “Contra los que tienen el gusto difícil”, describe con crueldad los diez años de la guerra de Troya y la aparición del célebre caballo creado por Atenea. O en la fábula XIII del libro III incluye “Los lobos y las ovejas”, que dice:


Después de muchos años
de guerra sin cuartel,
la paz con las ovejas
el lobo quiso hacer.
De los dos contendientes
era sin duda el bien;
si el lobo devoraba
ovejas sin merced,
los pastores hacían
vestidos de su piel
(La Fontaine, 1952: 216).

El desarrollo de la historia presente en la fábula sirve para concluir con la moraleja en la que La Fontaine justifica la guerra y le permite afirmar que muchas veces la paz es inútil:


De aquí inferir debemos
que es necesario hacer
la guerra a los malvados
sin tregua y sin cuartel;
la paz es excelente,
mas siempre inútil es,
si son los enemigos
traidores y sin fe
(La Fontaine, 1952: 217).

La guerra y los enfrentamientos que aparecen en la literatura guardan una relación mimética con la realidad y los intentos de extender los territorios por parte de algunos poderosos. En Las famosas aventuras del invencible Tipitón (1930) de Jesús Sánchez Tena publicado por la editorial Calleja se hace referencia al Conde Arnaldo de Rocadura, un hombre que poseía grandes extensiones de tierra y que deseaba poseer el feudo de sus sobrinos. Era tanta su falta de ética que apenas se enteró de la muerte de su hermano “hizo armar en secreto a 500 de sus vasallos, contrató mil guerreros mercenarios y partió al frente de todos” (Sánchez Tena, 1930: 13). Luego de un enfrentamiento entre distintos personajes, entre ellos el conde de Rocadura con Tipitón, éste vence y escribe un maravilloso romance para conmemorar su triunfo:


—¡El conde de Morrofuerte
mató a su hermano en la guerra!
Ay… Ay… Ay…
¡Mató a su hermano en la guerra!
Lo mató lleno de envidia
por su fuerza y su fiereza.

No le mató con la espada,
tampoco con la ballesta.
¡Le mató de una pedrada
en mitad de la cabeza!

El golpe fué tan tremendo,
y la piedra tanto pesa,
que le abolló el fuerte yelmo
y le arrancó la cimera 
(Sánchez Tena, 1930: 19).

Posiblemente pueda parecer fuerte y violento el poema, pero Calleja se caracterizaba por publicar historias tanto de tradición oral como de autores donde se hablaba directamente y con crueldad en muchas ocasiones de la muerte.

Se observa en otros textos el abandono y sus consecuencias derivadas de la guerra, como sucede en el cuento ruso “Los dos Ivanes, hijos de un soldado” de Aleksandr Afanasiev el que un campesino es enrolado en el ejército y nunca llega a conocer a sus hijos, pues cuando marcha hacia la guerra su esposa estaba embarazada de mellizos.

En otros cuentos, la guerra no es solo el lugar del que un personaje proviene o un acontecimiento de su vida del que se regresa, sino que sus personajes están inmersos en ella, es su contexto geográfico. Esto sucede en “Mil grullas” (2011), un cuento de Elsa Bornemann, donde se narra la historia de dos niños, Naomi y Toshiro, en el contexto de la bomba de Hiroshima en 1945. Como un actante, la guerra y la bomba en sí irrumpen en la vida cotidiana de la ciudad en general y de estos niños en particular, donde el efecto de la bomba termina separando a los dos niños, y a pesar del intento de Toshiro por detener la muerte de Naomi haciendo mil grullas de origami unidas por una cuerda, la niña muere. Aquí la guerra y sus consecuencias aparecen como algo inexorable: “¿Cómo podían mil frágiles avecitas de papel vencer el horror instalado en su sangre?” (Bornemann, 2011: 10), como se lee en las palabras finales con las que la autora cierra ese relato.

Ilustración de una de la páginas del cuento de Elsa Bornemann "Mil grullas", que representa el momento del estallido de la bomba atómica en Hiroshima el 6 de agosto de 1945, con ilustraciones de Marumont. Material provisto por el autor. Se reproduce con propósitos educativos educativos y de difusión.

Los soldados

Así como aparece la guerra con distintos matices, en numerosos textos de literatura infantil aparecen soldados con distintas características generadas por los enfrentamientos bélicos y sus consecuencias psicológicas o físicas. En algunos cuentos folklóricos ellos son los protagonistas y provienen de distintas guerras, como en “Las princesas bailadoras” según la versión de los Hermanos Grimm, en el que se narra que “un pobre soldado que, habiendo recibido una herida, no podía seguir en el servicio, acertó a pasar por las inmediaciones de la ciudad donde aquel rey vivía. Topóse con una vieja, que le preguntó adónde iba” (Grimm, 2012: 523). También en el cuento de Hans Christian Andersen “El encendedor de yesca” puede leerse: “Por el camino iba un soldado marchando: ¡un, dos, un, dos! Llevaba la mochila a la espalda y un sable al costado porque había estado en la guerra y ahora iba de vuelta a su casa. Y se encontró con una bruja vieja por el camino; era muy fea, el labio inferior le colgaba casi hasta el pecho” (Andersen, 2019: 11).

En los dos textos citados se observa un procedimiento similar: la descripción del soldado que vuelve y el encuentro con una bruja o hechicera que, en un caso, le aconseja lo que debe hacer para descubrir el misterio de los zapatos rotos de las princesas; y en el otro, le propone ganar varias monedas de oro a cambio de una búsqueda exitosa –aunque en este caso el soldado decide matarla para quedarse con el botín–. Los dos son pobres, poseedores de un futuro incierto derivado posiblemente de las consecuencias de la guerra, y por esos motivos son capaces de arriesgar hasta su vida para poder lograr sus deseos económicos y de formar una familia, pues en los dos casos terminan casándose con la hija del rey. El hecho de volver de la guerra muy pobre y con alguna consecuencia física es una constante que se observa en varios cuentos, pues en “Seis que salen de todo” en la versión de los Hermanos Grimm se cuenta que “Había una vez un hombre muy hábil en toda clase de artes y oficios. Sirvió en el ejército mostrándose valiente y animoso, pero al terminar la guerra lo licenciaron sin darle más que tres reales como ayuda de costas” (2012: 250).

La pobreza de los soldados que volvían de la guerra puede verse en un cuento proveniente del folklore ruso compilado por Afanasiev, “El soldado y la muerte”, en el que se cuenta que una vez un soldado dejó de servir al ejército y que mientras volvía a su hogar solo tenía dos galletas para comer, pero que ante el pedido de un anciano le regala una de ellas. En todos estos casos, al tratarse de cuentos pertenecientes a la ficción feérica, aparecen hadas, brujas y encantamientos que hacen que la vida de los soldados cambie, ya sea para terminar siendo reyes o en el último caso recibir como obsequio una bolsa mágica gracias a la cual el protagonista termina siendo inmortal, pues hasta la propia muerte temía ser encerrada en un costal que le regala el hombre al que le obsequia la galleta al inicio del relato, del que solo podría salir con la orden del soldado.

En una obra folklórica, en este caso argentina, con influencias de la cultura española, el “Romance de la Catalina” (canción popular infantil) se describe el encuentro de una mujer llamada Catalina con un soldado:

Estaba la Catalina
sentada bajo un laurel
mirando la frescura
de las aguas al caer.

De pronto paso un soldado
y lo hizo detener.
—Deténgase usted soldado
que una pregunta le quiero hacer.

—¿Usted ha visto a mi marido
en la guerra alguna vez?
—Yo no he visto a su marido
ni tampoco sé quién es.

—Mi marido es alto y rubio
tan buenmozo como usted
y en la punta de su espada
lleva escrito San Andrés.

—Por los datos que me ha dado
su marido muerto es
y me ha dejado dicho
que me case con usted.
—Eso sí que no lo hago,
eso sí que no lo haré
he esperado siete años
y otros siete esperaré
si a los catorce años no viene
a un convento yo me iré
y a mis dos hijas mujeres
conmigo las llevaré
y a mis dos hijos varones
a la patria entregaré.

—Calla, calla, Catalina,
calla, calla de una vez
estás hablando con tu marido
que no supiste reconocer
Así termina esta historia
de una infeliz mujer
que estaba hablando con su marido
y que no podía reconocer
(versión del poema folklórico perteneciente al autor del artículo).

 

 

 

Fragmento en audio extraído de la plataforma YouTube de la canción infantil Estaba la Catalina, de autoría anónima, propia del folklore popular argentino. Arreglos sobre esta interpretación de Esteban Núñez. En voz de Patricia Alarcón Estudio Agles Music. Por tratarse de un fragmento, con propósitos ilustrativos del texto para su mejor comprensión, con fines educativos y de difusión, se exhibe según los términos de la segunda condición del numeral 2 de sus Términos de servicio: "You are a small-scale production company, non-profit, or artist, in which case you may use the YouTube Service to showcase or promote your own creative works", así como del acuerdo establecido en el numeral 9.1 de YouTube respecto a las Licencias para otros usuarios, mediante el que el creador de obra, en este caso de la pieza musical, o los detentores de los derechos patrimoniales, "grant all users of the YouTube Service permission to view your (musical) videos for their personal, non-commercial purposes. This includes the right to copy and make derivative works from the videos solely to the extent necessary to view the videos"
























Aquí el regreso es distinto y está marcado por la confusión y el olvido de Catalina después de siete años de esperar el regreso de su marido, un soldado que fue a la guerra, pero que finalmente tiene un final feliz.

Con otra perspectiva y apelando al recurso del humor, una de las constantes en la literatura infantil, Ema Wolf presenta a un rey que vuelve de la guerra y lo hace a través de un relato muy original:


Las esponjas suelen contar historias muy interesantes, el único problema es que lo cuentan en voz muy baja y para oírlas hay que lavarse muy bien las orejas. Una esponja me contó una vez lo siguiente: En una época lejana las guerras duraban mucho, un rey se iba a la guerra y tardaba treinta años en volver, cansado y sudado de cabalgar, y con la espada tinta en chinchulín enemigo.
Algo así le sucedió al rey Vigildo. Se fue a la guerra una mañana y volvió veinte años más tarde, protestando porque le dolía todo el cuerpo.
Naturalmente lo primero que hizo su esposa, la reina Inés, fue prepararle una bañera con agua caliente. Pero cuando llegó el momento de sumergirse en la bañera, el rey se negó. —No me baño —dijo—. ¡No me baño, no me baño y no me baño!
La reina, los príncipes, la parentela real y la corte entera quedaron estupefactos.
—¿Qué pasa, majestad? —preguntó el viejo chambelán— ¿Acaso el agua está demasiado caliente? ¿El jabón demasiado frío? ¿La bañera demasiado profunda?
—No, no y no —contestó el rey— pero yo no me baño nada (Wolf, 2006: 33).

Ya desde el texto se presenta a un rey que está treinta años en la guerra con todos los horrores de ella, pero detrás del humor al decirse que su espada estaba manchada con los chinchulines de sus enemigos, es decir con sus vísceras, y que a su regreso se niega a bañarse pues extrañaba el contexto de la guerra y dice “¿Qué soy yo, acaso un rey guerrero o un poroto en remojo?” (Wolf, 2006: 34). Finalmente aparece la solución, y es crearle un ejército en miniatura para ponerlo en la bañera con él para que de esa forma no extrañe a sus soldados.

 

Fragmento en audio extraído de la plataforma YouTube del cuento infantil "El rey que no quería bañarse” (2006) de Ema Wolf, en narración de la youtuber argentina Majo. Por tratarse de un fragmento, con propósitos ilustrativos del texto para su mejor comprensión, con fines educativos y de difusión, se exhibe según los términos de la segunda condición del numeral 2 de sus Términos de servicio: "You are a small-scale production company, non-profit, or artist, in which case you may use the YouTube Service to showcase or promote your own creative works", así como del acuerdo establecido en el numeral 9.1 de YouTube respecto a las Licencias para otros usuarios, mediante el que el creador de obra, en este caso de la pieza musical, o los detentores de los derechos patrimoniales, "grant all users of the YouTube Service permission to view your (musical) videos for their personal, non-commercial purposes. This includes the right to copy and make derivative works from the videos solely to the extent necessary to view the videos"

Algunas ideas a modo de cierre

Gracias al recorrido por los textos propuestos puede observarse las diferencias en el tratamiento que se le da a la guerra como tópico en distintas obras de literatura infantil. Las repeticiones de algunas características llevan a pensar que la guerra, en muchos casos en los cuentos, lejos de aparecer criticada aparece como posibilitadora –desde la mirada de René Guénon (1962)– de un orden para terminar con el desorden y de esa forma ascender socialmente. La guerra y sus consecuencias aparecerían, retomando a Juan Eduardo Cirlot, como un “medio para obtener la reintegración de lo marginal” (2014: 238). Si bien puede parecer que lo que se muestra es una visión “edulcorada” del tema no hay que olvidar que, en todos los relatos, la historia comienza cuando el hecho bélico ha terminado. En otros cuentos se evidencia el abandono de la familia, la pobreza, el hambre y la muerte.

En todos los casos las miradas son distintas y lo que se observa es que esos tratamientos tan diversos tienen que ver con las ideas de los contextos de producción de las obras sobre la guerra: mientras que en los relatos folklóricos se la vive con total naturalidad posiblemente porque muchos de ellos se originan en contextos de luchas por los territorios a inicios o durante la modernidad, en los más contemporáneos se la critica y parodia como una manera de rebelarse a ella y contrarrestar sus efectos.

Referencias

  • Afanasiev, Alexander. Cuentos populares rusos. Madrid: Anaya, 2018.
  • Andersen, Hans Christian. Cuentos de Hadas. Buenos Aires, Libros del zorro rojo, 2019.
  • Belmonte, Roman. “La guerra en los libros infantiles”. Donde viven los monstruos: Literatura Infantil y Juvenil, 2022. Disponible en: https://romanba1.blogspot.com/2022/02/la-guerra-en-los-libros-infantiles.html [14/08/24]
  • Bianchi Bustos, Marcelo. Saltar y jugar, andar por los aires… El Folklore literario en el Nivel Inicial. Buenos Aires: Departamento de Literatura Infantil y Juvenil del ILCH, 2023.
  • Bornemann, Elsa. Mil grullas. Buenos Aires: Plan Nacional de Lectura, 2011.
  • Cirlot, Juan Eduardo. Diccionario de símbolos. Buenos Aires: Siruela, 2014.
  • Granata, María. Mambrú se fue a la guerra. Buenos Aires: El Ateneo 1930.
  • Grimm, Guillermo. Todos los cuentos de los hermanos Grimm, Buenos Aires: Antroposófica, 2012.
  • Guénon, René. Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada. Barcelona: Paidós, 1962.
  • Lafontaine, Jean de la. Fábulas completas. Buenos Aires: Sopena, 1952.
  • Oittinen, Riitta, y Blanca-Ana Roig Rechou (coord.). Literatura infantil y juvenil con fondo gris: muerte, naufragios, guerras y desastres. Iudicium Verlag GmbH, 2016.
  • Sánchez Tena, Jesús. Las famosas aventuras del invencible Tipitón. Madrid: Calleja, 1930.
  • Soriano, Marc. La literatura para niños y jóvenes. Guía de exploración de sus grandes temas. Buenos Aires: Colihue, 2001.
  • Wolf, Ema. “El rey que no quería bañarse”. ¡Silencio, Niños! y Otros Cuentos. Buenos Aires: Grupo Editorial Norma, 2006.

1 Fue compuesta por los franceses creyendo que había muerto el militar inglés John Churchill, duque de Malborough, durante la guerra de la independencia. Como el nombre Malborough era difícil de pronunciar para el pueblo se originó el nombre Mambrú. Primero la cantaron los soldados y luego pasó al pueblo en Francia hasta que por influencia de los Borbones llegó a España donde se popularizó.

 

Detalle de la portada del libro infantil Los niños no quieren la guerra, de Eric Battut. Barcelona: Editorial Juventud, 2006. Se reproduce el siguiente material con propósitos educativos educativos y de difusión.

 

La Revolución Mexicana desde el punto de vista de las cuentistas mexicanas del siglo XX1


 

Pilar Mandujano Jacobo
Universidad Nacional Autónoma de México
Centro de Estudios Literarios
pilarjacobo@hotmail.com


Preámbulo

El movimiento armado que acabó con las estructuras socioeconómicas y políticas de México hacia finales de la primera década del siglo XX, fue el preámbulo del escenario sobre el que se edificaría una nueva etapa en la vida del país: asonadas, asesinatos, traiciones e infinidad de muertes. El hecho se convertiría en una fuente inagotable de sucesos y acontecimientos por contar, ya fuera de manera inmediata, a través de los medios de comunicación existentes entonces, o mediante las distintas manifestaciones artísticas, como la pintura, la literatura, el teatro, la música y otras formas discursivas.

Mientras la prensa iba registrando e informando los distintos momentos, avances, retrocesos y contradicciones que el movimiento enfrentaba, el cine creaba sus propios medios de exposición de los hechos: “el documental revolucionario”, a través del cual todo el país se dio cuenta de la confrontación de los grupos alzados en armas y de los federales que los combatían. Mediante las imágenes, la población se enteró de las distintas fracciones o revoluciones en las que se convirtió la lucha armada: la maderista, la del Norte, en los estados de Chihuahua, Sonora y Coahuila, comandadas por las fuerzas villistas, y la del Sur, por los zapatistas.

Fragmento del documental revolucionario Memorias de un mexicano, extraído de la plataforma YouTube bajo la idea y dirección de Salvador Toscano, considerado el primer cineasta mexicano de la historia. Las imágenes del documental completo (de más de una hora y media de duración) fueron grabadas principalmente entre 1897 y 1923. Salvador Toscano no pudo ver finalizada su gran obra materializada en este documental. Sin embargo, en 1940 su hija Carmen Toscano se encargó de llevarla a su realización/producción con apoyo de Secretaría de Educación Pública, cuando se estrenó por primera vez en salas en 1950. Edición del fragmento desde la versión gratuita de la plataforma Filmora Wondershare v. 13., por lo que es inevitable eliminar la marca de agua. Por tratarse de un breve fragmento de menos del 1% de la duración del documental, con propósitos ilustrativos del texto para su mejor comprensión, con fines educativos y de difusión, se exhibe según los términos de la segunda condición del numeral 2 de sus Términos de servicio: "You are a small-scale production company, non-profit, or artist, in which case you may use the YouTube Service to showcase or promote your own creative works", así como del acuerdo establecido en el numeral 9.1 de YouTube respecto a las Licencias para otros usuarios, mediante el que el creador de obra o los detentores de los derechos patrimoniales, "grant all users of the YouTube Service permission to view your videos [or listen the audios] for their personal, non-commercial purposes. This includes the right to copy and make derivative works from the videos solely to the extent necessary to view the videos"

Si por la naturaleza de los medios de comunicación, caracterizados por la inmediatez o la tendencia a la "nota rápida", el hecho revolucionario apareció como una sucesión de acontecimientos diversos y caóticos, al discurso literario le dio tiempo de matizar esa misma información y crear sus propias formas de exposición narrativas, aun cuando el trasfondo fuera semejante al de la prensa: retratar la tragedia que envolvió al país a partir de la segunda década del siglo pasado.

De acuerdo con Luis Leal, uno de los estudiosos más destacados del tema:

La Revolución Mexicana [...] es una de la pocas [revoluciones] que han producido su propio arte, su propia literatura. Faltándoles los antecedentes, y deseando crear una literatura que reflejara el cambio social, los [narradores] crearon sus propias normas forjando una nueva técnica, un nuevo lenguaje, una nueva visión de la realidad social: los ambientes son nacionales, los héroes, los soldados revolucionarios, los asuntos, los incidentes de la lucha armada (Leal, 2000: 6)

Una de las particularidades del tema que debe tenerse presente para ubicar la naturaleza de los discursos y las disciplinas que intervienen en una obra literaria es su esencia ficcional. Por lo mismo, es necesario reiterar que unos son los acontecimientos históricos y los profesionales de la historia (los historiadores) que los transmiten, y otro tema es la recreación de los acontecimientos y el sesgo que le dan los escritores mediante su imaginación a los diversos pasajes de la historia.

Esta diversidad de planos, el de la realidad y el de la imaginación, conlleva a buscar algunas reflexiones en torno a los puntos de encuentro y de distancia entre los discursos de la historia y los discursos de la literatura. Mencionaré los indispensables para ubicar el tema.

Acerca de la relación entre las disciplinas mencionadas, Yorgy Andrés Pérez Sepúlveda considera que “como factor dinámico e inaprensible de nuestra cultura se encuentran la historia y la literatura, en sí mismas, prácticas discursivas que generan sensibilidades y expectativas, mapas cargados de rutas que indican diferentes caminos y dan opciones para el conocimiento sobre el pasado” (en Leal, 2000: 6-5). En cuanto a las diferencias, aprecia Pérez Sepúlveda:

La historia, como disciplina, parte de una identificación con un aparato crítico y metodológico, usa técnicas y recursos que buscan reconstruir un pasado, aproximarse a una experiencia social. Son varias las corrientes interpretativas sobre las que reposa un discurso histórico; todas ellas asumen el pasado como objeto de estudio y recrean un contexto en que la teoría, la síntesis y la generalización suplantan al detalle, la experiencia y el relato. El discurso histórico se impone como verdad; su propio enunciado y estructura no permiten otras intervenciones (en Leal: 6).

Por lo que respecta a la literatura:

En apariencia, la literatura es un artificio, una ficción en la que se dan cita la creatividad y el afán por contar. Ahora bien, lo literario también puede ser asumido como representación del mundo, como cartografía del recuerdo y la memoria, espejismo del alma, un espacio dinámico y alternativo donde se dan cita la comedia y lo trágico, la reflexión y el sentimiento por lo vivido, lo imaginado, la fantasía y, por qué no, lo posible que incluso incorpora la historia (id.).

Entonces, es factible considerar que tanto la historia como la literatura son caminos que permiten el conocimiento, la reflexión y análisis del pasado, como lo son también otras formas del discurso, como el de las artes plásticas o el de la cinematografía.

Para la representación del “pasaje histórico”, el pasado, a través de la literatura, el movimiento revolucionario iniciado en 1910 representa un caso trascendental. En este pasaje me ocupo de revisar el sesgo apreciado en el cuento de la Revolución Mexicana a través de la mirada de las escritoras mexicanas del siglo XX que cultivaron el género, su reflejo estético y temático en los distintos momentos del periodo narrativo marcado por el movimiento revolucionario.

Periodización del cuento de la Revolución Mexicana

Para esta propuesta de revisión se tomarán como punto de partida las apreciaciones de Luis Leal, vertidas, entre otros textos, en su antología Cuentos de la Revolución (1993). La lectura de los mismos promueve, a través de nuestros hombres de letras, el conocimiento de la gesta que tuvo en vilo al país por más de una década. No cabe duda de que por la selección del material y el orden que le dio el autor, el texto resulta didáctico, aleccionador e interesante para un público no especializado en el tema, que está formándose —como en el caso de los estudiantes—, u otros receptores que buscan acercarse al hecho histórico a través de la literatura. La obra muestra claramente la evolución que alcanzó el género, desde los primeros textos aparecidos en la prensa mexicana, como el relato “El apóstol” de Ricardo Flores Magón, impreso en el periódico Regeneración, el 7 de enero de 1911, hasta sus expresiones más acabadas, según la consideración de los críticos, y que fueron publicados cuando la etapa de lucha armada había cesado. De acuerdo con esta última apreciación, la selección de Leal incluye cuentos como “Dios en la tierra”, de José Revueltas; “El llano en llamas”, de Juan Rulfo, o “La fiesta de las balas”, de Martín Luis Guzmán (narración tomada de su novela El águila y la serpiente), entre otras piezas fundamentales de la narrativa de la Revolución Mexicana.

Los revisores del tema marcan la evolución del género del cuento de la Revolución según las distintas etapas que tuvo la conflagración misma. Alfredo Pavón estima escasa la producción del cuento de la Revolución entre 1910-1913, durante el periodo maderista; no así la fase armada posterior, la de 1913-1917, cuando en su opinión el género halló a sus narradores, hecho por el cual el cuento revolucionario se convirtió durante ese período en lo más representativo de las letras mexicanas (Pavón, 1996).

El cuento de la Revolución Mexicana desde la perspectiva de las narradoras

Un aspecto fundamental tiene que ver con las distintas maneras de abordar el cuento de la Revolución Mexicana, así como sus modalidades de representación en todos los ámbitos de la vida nacional. Luis Leal cataloga los distintos modos del género, desde la forma más sencilla en su presentación, que va desde el relato simple de una anécdota o la descripción de un episodio cualquiera hasta las formas más desarrolladas del género, que puede tratarse de “complicados problemas psicológicos o convertirse en sutil sátira social” (Leal, 2000: 6).

Un aspecto relevante del movimiento revolucionario como fenómeno histórico, consiste en tener presente que “la Revolución Mexicana fue un movimiento de masas” (Coronado, 1982). Una primera característica de esta literatura es “su filiación social”; en consecuencia, en las obras más representativas del género “el personaje central es la masa, el pueblo que se ha levantado en armas. Y ese camino lo marca la novela de Azuela, Los de abajo” (Coronado, 1982: 45).

Estas consideraciones cobran sentido al acercarnos a los textos que han sido motivo de innumerables estudios y dieron lugar a las diversas clasificaciones sobre el género de la llamada Literatura de la Revolución Mexicana: narrativa de la Revolución, novela de la Revolución, cuentos de la Revolución, entre otras. 

Dentro de estos géneros o subgéneros surge la pregunta fundamental: ¿cuál fue la visión de las narradoras sobre el hecho que tuvo en vilo al país a partir de la segunda década del siglo XX? ¿Fue distinta a la de los escritores? La respuesta se infiere del análisis realizado sobre los textos de las escritoras de manera individual, pero lo que le da un nuevo sentido a los estudios es abordar a las narradoras en su conjunto, con el material que ofrecen las antologías sobre el tema o las nuevas ediciones de sus obras; ésos son precisamente los aportes de la historiografía literaria actual al campo de estudio de la Narrativa de la Revolución Mexicana.

Las observaciones anteriores orientan la revisión de las compilaciones. Lo primero que se advierte es que la participación de las escritoras con respecto a la de los narradores hombres fue mucho menor. En el caso de la selección de Luis Leal, de los 22 cuentistas-novelistas registrados en su antología, Cuentos de la Revolución, sólo aparecen dos autoras: Carmen Báez y Nellie Campobello. Por lo que respecta a la antología de Xorge del Campo, Cuentistas de la Revolución Mexicana, en nueve tomos (ca. 1985), se aprecia la misma situación: de los aproximadamente sesenta narradores (cuentistas) consignados, cinco son mujeres. Aparte de las dos narradoras que toma en cuenta Leal, del Campo agregó tres escritoras más: María Esther Nájera, conocida como Indiana Nájera, Benita Galeana y Cecilia Herrera, a quien ubica dentro de “autores anónimos” o “desconocidos”.

Una característica general de los relatos sobre la Revolución escritos por esas autoras, de acuerdo con lo seleccionado por los compiladores, es que fueron publicados cuando ya había terminado la lucha armada, al igual que muchos de los que rubricaron los escritores. Esta circunstancia implica una distancia temporal entre los hechos relatados y el narrador; lo cual les permitió a las escritoras optar por dos formas de narración. Como enunciadoras del discurso, le dieron plena voz a un narrador: mediante un personaje contaron sus historias. Introdujeron al narrador intradiegético (cf. Genette, 2003) sin desempeñar otro papel en la trama más que el de narrador (Beristáin: 357), como en el cuento “La Cilindra” de Carmen Báez (1985). Recurrieron también a la más común homodiégesis, donde quien narra participa a la vez de los hechos como personaje (Beristáin: 357).

Nellie Campobello fue una de las autoras que empleó las distintas modalidades de narrador al momento de contar sus historias. En su cuento, “4 soldados sin 30-30” (Leal, 2000: 127) da voz a la niña que observa los acontecimientos desde la puerta de su casa. El personaje, la niña, se ve involucrado en la acción por la amistad que dice tener con el otro personaje de la narración, un soldado al que veía pasar diariamente, hasta que un día, el último de la historia, presenció su paso siendo ya un cadáver.

Las otras piezas de Campobello, recogidas, entre otros, por Xorge del Campo: “Hombre del norte: Cartucho”, “Elías”, “El Kirili”, “Bustillos”, “Bartolo”, “Agustín Gracia” y “Villa”, son relatos sencillos de revolucionarios villistas. Las peripecias de sus vidas y algunas anécdotas ocurridas en la lucha fueron recopiladas por la autora en Cartucho: relatos de la lucha en el norte de México (1931). En la mayoría de ellos, el enunciador del discurso es el narrador homodiegético o el sujeto cognitivo, denominado así éste último por Julius Greimas, el cual se caracteriza por “poseer un saber total o parcial de los hechos relatados, lo que proviene de la circunstancia de que él es un observador y la información que procura contiene su propio punto de vista” (Beristáin: 356-357). Para Luis Leal estos escritos, más que cuentos, son “estampas de la Revolución” (Leal, 1956: 101).

Carmen Báez en su cuento “La Cilindra” [ca. 1946] (Campo, 1985: 99-171) da voz a un soldado; es decir, a un narrador intradiegético quien relata en tercera persona del singular las cualidades de una perrita en el campo de batalla. La anécdota refiere la lealtad de aquélla para con el soldado, Juan Lanas, quien salvó la vida de sus cachorros; por eso la perra trata de impedir el fusilamiento de su protector, al ser ella quien muere en el paredón, obstaculizando así los intentos de ejecución contra Lanas por parte del ejército.

Esta narración posee todos los elementos requeridos por el género “cuento”, si por tal se entiende al “discurso que integra una sucesión de [actos] de interés humano en la unidad de una acción”, de acuerdo con Brémond (Beristáin: 126-127). Esta forma de cuento requiere de un narrador; por su brevedad, de una sola intriga, poco elaborada, reducido el número de personajes y con un final sorpresivo en relación con los cánones del cuento contemporáneo.

Lo más representativo de los relatos de las narradoras, cuentistas del movimiento revolucionario compilados por Luis Leal y Xorge del Campo, es la exposición de los hechos extraídos desde la experiencia y el recuerdo, siendo la voz misma de las relatoras-escritoras la que reconstruye las historias, en las que pueden aparecer más de una intriga y muchos personajes a la vez.

Las narraciones de Indiana Nájera: “Nochebuena”, extraída de Pasajeros de segunda (1950) y “La Peseta”, de Amores de sangre (1964), refieren pasajes sucedidos a los ejércitos del Norte en los campos de batalla. El primer relato (Campo: 79-85) aborda la muerte de un revolucionario que se negó a fusilar a su hijo y el bautizo de una niña recién nacida, según los deseos de su madre moribunda, un 24 de diciembre. “La Peseta” (87-97) cuenta la vida de una adolescente que prefirió ser fusilada antes que poner en riesgo el honor de un capitán (general, después) del ejército federal, que la había protegido y planeaba su huída para salvarla.

Cecilia Herrera, en sus relatos: “La vida en Parral”, “Tenebrosa pesadilla”, “Los villistas, los villistas”, “Un Quijote de verdad”, “En Santa Ana” y “Munguía”, de su libro Francisco Villa ante la historia [1981] (83-103), elabora la crónica de los tantos días turbulentos en los que el ejército villista a su paso asolaba las poblaciones de Chihuahua, Parral, Jiménez, Santa Ana y otras. Cada uno de los relatos, donde se tratan a la vez diversos episodios, situaciones y personajes, describe la angustia y el miedo que padecieron numerosas familias de Parral, que, en su intento de huida a otras localidades de la región, sufrieron los mismos horrores que con su salida buscaban evitar: hambre, persecución y muerte.

Benita Galeana, elaboró el relato de su participación en las filas del Partido Comunista durante el periodo de Plutarco Elías Calles, cuando se estaba institucionalizando el movimiento revolucionario. Sus cuentos giran en torno a una anécdota, tal como lo requiere la composición del género. El relato “Con los soldados”, en primera persona del singular, hace referencia a las sospechas y confrontaciones que se dieron por la posible llegada de Trotsky a México (6-15), “La lucha con los Dorados” (17-21) recoge las diatribas de las células del Partido Comunista con los Camisas Doradas en el periodo callista. Ambos cuentos describen situaciones espontáneas y pareciera que con la intención principal de ser el testimonio político de un momento de la vida del país, ya en el periodo posrevolucionario. Al igual que Campobello, Benita Galeana no cuestiona, ni critica, a la Revolución Mexicana.

A manera de conclusión

Finalmente debe señalarse que de las distintas formas y asuntos tratados por las narradoras de la Revolución, según la muestra elegida para esta revisión se infiere, en primera instancia, la intención de mostrar las distintas facetas del conflicto: odios, crueldades y también heroísmo.

La filiación social del movimiento revolucionario está presente en todos los relatos: la presencia de los pobres, el pueblo levantado en armas, la masa que le da fuerza a la rebelión.

La mirada de las narradoras se mezcla con situaciones sencillas: el nacimiento de una niña, la lealtad de una perra, las tristezas y miedos de niños que padecieron injusticias, etcétera. Sus historias tocaron sucesos y se ocuparon de personajes, si no marginales, sí colaterales a la gran gesta construida por los narradores, donde destacan las batallas cruentas, los ajustes de cuentas, los actos heroicos de los revolucionarios, las grandes traiciones y la considerable corrupción y desánimo que trajo consigo el movimiento armado de hace más de un siglo.

Referencias

  • Aguilar Mora, Jorge, Prólogo y cronografía a Nellie Campobello, Cartucho. Relatos de la lucha en el norte de México. México: Era, 2000.
  • Aguilera Navarrete, Flor E., “La narrativa de la Revolución Mexicana: periodo literario de violencia”, Acta Universitaria, julio-agosto, 2016, 91-102.
  • Berinstáin, Helena, Diccionario de poética y retórica, México, Porrúa, 2003.
  • Campo, Xorge del (ed.), Cuentistas de la Revolución Mexicana, vol. 4, México: Luzbel, 1985, 7-186.
  • Campobello, Nellie, “4 soldados sin 30-30”, Luis Leal (ed.), Cuentos de la Revolución Mexicana, México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2000.
  • Campobello, Nellie, Cartucho. Relatos de la lucha armada en el norte de México. Prólogo y cronografía de Jorge Aguilar Mora. México: Era, 2000.
  • Coronado, Juan, “La narrativa de la Revolución Mexicana”, Thesis, núm. 13, 1982, 44-51.
  • Leal, Luis, Breve historia del cuento mexicano, México: Ediciones de Andrea, Colección: Manuales Studium, núm. 2, 1956.
  • Leal, Luis, Cuentos de la Revolución, México: UNAM, Coordinación de Humanidades, Colección: Biblioteca del Estudiante Universitario, núm. 102, 2000.
  • Leal, Luis, “La Revolución Mexicana y el cuento”, en Paquete: cuento (La ficción en México), Alfredo Pavón (ed.), México: Universidad Autónoma de Tlaxcala/INBA, 1990.
  • Pavón, Alfredo. “La herencia de Luis Leal", prólogo a El cuento mexicano moderno. Homenaje a Luis Leal, Sara Poot Herrera (ed.), México: Universidad Nacional Autónoma de México, Difusión Cultural, Colección: Textos de Difusión Cultural, Serie El Estudio, 1996.
  • Pérez Sepúlveda, Yorgy Andrés, “La relación entre la historia y la literatura: (con) fusión para (re) presentar la experiencia (des) humana”, Argos, junio, 2012. En: www.scielo.org.ve/scielo.php?script=sci_arttext&pid=sS054-16372012000100004 (Fecha de consulta: 15, junio, 2022).
  • Sánchez Carbó, José, “El cuento de la revolución Mexicana y los personajes periféricos”, Puebla: Universidad Iberoamericana, 1-20. En: www.iberopuebla.mx/ (Fecha de última consulta: 15 de junio, 2022).

1 El presente artículo forma parte de una investigación más amplia que he venido trabajando desde hace algunos años. La inicié en una jornada académica en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales en la Universidad Nacional Autónoma de México.

Detalle de la portada de la primera edición de la antología editada por Luis Leal. Fotografía cedida a cargo de la autora, propietaria de la edición. Para efectos educativos y de difusión.

 

El río “Bellese” en el mapa de Nathaniel Uring de 1726

 

Carlos Conover Blancas
Universidad Nacional Autónoma de México
Instituto de Investigaciones Filológicas
cem.conover@gmail.com

El presente artículo de divulgación constituye una invitación a navegar por los mares y los ríos del Golfo de Honduras. Su objetivo principal es dar a conocer un mapa elaborado por un capitán británico a comienzos del siglo XVIII, cuyo nombre fue Nathaniel Uring. La trascendencia del documento radica en que representó el río Belice y registró por primera vez el topónimo “Bellese”. Su comprensión implica el estudio de una tierra de mayas rebeldes, la cual fue disputada por dos imperios de la Edad Moderna (véase la figura 1).

Figura 1. El río “Bellese” en el mapa del capitán Nathaniel Uring de 1726.

Detalle del mapa: Nathaniel Uring, An Exact Draught of the River of Bellese as High as the Barcadares. A New Draught of the Bay of Honduras by Capt. Nathaniel Uring, 1726, The John Carter Brow Library, https://jcblibrary.org/ Material provisto por el autor. Dominio público.

1. Nathaniel Uring, tras la elusiva gloria marítima

Nathaniel Uring fue un capitán británico que surcó los mares americanos durante las dos primeras décadas del siglo XVIII. Nació en el pueblo de Walsingham, condado de Norfolk, Inglaterra, en 1682.

El joven Uring navegó entre Irlanda, Barbados y Virginia de 1697 a 1698. Sus bautizos navales fueron la captura por parte de un corsario francés en las Antillas Menores, así como el incendio de su nave en la bahía de Chesapeake (Estados Unidos de América). Posteriormente, en el año de 1700, formó parte de la flota comandada por el almirante Sir George Rooke, enviada al Mar del Norte, para hacer frente a los competidores neerlandeses. Un año después fue segundo al mando del Martha, un barco negrero que compró esclavos en Loago (República Democrática del Congo) y los vendió en la isla antillana de Nieves (San Cristóbal y Nieves).

Uring vivió venturas y desventuras durante la primera década del siglo XVIII, caracterizada por el conflicto internacional en que se transformó la Guerra de Sucesión Española (1702-1713). Fue reclutado como guardiamarina en el St. George, barco de línea de 96 cañones en 1702. A bordo de dicha nave participó en el frustrado desembarco anglo-neerlandés en Cádiz, y en el asalto a la Flota de Indias en el litoral de Vigo, España. Posteriormente, logró ser separado del St. George, y obtener el comando de barcos de transporte y de correos entre Inglaterra, Norteamérica y las Antillas Menores de 1702 a 1710.

El capitán Uring dejó el servicio del Rey en 1710 para dedicarse al comercio. Primero, traficó entre varios puertos en el Golfo de Guinea. Después, participó en el contrabando entre Jamaica y el reino de Guatemala. De hecho, naufragó en la costa de Honduras, y la recorrió desde la bahía de Trujillo hasta Cabo Camarón, en Honduras.

De regreso en Jamaica, en 1712, Uring recibió una patente de corso y el comando de la fragata Hamilton, armada con 20 cañones. Puso rumbo a Laguna de Términos, y describió la vida de los cortadores de palo de tinte.1 Sin mayores incidentes, y con la feliz carga de 70 toneladas de palo de tinte, el corsario regresó al Viejo Mundo. Durante los años siguientes, de 1713 a 1719, se hizo a la mar rumbo a Tunicia, Florencia, Lisboa, Boston y las Azores.

El capitán regresó a América en 1720. Compró un barco y géneros en Jamaica, y se dirigió al Golfo de Honduras. Para su mala suerte, naufragó en el llamado “Arrecife de los Cuatro Cayos”, afrontó la insubordinación de su tripulación y perdió la mitad de su carga. Fue rescatado por su socio, el capitán Wyer, el cual se alarmó al no verlo llegar a la desembocadura del río Belice.

Detalle de los territorios centroamericanos de Honduras, Nicaragua, este de Guatemala, El Salvador y Belice, con base en planos de cartografía contemporánea. Se desconoce la autoría de la proyección. Se reproduce este material con fines educativos y de difusión.

Uring adquirió una goleta atacada por la broma, un parásito de las aguas del Caribe, y pasó cinco meses reparándola en el litoral de Belice. El comerciante no dejó de enviar sus mercancías al interior del río Belice, a un punto llamado “Barcadares”, para venderla a los cortadores de palo de tinte. Además, aprovechó la estancia para explorar las lagunas y los arroyos de la región, tomar noticias particulares de los árboles de palo de tinte, así como de la manera de cortarlos y sacarlos de los bosques. Sobre los hombres que se dedicaban a la tala de los árboles y procesamiento de la madera, escribió lo siguiente:

Los cortadores son generalmente una partida ruda y alcohólica, algunos de los cuales han sido piratas, y la mayoría de ellos marineros; su deleite principal es beber, y cuando abren un cuarto de barril o una pipa de vino, ellos raramente se mueven mientras haya uno cerca. Sucede lo mismo cuando abren una pipa o una botella de Ale o Sidra, manteniéndose juntos a veces una semana, bebiendo hasta caer dormidos; y cuando despiertan, hacen lo mismo (Uring: 355).

Una vez reparada su nave, Nathaniel Uring retornó a Jamaica y, posteriormente, a Inglaterra. Retornó a América en 1722 como diputado gobernador de la isla de Santa Lucia, en las Antillas Menores, cuyo gobernador era el duque de Montagu. Arribó al mando de una empresa colonizadora integrada por 444 personas, transportados en 6 barcos, todos bajo la escolta de HSM Winchelsea. Apenas desembarcó en Santa Lucia recibió la advertencia francesa de desalojar aquel territorio en un plazo de 15 días. Sin embargo, Uring construyó una batería, preparó a sus hombres para la defensa y solicitó el auxilio de las fuerzas militares y navales inglesas de Barbados. Los franceses desembarcaron 1,400 hombres y, sin el respaldo de las autoridades locales, acordaron los términos de la evacuación en enero de 1723.

Nathaniel Uring regresó a Londres, donde cambió el astrolabio y la espada por la pluma. Publicó dos obras con poco más de un año de diferencia entre ellas. Estas fueron:

  • A Relation of the Late Intended Settlement of the Islands of St. Lucia and St. Vincent, in America. Londres: J. Peele, 1725.
  • A History of the Voyages and Travels of Capt. Nathaniel Uring. With New Draughts of the Bay of Honduras and the Caribbee Islands; and Particularly of St. Lucia, and the Harbour of Petite Carenage; into which Ships may Run in Bad Weather, and be Safe from all Winds and Storms. Very Useful for Masters of Ships that Use the Leeward Island Trade, or Jamaica. Londres: W. Wilkins para J. Peele en Locke’s Head, 1726.

2. El sureste de la península de Yucatán, de la resistencia maya al enclave británico

La frontera sureste de la gobernación novohispana de Yucatán comprendía un territorio bajo los términos de las villas de Bacalar y Valladolid a inicios del siglo XVII. La población maya de la región había formado parte de los cuchcabales prehispánicos de Cochuah y Uaymil-Chetumal, dos de los que combatieron contra los españoles con mayor tenacidad durante la Conquista (Chamberlain: 62-63).

Los mayas mantuvieron una resistencia al dominio de la Corona en ese confín de la Nueva España, relacionándose con el reino independiente de Petén Itzá y con otros grupos insumisos de la llamada “montaña”. Una de sus rebeliones, lideradas por el pueblo de Tipú, situado en la ribera del Macal, tributario del Belice, causó el colapso de la autoridad del ayuntamiento de la villa de Salamanca de Bacalar entre 1638 y 1642. La coyuntura local coincidió con un entorno internacional adverso para la monarquía española, la Guerra de los Treinta Años (1618-1648). Durante el conflicto, diversos piratas asaltaron la villa de Bacalar y obligaron a sus vecinos a replegarse hacia el Norte, dificultando todavía más el control de los mayas rebeldes (Diego Lucifer de los Reyes, 1642; Abraham Blauvelt, 1648 y 1652). Incluso, durante la segunda mitad del siglo, la tierra fronteriza se contrajo hasta el llamado “partido de Tihosuco” (Jones, 1989).

Las autoridades provinciales emprendieron campañas para pacificar, congregar y trasmigrar a los mayas de las entidades políticas autónomas o independientes del sureste peninsular a partir de la década de 1670.

Los primeros fueron los habitantes de Tipú, que sufrieron una expedición militar en 1678. Posteriormente, durante la década de 1790, los tipuanos se dividieron en dos grupos. El primero, adepto a los itzaes, migró a la laguna de Flores, y se estableció en el pueblo de Yalain. El segundo, leal a la Corona, fue intermediario ante los itzaes, prestó sus servicios a la guarnición española que se estableció en su asentamiento y fue reubicado en la ribera de la laguna de Flores en 1708.

La segunda entidad política maya en afrontar una incursión española fue la Yxpimienta, en el año de 1687. Alrededor de 1,500 personas fueron congregadas en 9 pueblos, cuya cabecera fue Santa Clara Chichenhá (ubicado en la frontera entre el municipio campechano de Calakmul y el quintanarroense de Othón P. Blanco). Las autoridades yucatecas, incluso, instituyeron un convento franciscano y fundaron un presidio militar. La población de Chichenhá perduró durante el siglo XVIII, y tuvo un lugar destacado en la historia del Yucatán decimonónico (Rocher: 105).

No conformes con estos triunfos los españoles sometieron a los itzaes. El gobernador Martín de Urzúa abrió un camino a la laguna de Flores hasta arribar a ella a inicios de 1697. Sostuvo negociaciones con los dirigentes mayas mientras —como Hernán Cortés en México-Tenochtitlán— construía una nave capaz de transportar su ejército hasta la capital lacustre. Urzúa dirigió a 180 soldados a bordo de su embarcación el 13 de marzo de 1697, venció a una flota de indígenas transportados en piraguas y derrotó a los defensores de la ciudad. Posteriormente, los españoles establecieron un presidio en Petén Itzá (Caso, 2002).

Cabe mencionar que las expediciones organizadas por las autoridades de Mérida entre 1678 y 1697 sometieron a las principales entidades políticas mayas autónomas o independientes de la frontera suroriental de la Península. Pero el control obtenido sobre los mayas de la región no fue total: muchos huyeron a las selvas para continuar viviendo en libertad. Además, hubo incontables comunidades, algunas de tan sólo unas cuantas casas, que se mantuvieron insumisas.

Como proceso paralelo a la contienda hispano-maya, se desarrolló el arribo de los ingleses durante la segunda mitad del siglo XVII. Las autoridades yucatecas informaron al virrey de la presencia de “filibusteros ingleses” en la desembocadura del río Belice en 1657. Sin embargo, contrabandistas, piratas y cortadores de palo de tinte se asentaron en la región a partir del año de 1670 (Bracamonte y Solís: 450).

La reacción española tuvo lugar en el tránsito del siglo XVII al XVIII, cuando el mismo gobernador Martín de Urzúa, sojuzgador de los itzaes, envío varias expediciones de desalojo por mar y tierra. Unos años después, el gobernador interino Álvaro de Rivaguda mandó una expedición de reconocimiento al río Belice que ubicó un nuevo asentamiento inglés.

Dibujo a carboncilllo de autoría desconocida contenido en las páginas del libro Palo de tinte. Motivo del conflicto entre dos naciones 1670-1802. Material proporcionado por el autor del artículo. Dominio público.

Posteriormente, hecho de gran trascendencia histórica, la Corona ordenó eliminar a los cortadores de Laguna de Términos en 1716. Los virreyes novohispanos Fernando de Alencastre Noroña y Silva, así como Baltasar de Zúñiga y Guzmán, coordinaron a las autoridades de Veracruz, Tabasco y Yucatán para realizar las operaciones de desalojo, establecer una guarnición y construir una fortaleza entre 1716 y 1717.

Expulsados de la fachada occidental de Yucatán, los británicos migraron a los ríos del suroriente peninsular. Sin darles tregua, el gobernador Antonio Cortaire y Terrenos despachó expediciones de corsarios y guardacostas en 1722, 1723 y 1724. Mientras tanto, el virrey marqués de Casa Fuerte y el capitán de la armada de Barlovento, Rodrigo de Torres, organizaron una gran armada para efectuar un crucero por la costa oriental durante 1725 (Antochiw: 109, 113-114).

3. Un dibujo exacto del río “Bellese”

Nathaniel Uring trazó el primer mapa británico del curso del río Belice en su obra autobiográfica, publicada en Londres el año de 1726, el cual tituló: An exact draught of the river of Bellese as high as the Barcadares. Por si fuera poco, el dibujo del río fue representado junto a un mapa del Golfo de Honduras, que se transformó en la base de las representaciones cartográficas inglesas durante el resto del siglo XVIII. No menos importante, nombró por primera vez al torrente con el topónimo “Bellese”.

Respecto al mapa del Golfo de Honduras, que lleva por título A new draught of the Bay of Honduras by Capt. Nathaniel Uring, cabe plantear que constituyó una revolución cartográfica porque hasta ese momento los ingleses utilizaban proyecciones derivadas de los mapas de los cosmógrafos españoles Alonso de Santa Cruz y Juan López de Velasco, elaboradas en el siglo XVI. De igual trascendencia, el mapa registró la toponimia británica de cayos, ríos y otros espacios del litoral beliceño (figura 2).

Figura 2. Detalle de la Bahía de Honduras representada cartográficamente en A new draught of the Bay of Honduras by Capt. Nathaniel Uring (1726)

Se muestra la bahía en el área del Golfo de Honduras, con diversas toponimias producto de las exploraciones británicas de Nathaniel Uring. Al Norte, puede ubicarse la representación del río “Bellese” mostrado en la Figura 1. The John Carter Brow Library, https://jcblibrary.org/ Material provisto por el autor. Dominio público.

Uno de los primeros cartógrafos en retomar dicho mapa fue Samuel Penhallow, cuya carta fue elaborada para Charles Wager, "First Lord of the Admiralty", es decir, el responsable de la Marina Real Británica. Este segundo mapa debió ser producido entre los años de 1733 y 1742, durante los cuales Wager ejerció su cargo. Fue una época trascendental para la historia del Golfo de Honduras, pues los crecientes ataques de los guardacostas y corsarios españoles en la región se transformaron en una de las principales causas por las cuales la Gran Bretaña declaró a España la llamada Guerra de la Oreja de Jenkins. Aquellos fueron años en los que la Corona británica determinó apoyar a los cortadores y enviar una expedición anfibia para fundar una colonia en la isla de Roatán, Honduras.

El capitán Nathaniel Uring destacó en su mapa los siguientes parajes del torrente: “Haul over”, para la desembocadura Norte; “Poor man’s rest” para un banco de arena; “Red’s Lagune”, para una laguna; “Youth Age” para otro banco; “12 mile creek” para un arroyo; “8 mile creek” para otro arroyo; “4 mile creek” para un arroyo más; “2 mile tree”, para un árbol que debió ser significativo; “Crooked creek”, para el penúltimo arroyo, y “Musle creek” para el último arroyo. De todos estos parajes destaca el de “Barcadares”, presente en el título del mapa. El propio capitán explicó la trascendencia del lugar en la relación de su viaje a la Bahía de Honduras: “Los leñadores, durante las crecidas, moran en los Barcadares, que están cuarenta y dos millas río arriba, donde han construido sus chozas sobre bancos bastante altos, que apenas los mantienen fuera del agua en la época de las crecidas” (Uring: 357). Acaso la palabra tenía un origen español. El historiador franciscano fray Diego López de Cogolludo mencionó que los españoles que viajaban desde Bacalar seguían una ruta por el río Nuevo, atravesaban un tramo de tierra firme, dominado por un gran pinar, y arribaban a un río que llamaban “Cancanilla”, en el cual había “un puente de piedra naturalmente formada”. Desde ese paraje, se andaba hasta el pueblo de Lucu, embarcadero para Tipú, principal asentamiento del sistema del Belice (López Cogolludo: 483-484).

Por otra parte, como se mencionó, Uring fue el primero en registrar el topónimo “Bellese” para referirse al río Belice. Sobre el origen y significado de este topónimo hay un gran debate. La voz “Balix” fue registrada por primera vez por el dominico José Delgado para referirse a la desembocadura sur del río Belice en su viaje de 1677. La palabra, en español, fue cambiando hacia Baliz, Valis, Valiz, Valix, Walis, Waliz y Walix. Por su parte, los ingleses registraron la voz Bullys en 1705. El término “Bellese” consignado por Uring se transformó en “Belleze” durante la década de 1730, y derivó en “Balize” y Belize a principios del siglo XIX.

Ahora bien, la historiografía de Honduras Británica, después Belice, sostuvo desde el siglo XIX que la voz “Belize” proviene del nombre de un pirata escocés llamado Peter Wallace, el cual fundó un asentamiento en la desembocadura del río Belice en algún momento del siglo XVII (Toussaint: 22-23). Posteriormente, Eric S. Thompson propuso que el topónimo Belice derivó de la voz “Balix” registrada por Delgado en 1677; la cual, a su vez, era la hispanización de una palabra del idioma maya yucateco que significaba “aguas fangosas” (Thompson: 31). Recientemente, Barbara y Victor Bulmer-Thomas analizaron la historiografía referente al pirata Peter Wallace y concluyeron que el personaje fue una invención. Además, identificaron el Balix registrado por el dominico Delgado con la desembocadura sur del Belice, llamada hoy en día Haulover. Siguiendo al mismo Delgado, propusieron que el río Belice era llamado Tipú por los españoles durante los siglos XVI y XVII (Bulmer-Thomas, B. y Bulmer-Thomas T.). Por su parte, Mathew Restall planteó que el topónimo Belice derivó de la expresión en maya yucateco bel Itzá, que significaría “camino al Itzá” (Restall: 30-32). Finalmente, el lingüista Cédric Becquey, investigador del Centro de Estudios Mayas en el Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México considera que, desde un punto de vista lingüístico, el origen más probable es precisamente el apellido “Wallace” (Cédric Michel Marie Becquey Dognin, comunicación personal). Indudablemente, la discusión sobre el origen del topónimo Belice sigue abierta a la investigación académica. El mapa elaborado por el capitán Nathaniel Uring tiene un enorme valor para comprender este proceso, y de cómo los imperios de la Edad Moderna nombraron y renombraron los más distintos rincones del orbe como parte de sus confrontaciones.

Referencias

  • Antochiw, Michel, Barcos y corsarios campechanos. El despertar de la Marina Nacional. México: Gobierno del Estado de Campeche, 2009.
  • [Books LLC], Trees of the Yucatán. Memphis: Books LLC, 2010, p. 28.
  • Bracamonte y Sosa, Pedro, y Gabriela Solís Robleda, “Insumisos e idólatras. Los mayas del Caribe Peninsular durante la Colonia”. El Caribe Mexicano. Origen y formación siglos XVI y XVII, Carlos Macías Richard (coord.). México: Universidad Autónoma de Quintana Roo, Miguel Ángel Porrúa, 2006. 426-522.
  • Bulmer-Thomas, Barbara y Victor Bulmer-Thomas, “The Origins of the Belize Settlement”, TEMPUS Revista en Historia General, 4 (2016): 137-160.
  • Caso Barrera, Laura, Caminos en la selva: migración, comercio y resistencia, mayas yucatecos e itzaes, siglos XVII-XIX. México: El Colegio de México, Fondo de Cultura Económica, 2002.
  • Chamberlain, Robert Stoner, Conquista y colonización de Yucatán, 1517-1550. México: Porrúa, 1974.
  • López De Cogolludo, Diego, Historia de Yucatán, Madrid: Juan García Infanzón, 1688.
  • Jones, Grant D., Maya Resistance to Spanish Rule. Time and History on a Colonial Frontier. Albuquerque: University of New Mexico, 1989.
  • Restall, Matthew, “Creating ʻBelize’: The Mapping and Naming History of a Liminal Locale”, Terrae Incognitae, 51,1 (2019): 5-35.
  • Rocher Salas, Adriana D., “La vicaría de Chichanhá y la provincia franciscana de San José de Yucatán”. Arte e historia en el sur colonial de Quintana Roo, siglos XVI-XVIII, Juan Manuel Espinosa Sánchez (coord.). México: Universidad Autónoma de Quintana Roo, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Secretaría de Cultura de Quintana Roo, Plaza y Valdés, 2011. 97-108.
  • Thompson, Eric S., Maya Hieroglyphs Without Tears. Londres: British Museum, 1972.
  • Toussaint Ribot, Mónica, Belice: una historia olvidada. México: Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 1993.
  • Uring, Nathaniel, A Relation of the Late Intended Settlement of the Islands of St. Lucia and St. Vincent, in America. Londres: J. Peele, 1725.
  • Uring, Nathaniel, A History of the Voyages and Travels of Capt. Nathaniel Uring. With New Draughts of the Bay of Honduras and the Caribbee Islands; and Particularly of St. Lucia, and the Harbour of Petite Carenage; into which Ships May Run in Bad Weather, and Be Safe from all Winds and Storms. Very Useful for Masters of Ships that Use the Leeward Island Trade, or Jamaica. Londres: W. Wilkins para J. Peele en Locke's Head, 1726.

1 El palo de tinte o palo Campeche (Haematoxylon campechianum L.) es un árbol espinoso que alcanza una altura de 10 a 15 metros y un diámetro de 45 a 80 centímetros. Su corteza es de color pardo grisáceo a pardo amarillento, y su textura escamosa, dividida en piezas pequeñas y cuadradas o longitudinales. Su madera es dura y pesada, el duermen es de color naranja, y cambia de color a rojo oscuro con la exposición al aire. Contenía una sustancia tintórea, hoy llamada hematoxilina, con la cual se podía teñir lana y sede de los colores negro, azul, amarillo, violeta, rojo y morado. El palo de tinte era una madera tintórea aprovechada por los mayas desde la época prehispánica para teñir sus telas. Los españoles descubrieron sucalidad y comenzaron su tráfico a Sevilla durante el reinado de Felipe II. Los ingleses, por su parte, comprendieron el valor de la tintórea a mediados del siglo XVII (Books LLC, 2010: 28).

 

 

NOTA DE DIVULGACIÓN


 

Guerra, idioma y lenguaje: del léxico al discurso


Enrique Meléndez Zarco
Universidad Nacional Autónoma de México
Posgrado en Lingüística
zarcounam@gmail.com

 

La guerra constituye un fenómeno sociopolítico de orden nacional e internacional que ha estado presente a lo largo de los siglos en el marco de la historia, con costos, a menudo, devastadores para el género humano. Son muchos los ejemplos y muchas las motivaciones que esta ha perseguido en diversas circunstancias, como la Revolución francesa, la Primera Guerra Mundial, la Revolución mexicana, la Revolución rusa, la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Civil Española y la Guerra de Vietnam, por mencionar solo algunas muestras de una larga y compleja lista que ha implicado una serie de cambios o reacomodos en el terreno geopolítico, con consecuencias en lo económico, social y cultural. Su expresión es posible ubicarla en múltiples y vitales campos propios del ser humano. Entre ellos hablaremos aquí de su relación con el idioma y el lenguaje.

Una de las disciplinas donde el vínculo guerra, idioma y lenguaje puede ser examinado a cabalidad y ofrecer reflexiones interesantes y muy reveladoras tanto en perspectiva sincrónica como diacrónica es la lingüística, ya que se trata de una ciencia humanística que se ocupa de analizar las lenguas del mundo en su sistematicidad, características internas, sus raíces sociales, históricas, culturales, etc., y cómo se reflejan en la mente humana (Lara, 2006). Se trata de una disciplina que examina un patrimonio intangible (la lengua) que los seres humanos recibimos como parte de una herencia secular de nuestros antepasados, los que nos precedieron dentro de una determinada colectividad, al tiempo que un producto que nosotros mismos actualizamos y reinventamos en la práctica cotidiana las 24 horas del día y que descansa en una facultad biológica-neuronal innata (el lenguaje), con la cual podemos comunicarnos los más de 8,000 millones de seres humanos que cohabitamos el planeta. Acaso por esa íntima relación, las más de las veces, los seres humanos somos poco conscientes de cuánto implica ser usuarios de la lengua que hablamos, y por tanto, de la importancia de investigar profesionalmente la palabra en su uso individual e interaccional. Al respecto, José Moreno de Alba resalta en Minucias del lenguaje la trascendencia de abocarse al ámbito idiomático:

A mi entender la verdadera justificación de la gramática (y, obviamente, de la lingüística) está en el hecho de que mediante el conocimiento y la reflexión sobre nuestro propio idioma se obtiene sin duda una conciencia más clara de nosotros mismos como seres humanos, mos como producto y causa de [una] determinada cultura” (Moreno de Alba, 1992: 191). como elementos de una historia y miembros de una enorme comunidad que habla una misma lengua y que por ende conforma una sola cultura (Moreno de Alba, 1992: 191).

Para este investigador el análisis de la lengua (o del idioma) permite advertir un crucial proceso bidireccional, pues como apunta más adelante: “Conociendo a fondo nuestra propia lengua, estaríamos, qué duda cabe, conociéndonos a nosotros misSin duda, una postura que ha sido avalada por destacados lingüistas de relevancia global como Concepción Company (2009), quien ratifica que a través del estudio lingüístico se pueden hacer evidentes aspectos culturales no fácilmente aprehensibles a primera vista; gracias a que compartir una lengua otorga una idiosincrasia cultural es posible, según ella, aproximarse lingüísticamente a la organización conceptual del ser humano, a su manera de actuar, percibir y sentir en coordenadas espacio-temporales precisas. Es por ello que el análisis lingüístico conduce, a su vez, a un examen filológico, entendiendo la filología como la disciplina que busca en los textos orales o escritos la cultura o identidad de un pueblo (cf. Company, 2017), una ciencia que investiga el “espíritu” del pueblo (o de un conjunto de pueblos hermanados entre sí) a través de su manifestación lingüística dentro de un marco histórico que lo determina y explica (cf. Lope, 2005).

Momento del rompimiento de las relaciones de paz entre la Unión Soviética, bajo el régimen de Nikita Krushev, y la República Popular de China, con Mao-Tsé-Dong a la cabeza. La imagen muestra a Krushev con el secretario de Asuntos Exteriores del régimen de Mao, en algún momento durante de la década de los sesenta. Las consecuencias de este rompimiento fueron el establecimiento de relaciones entre los EstadosUnidos y la República Popular China. Se ha considerado en la geopolítica contemporánea como uno de los eventos clave de la Guerra Fría. No se conocen restricciones de derechos de autor. Se reproduce aquí con fines educativos y de difusión. 

A nivel léxico-semántico, el Diccionario de la lengua española revela cómo el fenómeno beligerante y universal que es la guerra ha tenido un influjo notable, en el caso concreto de la lengua española. La palabra guerra es un sustantivo de origen germánico (werra), cuyo significado etimológico es ‘pelea’, ‘discordia’. El Diccionario; consigna sincrónicamente diversas acepciones vinculadas con las nociones de 'pugna', 'combate' o 'enfrentamiento', con la peculiaridad de que se postula como el significado básico de dicha palabra el de ‘desavenencia y rompimiento de la paz entre dos o más potencias’, lo que evidencia no solo una continuidad histórica en términos semánticos (pues tal significado es afín al originario), sino también una continuidad de tipo factual, ya que este uso no es ajeno a las tensas condiciones políticas que actualmente el mundo ha vivido y padecido con correlatos flagrantes y sangrientos en el pasado. Así pues, al ser la guerra un fenómeno frecuente entre las naciones, no resulta extraño que, junto a la pluralidad de significados que se asocian a la palabra, convivan, en la lengua española, una serie de locuciones que ofrecen matices lingüísticos, militares y sociales referentes a esta catastrófica esfera, por ejemplo: guerra abierta (‘enemistad, hostilidad declarada’), guerra nuclear (‘guerra en que se utiliza armamento atómico’), guerra campal (‘batalla general y decisiva entre dos ejércitos’), guerra civil (‘guerra que tienen entre sí los habitantes de un mismo pueblo o nación’), guerra biológica (‘guerra en que se utiliza armamento biológico’), guerra sin cuartel (‘guerra en que los contendientes están dispuestos a luchar hasta morir’), prueba de que lo que es cultural y cognitivamente relevante (y ostensible para una comunidad) siempre encuentra convencionalización y código.

Fragmento de una fotografía de autoría desconocida publicada en ña plataforma yoInfluyo, en 'Una guerra sin cuartel. Tercera parte' de 'La Hija de Cortés'. Tomada de https://www.yoinfluyo.com/columnistas/la-hija-de-cortes/una-guerra-sin-cuartel-tercera-parte/. No se conocen restricciones de derechos de autor. Se reproduce con fines educativos y de difusión.

Aunado a este vocabulario vigente que proporciona el Diccionario y que circula profusamente en diversos medios de comunicación locales e internacionales (como la radio, la prensa y la televisión), a la par que en las redes sociales, destaca el componente conceptual de las metáforas, producto de una capacidad asociativa innata, no exclusiva de la literatura o del genio poético de los escritores, sino común a la creatividad e interrelación de todo el género humano con facultad para comunicarse mediante el lenguaje a través de un idioma particular. En su ya clásico libro Metáforas en la vida cotidiana, Lakoff y Johnson (1998) advierten del carácter natural de las metáforas en el día a día de los seres humanos tanto a nivel de lenguaje como de pensamiento y de acción. Y justamente, entre los ejes cognitivos detonadores de metáfora a los que el autor hace referencia, se encuentra el dominio de la guerra que, a su vez, se interseca con otros, asimismo, trascendentales, debido a que la esencia de la metáfora desde esta aproximación teórica estriba en concebir una entidad en términos de otra. De este modo, la guerra puede traducirse lo mismo en términos de discusión-argumentación (como en sus opiniones sobre política son indefendibles), de amor (los enamorados lucharon por su relación contra viento y marea) o bien de economía (la inflación atacó el bolsillo de los mexicanos), por poner algunos ejemplos de metaforización en nuestro idioma.

Ahora bien, uno de los grandes desarrollos de la lingüística contemporánea ha sido precisamente superar el límite de la gramática o del léxico (vistos en abstracción) para dar paso a la observación de fenómenos lingüísticos que implican unidades mayores en contexto, con todo y que anteriormente se haya afirmado que el uso de la lengua (también llamado parole o actuación) era inadecuado como objeto de estudio por su naturaleza cambiante e impredecible (Parodi, 2008). Con este espíritu disciplinas como la hermenéutica, la pragmática y el análisis del discurso, que, aunque con orígenes, enfoques y procesos evolutivos distintos (Nadal, 2018), han demostrado la necesidad de considerar de forma integral aspectos gramaticales y extralingüísticos para efectos de la interpretación científica.

Por lo que se refiere al análisis del discurso, este tiene como finalidad principal indagar en torno a la relación entre lenguaje, sentido y vínculo social (Charaudeau, 2009a), por lo que el acontecer de la guerra en la comunicación o incomunicación humana no le es, desde luego, indiferente. De la variedad de discursos en que se ha observado dicho fenómeno sobresale el discurso político, entre otros, desde un enfoque crítico:

El discurso político es tal vez uno de los tipos de discurso más estudiado en América Latina y no nos sorprende porque las decisiones en el mundo de la política afectan la vida de todos. Los lingüistas críticos dan cada vez mayor atención al discurso político, porque se dan cuenta de que las manipulaciones del sistema lingüístico puestas en práctica por los políticos no son diferentes a las manipulaciones que se observan en la vida cotidiana (Bolívar, 2003: 22).

En efecto, el discurso político dista de ser una producción lingüística objetiva e inocente, como habitualmente algunos dirigentes intentan hacer creer a los ciudadanos de distintos países: cada una de las palabras que se utilizan por escrito o de manera oral, en el ámbito informal u oficial, están impregnadas de intencionalidad y obedecen a un conjunto de intereses. Hay toda una gama de estrategias discursivas que el político y la institución que él representa ponen en juego en aras del mantenimiento o consecución del poder estatal. No olvidemos que el hombre político “se encuentra en una situación cuyo objetivo esencial es la incitación a hacer, que lo lleva a querer atraer la simpatía de la mayor parte del público” (Charaudeau, 2009b: 284), por lo cual el uso retórico o persuasivo de la palabra es crucial para lograr la meta fijada.

Fotografía de autoría desconocida de Winston Churchil en el momento de su discurso ante el Parlamento Británico que significó en la declaración de guerra contra la Alemania nazi, de Adolf Hitler. No se conocen restricciones por derechos de autor. Se reproduce aquí con fines educativos y de difusión.

El terreno electoral mexicano constituye, en este sentido, un ejemplo perfecto de combate entre grupos políticos que intentan detentar el poder, llevando a cabo las acciones necesarias para convencer (o seducir) a la ciudadanía de que son ellos y no otros la mejor opción a elegir, aunque para esto se recurra, tal como ha sucedido múltiples veces en cada sexenio, a ambigüedades, falsedades, burlas, promesas o descréditos en el discurso en campaña, donde nada parece objetarse a fin de que la enunciación tenga el efecto pretendido, que es la adhesión política del otro. Al tiempo que el candidato en cuestión conforma una imagen favorable de sí mismo ante los demás, elabora, a su vez, una imagen negativa de su opositor para orientar al distanciamiento. Una lucha que, en no raras ocasiones, ha excedido el nivel de la palabra hasta llegar a muestras de violencia y homicidio de candidatos en contienda o a exhibiciones de soborno de los electores para garantizar el voto en un estado no de derecho, sino de auténtica barbarie movida por la ambición.

Este ambiente de hostilidad que procede de la esfera política impacta, sin duda, a modo de contagio en la sociedad, dado que mediante el discurso político no se busca “establecer una verdad por la razón, independientemente de las opiniones, sino de intentar transformar (o fortalecer) opiniones marcadas de emoción” (Charaudeau, 2009b:293). Tan es así que con gran frecuencia diversos sectores de la sociedad emprenden una batalla brutal desde diversos canales a fin de defender la integridad y propuestas de su candidato, confirmando y avalando con ello el célebre dictum clásico: “Divide y vencerás”. Lo anterior abre el espacio a la conformación de bandos y de insultos que explicitan los más profundos desafectos, prejuicios, estereotipos y exclusiones en diferentes estratos: en lo económico (fifis / delincuentes de cuello blanco vs. jodidos / nacos / muertos de hambre), en lo ideológico (conservadores / fachos / neoliberales / oligarcas vs. pueblo / liberales / demócratas / chairos), en lo intelectual (ignorantes / borregos vs. astutos / sabios) o en lo moral (mafiosos / corruptos vs. buenos / honestos). En cualquier caso, asistimos ante un maniqueísmo tendencioso que poco favorece al análisis atento y mesurado respecto de los muchos desafíos que involucra la toma de decisiones en sociedad, ya que más que argumentación o reflexión, se fomenta el rencor, la ausencia de diálogo y lesiones indudables en el tejido social que obstaculizan la convivencia o el respeto al prójimo para avanzar, de manera armoniosa, hacia una misma dirección.

Es entonces cuando la investigación y el análisis crítico del discurso desde una perspectiva lingüística integral cobra especial significado. Y es que solo a través de la educación y de intercambios comunicativos civilizados es que podremos progresar colectivamente como sociedad y ser capaces de denunciar todo cuanto no se ajuste a "la ley", una ley imparcial e incorruptible para todos. Es una tarea colaborativa y muy compleja desde la cual los lingüistas podemos contribuir decisivamente como parte de un compromiso social para formar ciudadanos libres, reflexivos, responsables, capaces de evaluar los discursos engañosos y de identificar las consecuencias perniciosas de la guerra, que conlleva vidas, miseria, destrucción, incertidumbre e insensibilidad frente al sufrimiento del otro. En un momento de acendrada polarización en lo nacional e internacional, conviene multiplicar esfuerzos todos los días con el objetivo de ejercer inteligentemente esa facultad de comunicación que otorga el lenguaje, dentro de marcos idiomáticos que nos distinguen al tiempo que nos hermanan, para negociar, deliberar, llegar a acuerdos que garanticen una vida sana y pacífica que nos devuelva la esperanza y la salvación del presente y del mañana. Lenguaje, idioma y discurso no son, de ningún modo, un adorno de la expresión, sino un medio poderoso de acción y transformación en beneficio y cuidado de todos.

Referencias

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  • Charaudeau, Patrick. “La argumentación persuasiva. El ejemplo del discurso político”. Haciendo discurso. Homenaje a Adriana Bolívar. Martha Shiro y otros (comp.). Caracas: Universidad Central de Venezuela, 2009b. 277-295.
  • Company, Concepción. Los opuestos se tocan: indiferencias y afectos sintácticos en la historia del español. México: El Colegio Nacional, 2017.
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  • Lara, Luis Fernando. Curso de lexicología. México: Colegio de México, 2006.
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  • Moreno de Alba, José. Minucias del lenguaje. México: FCE, 1992.
  • Nadal, Juan. “Hermenéutica, pragmática y análisis del discurso”. Manual de hermenéutica. Mauricio Beuchot y Antonio Vital (comp.). México: UNAM, 2018. 195-211.
  • Parodi, Giovanni. “Lingüista de corpus: una introducción al ámbito”, Revista de Lingüística teórica y aplicada, vol. 46. núm. 1 (2008). Recuperado de: https://www.scielo.cl/pdf/rla/v46n1/art06.pdf [11/07/2024].
  • Real Academia Española: Diccionario de la lengua española, 23.ª ed., [versión 23.7 en línea]. Recuperado de: https://dle.rae.es [11/07/2024].

 

ENSAYO


 

¡Hey familia, danzón dedicado a Miguel Failde!

 


David García Pérez
Universidad Nacional Autónoma de México
Instituto de Investigaciones Filológicas
hyperion0z@yahoo.com

 

En los salones de baile de Yucatán, de Veracruz, de la Ciudad de México, y de todo aquel espacio en el que el danzón era música habitual, la frase ¡Hey familia, danzón dedicado a…! marcaba —quizá aún lo siga haciendo al menos en los recuerdos— el punto de arranque para que las danzoneras iniciaran la ejecución de alguna pieza que estaba dirigida como homenaje o como remembranza a alguien en especial. El animador anunciaba de ese modo el introito del danzón y el público se dirigía a la pista para ejecutar sus mejores pasos.A diferencia de otros ritmos de los llamados bailes de salón, el danzón se distinguió con el paso del tiempo en una celebración que era anunciada para agasajar al conjunto de los asistentes al “palacio del baile fino”, como Carlos Monsiváis llamó al salón danzonero (1976), y de este modo rememorar y marcar el inicio del ritual del danzón, esto es, el principio de la melodía donde los metales impelían a los cuerpos, la seducción de los danzantes cobijados por las notas acompasadas del piano, el clarinete, la flauta, la trompeta, el güiro y los timbales, acaso los instrumentos musicales básicos para el danzón. Sin duda, tal es la comprensión que María Novaro imprimió a su filme Danzón (1991). En efecto, esta manera de celebrar, representa el crisol de la música, del baile y de la convivencia, en suma, la manifestación plena del afromestizaje. La cuna del danzón fue Matanzas, pues ahí Miguel Failde transmutó, con la alquimia de sus dotes musicales, la contradanza y su versión habanera para dar paso a esa nueva composición y apreciación musical. En 1879, en el Liceo Artístico y Literario de Matanzas (hoy Sala de Conciertos José White), se escuchó por vez primera “Las alturas de Simpson”, pieza que fue el cimiento de una tradición danzonera que llega hasta nuestro días, no sin antes pasar por variaciones que se acoplan con otras estructuras musicales como el danzonete y el son. En todo caso, la música es un río sonoro donde vamos todos.

Pues bien, en ese devenir musical, el danzón ha continuado su camino y ha sido celebrado con una nueva versión de “Danzón para la espera”, pieza en la que Silvio Rodríguez, junto con la Orquesta Failde, rememora al creador del danzón y con ello a una raigambre musical que originalmente convivía con guarachas, guajiras y puntas de clave, entre otros ritmos (Carpentier, 2004: 160-161). Así, este son montuno de El Escaramujo bien puede ser anunciado, de acuerdo con el uso mexicano, al grito de “Hey familia, danzón dedicado a Miguel Failde”, e iniciar el deleite del oído con los instrumentos, donde sobresale la armonía de la flauta, los violines y los metales en la magnífica ejecución de la Orquesta Failde bajo la batuta del tataranieto de don Miguel, el joven ejecutante y director Ethiel Failde.

Fragtmento de la canción Las alturas de Simpson de Miguel Failde, extraído de la plataforma YouTube, considerado uno de los primeros ejemplos del danzón cubano. Ejecución a cargo de Cheo Belen Puig. Por tratarse de un fragmento, con propósitos ilustrativos del texto para su mejor comprensión, con fines educativos y de difusión, se exhibe según los términos de la segunda condición del numeral 2 de sus Términos de servicio: "You are a small-scale production company, non-profit, or artist, in which case you may use the YouTube Service to showcase or promote your own creative works", así como del acuerdo establecido en el numeral 9.1 de YouTube respecto a las Licencias para otros usuarios, mediante el que el creador de obra, en este caso de la pieza musical, o los detentores de los derechos patrimoniales, "grant all users of the YouTube Service permission to view your (musical) videos for their personal, non-commercial purposes. This includes the right to copy and make derivative works from the videos solely to the extent necessary to view the videos"

Silvio Rodríguez es un poeta al estilo de los antiguos bardos: sus canciones yacen en la base de metáforas inusitadas que deslumbran la imaginación al trasladar al oyente a otros espacios. Las metamorfosis del recuerdo adquieren en sus canciones la posibilidad de hallarse en aquellos momentos ya idos o en otros en los que la utopía es verosímil sólo con la potencia de su música. “Danzón para la espera”, en efecto, es una secuencia de figuras donde la nostalgia de la partida es el inicio de una nueva era, pues con esta pieza se acude al origen de la creación de Miguel Failde, tanto por el reconocimiento al músico que no olvida que la poesía es armonía, como por lograr con imágenes poéticas que recrean las utopías en las que dos cuerpos se acoplan haciendo figuras en la pista de baile. La mirada de Silvio es la de la nostalgia, la de la sucesión del danzón al montuno, y de este son a la despedida nunca acabada, siempre en potencia, porque ambos ritmos acaso tienen un mismo origen: “un cinquillo en un salón binario”, la lenta sucesión de las cinco notas musicales y su abreviatura que marca la secuencia del dan(z/s)on, del son que danza en binario. O de otra forma: danzón y son en la evolución de la contradanza, como si en la pista de baile uno despidiera a otro y éste nunca acaba(rá) de irse. Sin duda, bailar danzón también puede entenderse como el cinquillo binario en su resolución: de las filas de los danzantes de la contradanza a la pareja que a fines del siglo XIX aprendió a bailar cuerpo a cuerpo para acoplar el compás del 2/4.

El danzón va pues en busca de don Miguel, el sinsonte de Matanzas, para lograr que las almas de los solitarios puedan hallar su centro en los elementos esenciales de la música y el baile, un proceso que lleva al pasado para “empezar de cero” con el fulgor de la esperanza. Recordar que el danzón se va es traerlo nuevamente a la memoria, a las notas de las danzoneras, al dos por cuatro en las florituras de los pasos que acarician la pista, en el montuno como vitalidad bailable del danzón. El son que baja del monte es una manera de entender el movimiento perpetuo de la música al marcar la partida que siempre arriba del danzón. Habría que observar que la poética de Silvio Rodríguez es, en efecto, la de los contrastes que revelan la secuencia, el diálogo y la dinámica de lo descrito: el danzón del son / el son del danzón.

El danzón emprende la vuelta al origen cuando busca a Miguel Failde, y lo ha hallado en la ejecución del montuno de Silvio, con su voz, inspiración y presencia, en armónica conjunción con la Orquesta Failde. El sucesor del creador del danzón, Ethiel Failde, es el que ha dado con la clave al producir, junto con Pedro Pablo Cruz, esta magnífica versión que funde el ritmo del “danzón cuando del monte baja un son” (Rodríguez: 2024).

Fragmento extraído de la plataforma YouTube de Danzón para la espera, letra y música compuesta por Silvio Rodríguez y ejecutada en conjunto con la Orquesta Failde, de Ethiel Failde. Por tratarse de un fragmento, con propósitos ilustrativos del texto para su mejor comprensión, con fines educativos y de difusión, se exhibe según los términos de la segunda condición del numeral 2 de sus Términos de servicio: "You are a small-scale production company, non-profit, or artist, in which case you may use the YouTube Service to showcase or promote your own creative works", así como del acuerdo establecido en el numeral 9.1 de YouTube respecto a las Licencias para otros usuarios, mediante el que el creador de obra, en este caso de la pieza musical, o los detentores de los derechos patrimoniales, "grant all users of the YouTube Service permission to view your (musical) videos for their personal, non-commercial purposes. This includes the right to copy and make derivative works from the videos solely to the extent necessary to view the videos"





Fragmento de la portada del disco Para la espera de Silvio Rodríguez y Orquesta Failde, 2024. Material fotografiado por el propietario del álbum discográfico. No se conocen restricciciones de derechos de autor.


























Y así pues, cobra sentido aquello que quizá puede ser escuchado en algún momento en voz y flauta de Ethiel: “Hey familia, danzón dedicado a Miguel Failde”, para escanciar el “Danzón para la espera” con “Las alturas de Simpson” como copa que vierte el líquido sabor del cinquillo binario.

Referencias

  • Carpentier, Alejo. La música en Cuba, La Habana: Letras Cubanas, 2004.
  • Monsiváis, Carlos. “El palacio del baile fino”, Proceso https://www.proceso.com.mx/cultura/2023/5/4/el-palacio-del-baile-fino-el- primer-articulo-de-carlos-monsivais-en-proceso-306481.html (4 de mayo de 2023).
  • Faílde, Miguel, “Las alturas de Simpson”, Matanzas, s/d., 1879.
  • Rodríguez, Silvio, Para la espera, La Habana: Estudios Ojalá, 2020.
  • Rodríguez, Silvio y Orquesta Faílde, “Danzón para la espera”, 2024.

 

Fotografía de autoría desconocida tomada de la página web Con Luz Propia de Tamara Mayo, El baile del danzón'. En https://conluzpropia.net/blog/baile-del-danzon/. No se conocen restricciones de derechos de autor. Se repoduce aquí con propósitos educativos y de difusión.


 

RESEÑA


 


Rosario Castellanos. Materia que arde. Voces biográficas.

Reseña a Sara Uribe y Verónica Gerber Bicecci. Rosario Castellanos. Materia que arde. Lumen, 2023, 280 pp.

 

 

Rita Asmara Gay Gómez

Universidad Rosario Castellanos
gay.rita689@rcastellanos.cdmx.gob.mx

 

En el siglo XX la escritora mexicana que más destacó por su polifacetismo fue, sin duda, Rosario Alicia Castellanos Figueroa (Ciudad de México, 25 de mayo de 1925-Tel Aviv, 7 de agosto de 1974). Poeta, novelista, cuentista, dramaturga, articulista, traductora, filósofa, docente, feminista, defensora de los derechos humanos, en especial de los indígenas (¿se me olvida algo?), su vida y obra han sido estudiadas por diversos autores: Dolores Castro, Elena Poniatowska, Beatriz Espejo, Raquel Lanseros, Aralia López González, Eduardo Mejía, Laura Guerrero Guadarrama, Juan Antonio Rosado Zacarías, entre varios más, en particular a partir de la década de 1980, cuando se empezó a asimilar su trágica muerte. Inclusive, para algunos, como los editores de Readers International de Columbia, es la novelista mexicana más importante del siglo XX (traducción de Balún Canán, The nine guardians, 1992), y para otros, el caso de la escritora Alejandra Muñoz, “debió haber recibido el Premio Nobel de Literatura si no hubiese muerto a los 49 años [y si el eurocentrismo y machismo no estuviesen atravesados en la academia sueca]” (2022).

Sin duda, de entre las facetas de Castellanos, lo que más se ha analizado es su crítica al sistema patriarcal y, por ende, la lucha feminista; la denuncia y representación de las míseras condiciones de vida de los indígenas, sobre todo tzeltales y tzotziles; el empleo de elementos literarios en la narrativa y poesía; y su adversa existencia. Estos análisis se han vertido en artículos, biografías, tesis, prólogos, reseñas y ensayos. No obstante, de acuerdo con Antonio Alatorre y su noción de "crítica literaria" (2001: 22), se trata de investigaciones que, si bien son enriquecedoras al mismo tiempo son parciales, pues en éstas se examinan características bastante específicas de las obras por medio de la interpretación de sus autores. Tal perspectiva de la crítica es compartida por Guillermo de Torre (1970), Fernando Lázaro Carreter, Evaristo Correa Calderón (2008) y Delmiro Antas (2005). Sin embargo, se entiende que las indagaciones con respecto de Rosario Castellanos adquieran esta forma por su extensa y compleja existencia y producción literaria. En ambas, fue una mujer de vanguardia.

Rosario Castellanos. Materia que arde, de Sara Uribe (escritora) y Verónica Gerber Bicecci (ilustradora), publicado por la editorial Lumen, es una investigación completa. Para realizarla, Uribe revisó todos los libros de Castellanos: novelas, cartas, cuentos, tesis, teatro, ensayos, artículos periodísticos, incluidos aquellos textos publicados póstumamente: Cartas a Ricardo (Conaculta, 1994), Rito de iniciación (Alfaguara, 1997), Mujer de palabras (tres volúmenes, Conaculta, 2005-2007), Cartas encontradas 1966-1974 (FCE, 2022), además de análisis previos realizados por Elena Poniatowska, Gabriela Cano, Dolores Castro, Beatriz Espejo, entre otros autores, y entrevistas.

El género literario del que parte para construir este relato es la biografía; sin embargo, no es el único que desarrolla. Como lo afirmó la misma Castellanos en su ensayo “Los 60’s, péndulo de la abstracción al compromiso”, incluido en El mar y sus pescaditos: “Se borran los límites, las fronteras se abaten. La literatura circula libremente del verso a la prosa” (1988: 30), ya que, además de elaborar una narración de la vida de la escritora chiapaneca desde su infancia hasta su muerte, se cuentan y reflexionan los aportes literarios y teóricos en las distintas etapas de la escritora y al mismo tiempo se establece un diálogo con ella.

El libro está dividido en siete partes: I. Árbol de muchos pájaros (1925-1948); II. Un camino para sobrevivir (1948-1957); III. El espejo del mundo (1957-1966); IV. Aquí arder, aquí hablar lo verdadero (1966-1970); V. Yo ya no espero, vivo (1971-1974); VI. Para decir adiós a lo que amo (1974); y VII. Este nudo que fui. Precede a éstas una Nota de la escritora y de la ilustradora donde nos relatan la intención que tuvieron al escribir Materia que arde:

Este libro es nuestro intento por recontar el relato que existe sobre Rosario Castellanos; escuchándola, pensándola desde sus palabras. Queríamos dotarlo, sobre todo, de preguntas. Conforme leíamos, audioleíamos y releíamos sus cartas, artículos, teatro, ensayos, cuentos, poemas y novelas, descubrimos a una escritora que no era la que habíamos conocido cuando fuimos adolescentes. No, no era la misma. Por eso, para compartir su vida y obra, abrimos un espacio para platicar con ella, para cuestionarla e interpelarla, y sugerir que ustedes también pueden hacerlo (2023: 4).

Entretejidas al final de los capítulos que integran cada una de las siete partes, hay preguntas, comentarios, diálogo con Rosario Castellanos, un diálogo que también nos interpela a nosotros, de manera amena y afectuosa, respecto a lo que hemos leído, reflexionado, admirado de la autora chiapaneca. Dice Sara Uribe en la conclusión del primer capítulo:

Pronto te darás cuenta de que haber sido niña y no niño es más bien decepcionante para los espectadores y cuarenta y seis años después escribirás me encanta estar naciendo. ¿Es por eso, Rosario, que te reinventarás una y otra vez a lo largo de tu vida, como una mujer distinta en apariencia, territorio, oficio y pensamiento? (2023: 7).

Destaca en este diálogo biográfico en el libro la compañía de palabras: entre lo que describe Uribe están mezcladas frases de Castellanos (las cursivas son extractos de sus obras) y las narraciones de amigos e investigadores (también en cursivas) que Sara Uribe retoma para contarnos una historia propia, apropiada, su versión de lo que es Rosario Castellanos. Así, sumada a la inmensa labor de investigación para realizarlo, las autoras mezclan voces, reflexiones e ideas de lo que es Rosario para ella misma, para los autores que la han estudiado y para Sara Uribe: son voces biográficas que se acompañan para contarnos una búsqueda incesante de identidad, la relación con la lectura y la escritura, la infancia en Chiapas, el paso por la universidad, los viajes, las clases, la relación con Ricardo y su matrimonio, la llegada de Gabriel ―su hijo―, los amigos, el recorrido por sus obras, las influencias literarias, el camino por la diplomacia, los miedos, incertidumbres, afirmaciones, inquietudes mientras sobrevive como mujer y se gana un lugar, incomparable e irrepetible, en un México que ya no existe y que ella ayudó a cambiar. Poniatowska, citada por Uribe, asegura: “Castellanos estableció el punto de partida intelectual de la liberación de las mujeres en México” (2023: 239).

Para Uribe, Rosario sigue viva de algún modo, por eso también la interpela y nos pide a nosotros que lo hagamos: vive no sólo a través de sus libros, sino en el legado de libertad que nos dejó: de pensamiento, de expresión, de acción, y en las experiencias e imágenes con que construimos todos los días el ser femenino. Como una amiga que, al narrar su existencia, nos pide que la veamos como si estuviéramos ante un espejo, Rosario, bordada su voz en este libro, pregunta: ¿el espejo también nos devuelve como reflejo el vacío, una persona que es nada, como le ocurrió en la adolescencia? En una entrevista de prensa en 1972 pregunta el reportero, con la sagacidad de su oficio:

―¿Por qué y para qué escribe?
―Pero, señor, es obvio. Porque alguien (cuando yo era pequeña) dijo que gente como yo no existe. Porque su cuerpo no proyecta sombra, porque no arroja peso en la balanza, porque su nombre es de los que se olvidan. Y entonces… Pero no, no es tan sencillo. Escribo porque yo, un día, adolescente, me incliné ante un espejo y no había nadie. ¿Se da cuenta? El vacío. Y junto a mí los otros chorreaban importancia (Castellanos, 2001: 332-333)

A estas voces biográficas hay que sumar las ilustraciones de Verónica Gerber Bicecci como una voz que dialoga con las otras: “los dibujos se enredan, colisionan o conversan con el texto en español a través de los diseños de las bordadoras de Chiapas y de la escritura maya” (2023: 4). Se trata de lámparas de distintas épocas, piedras, glifos que funcionan como llaves, todas ellas imágenes sugerentes que murmuran su propio paso del tiempo y el paso de Rosario Castellanos.

En Antígona González, Sara Uribe ya había empleado el recurso de la cita para narrar una historia: la ficción de Antígona González que busca a su hermano desaparecido en Tamaulipas. Con base en textos periodísticos, entrevistas, poesía y, en particular, por medio del mito de Antígona, Uribe retrata la situación que viven miles (o millones) de personas en México al ser víctimas de la violencia en la guerra contra el narcotráfico. En ambos libros, podemos observar a una escritora empática, solidaria, cálida y lúcida con respecto de la vida de otras personas.

Retrato, biografía, crítica literaria, diálogo con una amiga y con otros autores, Rosario Castellanos. Materia que arde, de Sara Uribe y Verónica Bicecci, es un libro clave para comprender a la mujer del siglo XX en México y a una de ellas, la más importante escritora de ese siglo, que nunca permitió que los demás le impusieran su noción de existencia, que vivió buscando “otro modo de ser humano y libre / otro modo de ser” (Castellanos, 2001: 361).

Referencias

  • Alatorre, Antonio, “La crítica literaria”, en Ensayos sobre crítica literaria. México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2001: 17-25.
  • Antas, Delmiro, Auxiliar para el comentario de textos literarios. Barcelona: Octaedro, 2005.
  • Castellanos, Rosario, The Nine Guardians. Traducción de Irene Nicholson. New York: Readers International, 1992.
  • Castellanos, R., Poesía no eres tú. México: Fondo de Cultura Económica, 2001. 
  • Lázaro Carreter, F. y Correa Calderón E., Cómo se comenta un texto literario. Madrid: Cátedra, 2008.
  • Muñoz, Alejandra, "Razones por las que debes leer menos a Octavio Paz y más a Rosario Castellanos". Disponible en Carruaje de pájaros. https://www.carruajedepajaros.com.mx/razones-por-las-que-debes-leer-menos-a-octavio-paz-y-mas-a-rosario-castellanos/