Artículo de divulgación

Estudiantes y obreros en el 68. Muertes de Aurora de Gerardo de la Torre

 

Edith Negrín

Centro de Estudios Literarios

Instituto de Investigaciones Filológicas

Los estudiantes

Estamos a poco más de media centuria del movimiento estudiantil de 1968. Por décadas se han publicado innumerables análisis, ficciones, testimonios sobre el mismo, desde distintas perspectivas ideológicas y en distintos géneros literarios, históricos, sociológicos, periodísticos. Mucho se ha escrito, y sin embargo aún hay zonas oscuras. Por ejemplo, acerca de la génesis de la insurrección. Pese a que ha sido documentada una y otra vez por varios estudiosos, hay distintas versiones. Uno de los más confiables dirigentes estudiantiles, Gilberto Guevara Niebla, después de revisarlas, en 2004 afirmaba: “nunca sabremos exactamente el origen del conflicto político de 1968”, la única certeza es que el 10 de julio “hubo un escandaloso zafarrancho en el centro de la ciudad” (2004: 15).

En términos generales, todos concuerdan en el pleito callejero entre pandillas delincuenciales, apoyados por alumnos de una preparatoria y estudiantes de una escuela vocacional del Politécnico, pleito que se continuó al día siguiente. Todos concuerdan, asimismo, en la lamentable presencia de los granaderos y en la brutal represión que detonó la respuesta juvenil.

Un grupo creciente de estudiantes de educación superior se reunieron y fueron iniciando la organización colectiva que, con un alto grado de espontaneidad, generó una gran revuelta que tuvo mucho de fiesta, de grito y de insulto, pero que en realidad entrañaba un desahogo histórico: “‘Tomar la calle’, ¡qué grito de alegría!”, consigna Elena Poniatowska (1971).

En estas conmemoraciones del medio siglo, un estudioso participante en el movimiento, Sergio Zermeño, repasa y analiza los hechos para comprender cómo la revuelta urbana libertaria y lúdica se transformó en una batalla por derechos fundamentales (2018: 15).

Tan importantes fueron los actos de insubordinación llevados a cabo por estudiantes de educación superior en la Ciudad de México, con su petición de reformas democráticas, que pusieron en cuestión un sistema político presidencialista y anquilosado, y dieron nombre a una generación. Así, los nacidos entre 1936 y 1950, participantes o no en el movimiento, somos parte de la llamada generación del 68. Una generación que había perdido todas las posibles ilusiones sobre la Revolución mexicana y el sistema político emergido de ella, y que exploró nuevos caminos de cambio social (Krauze, 2007).

Si no sobre los detalles en torno al origen, sobre las causas profundas del movimiento sí hay coincidencia entre los historiadores que, o bien ubican la lucha de los estudiantes mexicanos en el contexto de sus similares en el mundo, />o bien se centran en el interior del país, donde una serie de condiciones objetivas y subjetivas, políticas y sociales, conducían a la protesta.

También se discute, incluso entre los mismos protagonistas de la insurrección, el grado de conciencia de los participantes. Luis González de Alba sostiene que la conciencia política y las demandas que ésta plasmó en el pliego petitorio residía en unos cuantos estudiantes pertenecientes a “la izquierda universitaria y politécnica” (González de Alba, 1993: s. p.). Y lo que unificó a alumnos de instituciones públicas y privadas, con una gran diversidad de estratos sociales e ideologías, “fue la fiesta, el carnaval contra la cuaresma obligada de México durante los últimos 50 años, contra el mural que nos pintaba una sociedad estática mientras el mundo se transformaba” (s. p.). Para este dirigente estudiantil, tanto la “feroz represión” del 2 de octubre, como los cambios originados en el país a partir de esa fecha son innegables, pero habría que desmitificar la versión épica de los hechos, la que pone el acento en la tragedia. Su autocrítica va hacia el deseo de "pureza" en los jóvenes, que alimentaba su intransigencia.

Disiente por completo de esta opinión otro de los líderes del movimiento, Gilberto Guevara Niebla, quien afirma que la fiesta,

[el] “desmadre”[,] fue un elemento secundario. Lo que realmente vinculó a miles y miles de personas no fue el relajo sino la política. La unidad o el consenso no hubieran existido sin el CNH [Consejo Nacional de Huelga] y sin el pliego petitorio; hablamos posiblemente del conflicto político urbano más relevante que ha tenido México de 1910 a la fecha (2008: 55).

De nuevo cito a Zermeño quien, con todo conocimiento de causa, se cuestiona en un libro reciente: “¿quiénes éramos, qué queríamos, qué logramos?” (2018: 14).

Acerca de ¿quiénes eran?, reitero: la raigambre de los actores históricos era ese grupo minoritario, los estudiantes que tenían acceso a la educación superior en el país. Ellos conformaron una organización estudiantil que decidía de manera democrática cuáles eran las acciones a realizar: el Consejo Nacional de Huelga. En el Consejo, de proporciones variables, figuraban representantes de la UNAM, el Politécnico, El Colegio de México, la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo, la Normal Superior, la Universidad Iberoamericana, la Universidad La Salle y otros centros educativos del interior de la República. La naturaleza cambiante de este Consejo, las múltiples tendencias internas de que hablan los testimonios, subraya su carácter democrático, que fascinó a intelectuales como José Revueltas, siempre en busca de organizaciones políticas fraternales, no autoritarias.

Acerca del ¿qué queríamos?, pese a los distintos puntos de vista, en las múltiples respuestas individuales y grupales se reitera una petición de libertad en un sentido amplio y ambiguo, porque en un sentido muy concreto los jóvenes padecían en su vida cotidiana el autoritarismo: en el sistema político, en el sistema educativo, en la organización familiar.

Acerca de los resultados podrían citarse muchos pareceres. Roger Bartra sintetiza las dos principales formas en que se ha visto al movimiento: o bien como una derrota; o bien como una transición hacia un sistema político más abierto y democrático.

Con el 68 da comienzo, y en forma multitudinaria, la defensa de los derechos humanos en México. Es también el enfrentamiento más lúcido al autoritarismo presidencial. El desenvolvimiento de otra idea de juventud, la pérdida de respeto a la majestad del poder presidencial” (Bartra, 2007: 11).

La hipótesis de la transición ha encontrado no su única, pero sí su mejor expresión en un ensayo que Carlos Monsiváis publicó en 2008 –unos dos años antes de su muerte– sintetizando las mejoras que la movilización produjo en el país. Monsiváis enuncia los seis puntos del pliego petitorio del Consejo Nacional de Huelga y concluye que “el 68 es una gran insurrección moral, antiautoritaria y jurídica (13).

Concuerda Guevara Niebla, quien también hace notar, entre otros analistas, que visto a la distancia es claro que el movimiento abrió paso a expresiones de dimensión desigual y contracultural, como el feminismo, las peticiones gay, la conciencia ecológica, las comunas, etc. (Guevara Niebla, 2008: 126-127).

Por otro lado, muchos estudiantes estaban conscientes de que parte imprescindible del pueblo son los obreros. Así, relata Guevara Niebla:

La refinería 18 de marzo, de Azcapotzalco, una instalación fabril gigantesca ubicada al norte de la ciudad, atrajo desde el principio el interés de las brigadas estudiantiles, porque se trataba de una concentración industrial cercana a algunos centros de estudio, sobre todo al IPN (2004: 246).

Y justamente en la refinería de Azcapotzalco se encontraba un joven obrero que devendría narrador y ha dejado valiosos testimonios de la participación de los petroleros en la revuelta del 68. Me refiero a Gerardo de la Torre.

El sindicalista petrolero y a la postre narrador, Gerardo de la Torre

Gerardo de la Torre, petrolero y escritor

Gerardo de la Torre pertenece a la generación del 68. Vino al mundo en 1938 en un pueblo llamado Lázaro Cárdenas, Veracruz, en el seno de una familia de trabajadores petroleros –él suele acotar que nació justo tres días antes de la expropiación cardenista–. Ya en la Ciudad de México, apenas salido de la adolescencia, empezó a trabajar en la refinería de Azcapotzalco de Petróleos Mexicanos. Estuvo ahí 18 años. Luego se dedicó a la narrativa, incursionó en la historieta, el guion cinematográfico y el periodismo.

En su adolescencia y juventud De la Torre fue muy cercano a algunos escritores “de la onda”, como José Agustín, con quienes compartía la pasión por el rock, el cine, la literatura norteamericana y la irreverencia frente a lo establecido (Torre, 1991a). Pero no asumió las mismas acciones de rebeldía que ellos. Muchas veces ha contado su “despertar a la conciencia” y su participación político-sindical, que incluyó la militancia discontinua en el Partido Comunista Mexicano y otros grupos (Torre, 1991a).

Gerardo de la Torre ha puesto en las páginas de cuatro novelas –y algunos relatos– invaluables testimonios de la vida y pensamiento de los trabajadores del petróleo: Ensayo general (1970), Muertes de Aurora (1980), Hijos del Águila (1989), y Los muchachos locos de aquel verano (1992). Se trata de una saga imprescindible para comprender la mentalidad de este sector obrero. En una de estas novelas, Muertes de Aurora, relata en una trama ficticia la participación de un grupo de petroleros en el movimiento de 1968. En otra, Los muchachos locos de aquel verano (1992), la revuelta estudiantil aparece de manera tangencial pero significativa.

Autodidacta y gran lector, en reiteradas ocasiones de la Torre ha reconocido como su mentor a José Revueltas. Ha afirmado que, como el autor de El luto humano, aspira a “darle una forma muy literaria a lo social” (Torre, 1981: 119). Pero no piensa que el novelista de Durango haya influido en su estilo de escritura: “La literatura de Revueltas es compleja, reflexiva. Algunos afirman que yo era su discípulo. Sin embargo, de él me inquietaba la capacidad de hacer no solamente literatura, sino ligarla con las cosas políticas. Yo nunca aspiraría a escribir con esa capacidad” (Torre, 1981).

Muertes de Aurora, publicada en 1980, es la tercera novela del narrador. En ella, a través de historias, retoma las luchas petroleras y la derrota, en la coyuntura del movimiento del 68. Relata la incipiente participación de un pequeño grupo de operarios petroleros al lado de los estudiantes. Se basa en su experiencia personal, pues fue dirigente de los trabajadores adscritos a las secciones 34 y 35 del sindicato de PEMEX:

Recuerdo que comenzaron a volantear los muchachos del Politécnico en la puerta de la refinería donde trabajaba, en Azcapotzalco. Yo pasaba lentamente para escuchar, los de vigilancia de Pemex nos tomaban foto para ver quiénes estaban en el mitin. Iban diario los muchachos. Poco a poco se fue perdiendo el miedo a las fotos y nos fuimos quedando más tiempo en el mitin (Torre, 1981).

En la pasta trasera de la edición de la UNAM de Muertes de Aurora (1991) se cita al autor: “traté de volcar las muchas amarguras y resentimientos que dejó a varias generaciones el año 68” (Torre, 1991). Pero la novela a la que el autor incorpora sus obsesiones constantes –el erotismo, los sueños, la política, el alcohol– es mucho más que un testimonio, y por supuesto admite diversas lecturas.

El protagonista de Muertes de Aurora es Jesús de la Cruz, un personaje que ya había aparecido en la novela Ensayo General. Se trata de un antiguo trabajador petrolero que había sido despedido por sus acciones sindicales de 1958 a 1960. En el 68 “vegeta” en un rutinario trabajo de oficina. Está continuamente alcoholizado, y en las crisis evoca a Aurora, su esposa fallecida.

La novela inicia con la detallada descripción de un día normal de Jesús:

Desnudo, enredado en las sábanas revueltas de la cama, Jesús de la Cruz abrió los ojos. Se disiparon lentamente cúmulos y brumas y aparecieron, borrosos en el cielorraso, los trazos que Jesús había aprendido a descifrar: pesado, calculado, fraccionado. De golpe Jesús se sentó en el centro de la cama y echó una mirada rápida y nerviosa alrededor. María no estaba allí. […]
Rescatar el pasado más reciente, ahora, en turbia condición, le resultaba tan penoso como recuperar cualquier fragmento más antiguo. Qué difícil ordenar el desorden de su vida, o sencillamente darle coherencia a ciertos hechos, sensaciones, sueños de ayer de las últimas horas. ¿Estuvo María, real, palpable, concreta, en su departamento? (9-10).

Estas líneas nos muestran claramente las constantes del acontecer novelístico. El narrador omnisciente en tercera persona casi siempre es la conciencia del protagonista. Una conciencia siempre turbia, entre brumas, preguntándose si algo pasó en una remembranza, o tal vez una alucinación o un sueño. Jesús sólo revive lo suficiente para salir de sus enmarañadas especulaciones cuando sus amigos jóvenes, aquellos que sí tienen trabajo, lo buscan y le piden consejo. Y él los va orientando hacia el activismo político.

Cuando está a solas se obsesiona con un tema donde el recuerdo, como se ha dicho, se confunde con la alucinación sobre la muerte de su esposa. El hombre evoca o inventa este fallecimiento, de distintas maneras y en variados contextos, pero siempre con violencia. Aurora aparece durante episodios de delirio en que el protagonista se siente acosado por moscos, aves, vampiros y chinches: Aurora es estudiante y muere en la plaza de Tlatelolco; Aurora muere cuando es una campesina vietnamita cuya aldea es bombardeada con napalm; Aurora muere torturada por la policía en una cárcel; Aurora muere cuando siendo una esclava que trata de huir es atacada por perros; Aurora muere al dar a luz, como murió la esposa del autor.

Aurora, en las culturas occidentales al menos, significa el amanecer, el mañana, la promesa de cambio. Como Aurora, el futuro muere una y otra vez, con cada una de las derrotas políticas. Jesús también muere en cierta forma, pues después del movimiento se dedica a vagar por las calles, sucio y harapiento, tratando de conseguir alcohol. Ambos son víctimas de una sucesiva historia de derrotas personales y colectivas, algunas históricas, otras inventadas.

Gómez Unamuno pone el acento en la voz de un petrolero que no se toma en serio las propuestas de un estudiante del Politécnico:

—Dígame compañero.
—Hágame el favor de prestarme ese librito [la Constitución], maestro, y si puede, regálenos uno a cada uno, porque si como usted dice, es tan bueno y tan sagrado, pues vamos saliendo a la calle cada quien con el suyo y cuando el granadero o el soldado nos quiera arrear un culatazo o una patada, le enseñamos el librito y se acabó (Torre, 1991: 86).

Y basado en esta cita y otras similares concluye que hay una incomunicación absoluta entre el sector universitario y el obrero. Diagnóstico que en mucho fue cierto, pero se trata de una novela que, aunque triste y derrotista, no plantea situaciones absolutas: Aurora nunca muere del todo, pues su imagen regresa una y otra vez. Tal vez porque Jesús, como Gerardo de la Torre, no quieren renunciar a la esperanza.

Rectoría de la UNAM

Referencias

  • Bartra, Roger, “Dos visiones del 68”, en Letras Libres, 2007, s.p., https://www.letraslibres.com/mexico-espana/dos-visiones-del-68.
  • Gómez Unamuno, Aurelia, “Muertes de Aurora: el ángel caído o la memoria delirante”, en Revista Iberoamericana, vol. LXXIX, núms. 244-245 (julio-diciembre 2013), pp. 1087-1101.
  • González de Alba, Luis, “1968 La fiesta y la tragedia”. Nexos, 1º de septiembre, 1993, s. p., https://www.nexos.com.mx/?p=6871.
  • Guevara Niebla, Gilberto, 1968. Largo camino a la democracia. México: Ediciones Cal y Arena, 2008.
  • Guevara Niebla, Gilberto, La libertad nunca se olvida. Memoria del 68. México: Ediciones Cal y Arena, 2004.
  • Krauze, Enrique, “Cuatro estaciones de la cultura mexicana”, en Mexicanos eminentes. México: Tusquets, 2007, pp. 273-311.
  • Poniatowska, Elena, La noche de Tlatelolco, Ediciones ERA, 1971.
  • Torre, Gerardo de la, “La mayoría de los escritores mexicanos, oportunistas: Gerardo de la Torre. Entrevista con Sonia Morales. Proceso, 2191, 11 de abril, 1981, s. p.
  • Torre, Gerardo de la, Muertes de Aurora. México, Universidad Nacional Autónoma de México [1ª. ed. 1980], 1991.
  • Torre, Gerardo de la, “Muertes de Aurora de Gerardo de la Torre. en la línea de la novelística proletaria mexicana”. Entrevista con Alejandro Toledo. Proceso, 2192, 16 de noviembre de 1991, s. p., 1991a.
  • Zermeño, Sergio, Ensayos amargos sobre mi país. Del 68 al nuevo régimen. Cincuenta años de ilusiones. México: Siglo XXI, 2018.