Ensayo
Mérida en mí1
Félix Horta
Investigador independiente
Universidad "José Martí" de La Habana (jubilado)
La Guerra del 95 se extendió, como llamarada, por toda la isla de Cuba hasta llegar el 1 de enero de 1896 a la provincia de La Habana. En respuesta, el gobierno español decretó el estado de sitio para las provincias de La Habana y Pinar del Río, así como una requisa general de los caballos por expropiación forzada. El ambiente de guerra instigaba temor, represalias e inseguridad, agregado por una posible reconcentración, a la fuerza, de los campesinos en las poblaciones.
Ángel García Martínez Angelillo (1864-1934) había contraído matrimonio con Clara María Martínez Rodríguez (1869-1949) en la iglesia parroquial de San José de las Lajas, en 1889. Ya en 1896, contaban con cuatro hijos: Narciso Guillermo, Arístides, Edelmira y Evangelina.
A inicios de febrero de 1896, las tropas libertadoras del entonces teniente coronel Adolfo del Castillo Sánchez acamparon en la finca Cueto, en San José de las Lajas, propiedad de Angelillo. El jefe militar se dirigió al dueño con la finalidad de que le vendiera el maíz necesario para la alimentación de sus soldados. Angelillo dispuso regalarle una carreta cargada con mazorcas del grano, ya que en breve viajaría a México en busca de sosiego para su familia. A cambio le fue entregado un salvoconducto para poder transitar entre las fuerzas cubanas con rumbo a La Habana. Clara María se preparó para el largo camino, y en un enorme baúl colocó su máquina de coser desarmada, ropas y otros útiles del hogar. En el dobladillo de su largo vestido y refajo cosió los luises franceses, los centenes y las onzas de oro, todo el caudal de la familia.
El lento recorrido hacia la capital cubana, sin caballos, fue realizado en una carreta tirada por dos bueyes en que viajaban Ángel, Clara María y su hermano Baldomero, Mero, de catorce años, así como los cuatro hijos del matrimonio. El progenitor, Wenceslao García García, se negó a viajar con el pretexto de cuidar las fincas que poseían ambos.
Angelillo era de estatura mediana, piel como trigo tostado que marcaba su origen tinerfeño, ojos oblicuos pero vivaces, pelo negro lacio muy corto, y un bigote copioso terminado en puntas. Mientras, Clara María era de piel blanquísima, ojos grisáceos, cabello ondulado y rubio como canistel maduro, pero sobre todo un andar con gracia y elegancia que la distinguía.
Un sábado de febrero de 1896, a la una de la tarde, con un sol nítido a pesar de la estación invernal, la familia García-Martínez, como otras muchas, abordó un vapor-correo de la línea Ward procedente de Nueva York con destino al puerto Progreso, en la península de Yucatán, México.
El buque calentó sus calderas, levó anclas y, muy despacio, abandonó la bahía habanera para dejar con indolencia una larga columna de humo. Los niños saltaban y gritaban de alegría por la aventura marítima. Desde la borda Angelillo, abstraído, entre diversos pensamientos, meditaba en lo que sería su suerte.
Angelillo era amistoso y conversador, y en el vapor entabló relación con Juan de Dios Peza, proveniente de Nueva York. Peza se había destacado en la política y la prensa periódica. Incluso proclamaba a favor de la independencia de Cuba. Estos temas fueron tratados por ambos.
Al final del viaje, Juan de Dios siguió con rumbo a la capital mexicana, mientras Angelillo se estableció en Mérida, Yucatán. Antes de bajarse del buque, en un gesto de generosidad –como de él era costumbre– Peza entregó una carta de recomendación al cubano dirigida a un familiar residente en la ciudad yucateca, e incluyó un libro de poemas con su dedicatoria.
Por la biografía que se conoce sobre Juan de Dios Peza, muy probable es que "la carta" a que se hace referencia, o bien "el libro de poemas", se trataran del poema dirigido en los últimos años del siglo XX a quien fuera su amada, admirada o simplemente buena amiga, María Tenorio Sansores, miembro de una familia de opulencia yucateca, hija del político y sacerdote Manuel Maximiliano de Tenorio y de Zavala. Por estos datos, no es de descartar que García Martínez, como aquí se narra, haya podido abrise paso con éxito entre la sociedad yucateca. El poema dedicado a la Srita. Tenorio Sansores fue publicado posteriormente en La Revista (so se conoce con exactitud si se trataba de un órgano periódico de la capital yucateca o de la Ciudad de México).
La ciudad de Mérida, tan populosa, con más de cuarenta mil habitantes, maravilló a la familia García Martínez, especialmente por su arquitectura colonial de los siglos XVII y XVIII, entre ellas, la Catedral de San Idelfonso (1598) con sus dos soberbias torres y la capilla de la tan venerada por los canarios Nuestra Señora de la Candelaria (1706), así como las construcciones de la vetusta ciudad de T’Hó, de origen maya. Era contrastante el encuentro visual de las diferentes culturas implantadas y fusionadas en el mismo lugar.
Un poco después del azaroso recorrido por mar y por tierra, todos los García Martínez se enfermaron con fiebres constantes y las cabezas turbadas, que les imposibilitaban ponerse de pie. Clara María, desde el lecho, llegó a la desesperación. Angelillo recordó en estas circunstancias al poeta mexicano y la misiva dirigida a "su familiar", la cual mandaron con un propio. El destinatario resultó ser un sacerdote que respondió con un médico, medicinas y alimentos. Fueron atendidos hasta que todos se estabilizaron. Posteriormente, mediante gestiones del benefactor, logró obtener trabajo en una hacienda en el propio municipio. Nunca se olvidó de ello ni cesó la gratitud al señor de la sotana.
Con cierta inseguridad, Angelillo se dirigió a la hacienda señalada por el sacerdote, pero fue muy bien atendido y contratado como administrador de la propiedad, además de garantizarle hospedaje para él y su familia. Le fascinaron las grandes extensiones de tierra sembradas en su mayoría de henequén, el oro verde meridense, que simulaban centinelas insomnes con sus espadas espinosas levantadas al cielo. La vivienda de la hacienda mostraba bienestar económico con la solidez de la cubierta, las paredes y los arcos sostenidos por gruesas columnas. Mientras que los descendientes mayas, al contrario, levantaban las suyas con troncos y techos cubiertos con hojas de palma o paja, dentro de parcelas de tierra cercadas con muros de piedra, que no limitaban la vista al paraje pintoresco rebosante de flores y frutales. Lleno de asombro, el inmigrante observó cómo se roturaba la tierra de forma primitiva entre dos indígenas; uno, con un cinturón de cuero en la frente fungía como bestia, mientras el otro dirigía el arado.
En otra ocasión, Angelillo, ya habituado a sus funciones se dirigió a un árbol, donde un buey se encontraba atado. Al soltar al animal, tomó la soga y descubrió un puma echado sobre el terreno, que mostraba sus fauces y le gruñía. Se fue retirando lentamente sin dejar de mirarlo hasta guarecerse detrás de una cerca. Entonces le lanzó piedras y aquél desapareció entre la espesura. Ese día se le había olvidado el arma de fuego. Llegó a la vivienda pálido y sudoroso.
Clara María observaba los sembrados de frijoles negros, diferentes a los de Cuba, ya que en la península los cultivaban en forma de enredadera para consumirlos las embarazadas y luego pudieran amamantar con abundancia. Además, conoció la importancia del maíz para los indígenas yucatecos (y mexicanos), básico en su alimentación y el pensamiento maya, presente en su cosmovisión de que el hombre fue creado por los dioses a partir de la pulpa de este grano, como se decía en El Popol Vuh.
El tiempo transcurrió monótonamente… hasta que la prosperidad alcanzó a la familia García Martínez. Una mañana, el llanto de una bebé anunció la llegada de un nuevo miembro en tierra mexicana, a la cual nombraron Isolina. El bautizo se celebró en un templo católico y el festín fue espléndido.
Llegada la emancipación de España los cubanos exilados en Mérida celebraron con vítores y actos políticos con discursos a favor de Cuba, amenizados con bandas que interpretaban el himno nacional cubano y enarbolaban la bandera de la estrella solitaria. En esos días de alegría, Angelillo, junto con su esposa, visitó la ciudad de Mérida y allí encontraron los festejos. El impacto fue demoledor, los ojos se le aguaron y se embargó de sentimientos de felicidad y tristeza.
En el transcurso de los días, Angelillo continuaba turbado, repleto de pensamientos de nostalgia por su patria y por su padre. Por intervalos de tiempo permanecía con la cabeza sostenida entre las manos. Clara María, a pesar de arriesgar la estabilidad económica lograda para su familia, un día le dijo: “¡Si te vas a morir, se acabó! ¡Volveremos a Cuba!”
Al llegar en 1899 a San José de las Lajas, la primera noticia que encontraron fue que su padre Wenceslao García había fallecido el 31 de octubre de 1896 de enteritis aguda y se ignoraba dónde había sido sepultado. A pesar de su nacionalidad española fue una víctima más de la reconcentración, ordenada por el gobernador Valeriano Weyler. Sus fincas estaban arrasadas y, aunque poseían fortuna, no había comercios ni oferta de productos. Los pequeños con púas de madera rompían la tierra en busca de un retoño que les proporcionara un minúsculo boniato, el cual era recibido con algazara. Pero para Angelillo no había retos que lo aminoraran, poseía fuerzas e inteligencia, y reanudó sus esfuerzos en sus dos fincas del término municipal de San José de las Lajas… hasta alcanzar el éxito. Había crecido ya la familia con nuevos miembros y no podía darse el lujo de descansar: Isolina, la mexicana, dicho utilizado por sus hermanos y los nacidos después de su regreso a Cuba: Alicia, Juana, María Clara y Ángel, habían ascendido la descendencia a nueve.
Nuestro sincero agradecimiento a Mérida y no a otra. Honor a la de los cinco cerros, la yucateca, la mexicana y a su pueblo hospitalario que le proporcionó continuidad a las vidas nuestras y de cientos de miles de cubanos. Mérida persiste en mí.
1 Este relato, de tipo intimista o autobiográfico, con algunos datos históricos, se publica en el marco de la puesta en marcha, en febrero de 2024, de las actividades en la sede de la UNAM-La Habana, creada institucionalmente y anunciada por Enrique Graue Wiechers, ex rector de la UNAM, desde agosto de 2023. Este histórico esfuerzo de vinculación académica e interinstitucional, acerca aún más los lazos cofraternales, ideológicos y culturales entre los pueblos de México y Cuba.