Artículo de divulgación

Sangre, saliva y muerte: Tratamientos contra la rabia en el Hospital de San Pedro de Puebla, 1795

 

Arturo Luna Loranca

Emory University

alunalo@emory.edu

 

 

El 24 de agosto de 1795, el hospital de San Pedro de Puebla de los Ángeles recibió a una mujer gravemente enferma. La paciente sufría de fiebres altas, constantes delirios y horripilantes espasmos. Sus labios y laringe se habían hinchado a tal grado que le imposibilitaban la ingestión de cualquier tipo de alimento. Aun peor, deglutir líquidos o el simple contacto con alguna brisa de aire le provocaba a la mujer una terrible sensación de ahogamiento. Luego de una inspección minuciosa, el medico don Mariano de Anzures y el cirujano don José González determinaron que la interna sufría de hidrofobia (rabia); aparentemente, la mujer había contraído la enfermedad tres meses antes cuando una “perrilla” le había mordido en el lado izquierdo de su labio inferior.[1] Después de haber identificado la enfermedad, los facultativos del hospital deliberaron que, para salvar a la paciente, lo mejor era seguir el “cruel” método expuesto en el tratado médico del cirujano francés Laurent Charles Pierre Le Roux. Dicho procedimiento consistía en hacer una incisión en la laringe para así hacer fluir la sangre acumulada entre la tráquea y la garganta; esto le facilitaría al paciente tanto la respiración como la ingestión de alimentos. Con el fin de que el área no se volviese a obstruir, los médicos lavaban la incisión cuidadosamente con agua y jabón, y, por último, le untaban manteca (tricloruro) de antimonio para evitar su cicatrización. El método se complementaba haciéndole beber al paciente un vaso de agua con cenizas de cangrejo de río (Le Roux, 1786: 51, 148, 236). A pesar de que los facultativos siguieron al pie de la letra el método del célebre Le Roux, esto tan solo empeoró la situación de la pobre mujer. En un momento de desesperación el protector del hospital, el padre Ignacio Antonio Doménech, decidió buscar una cura alternativa, la cual encontró gracias a la colaboración de una red de informantes quienes le entregaron una “milagrosa” planta con cualidades anti-hidrofóbicas.

En la época novohispana, cuando los métodos occidentales resultaban insuficientes para salvar a sus pacientes, varios facultativos recurrieron a la medicina indígena: en el proceso, estos llegaron a fungir como intermediarios entre el conocimiento occidental y el indígena. Por una parte, recopilaron, categorizaron y experimentaron con remedios indígenas para comprobar su eficiencia; por otra, como veremos, los médicos novohispanos activamente participaron en lo que ahora se llama bioprospección, o la categorización y experimentación de organismos y sustancias posiblemente benéficas para el ser humano, con fines comerciales. Aunque en varios de los reportes escritos por médicos novohispanos, tal como en el presente ejemplo, el intercambio del conocimiento médico entre facultativos novohispanos y curanderos indígenas parece tomar lugar en un espacio de reconocimiento y valoración –los indígenas son registrados como informantes dispuestos a compartir remedios útiles de una manera abierta– este no es necesariamente el caso. Las dinámicas coloniales de explotación mercantilista de la biodiversidad del Nuevo Mundo y del conocimiento indígena a favor de las metrópolis europeas, propiciaba un ambiente en el cual no todos los agentes involucrados eran reconocidos de la misma forma. En su gran mayoría, los informantes indígenas permanecieron en el anonimato.

Hospital de San Pedro, Puebla

Para comprender cómo la existencia de las enfermedades zoonóticas incentivó la circulación y comercialización del conocimiento médico tanto entre diferentes grupos sociales como entre los diversos territorios, este trabajo rastrea el modo en que los facultativos del hospital de San Pedro recurrieron tanto a la medicina occidental como a la indígena para poder salvar a la paciente.

La rabia es una enfermedad neurológica fatal y dolorosa. Aquellos infectados por el virus experimentan nauseas, parálisis muscular, alucinaciones e incluso llegan a desarrollar miedo al agua, ya que cualquier intento por deglutir líquidos culmina en una sensación de ahogamiento (de ahí que la enfermedad se denomine hidrofobia entre los humanos). En su etapa final, la rabia provoca la muerte al huésped ya sea por un ataque cardiaco, una insuficiencia circulatoria o por un fallo respiratorio. Hoy en día aún no existe cura para la rabia sintomática y la enfermedad tan solo es tratable dentro de los primeros siete días después del contagio. Todo comienza cuando, por medio de mordeduras o rasguños, el lyssavirus –el virus causante de la rabia– se introduce en el tejido muscular. Después de entrar en el cuerpo, éste se propaga por medio de las células musculares, infecta al sistema nervioso central y, de esta manera, hace su camino hasta llegar al cerebro. Una vez ahí, el virus daña las uniones neuromusculares, lo cual provoca cambios en el comportamiento del huésped favorables para la transmisión del virus hacia otros organismos. Al igual que otras enfermedades zoonóticas, el virus de la rabia realmente depende de la existencia de animales no humanos para su propagación, ya que la transmisión de humano a humano rara vez ocurre. Aunque todos los mamíferos son susceptibles a la enfermedad, el perro es el principal vector de transmisión de la rabia a los humanos. De acuerdo con cifras actuales, el “mejor amigo del hombre” es responsable del 99% de los incidentes de rabia en humanos, el equivalente a un total de aproximadamente 59,000 casos anuales (WHO, 2013: 63).

Pero ¿cómo es que los facultativos novohispanos concebían la rabia? Aunque los médicos modernos tempranos aún no habían descubierto el papel jugado por los microbios en la propagación de las enfermedades, sí habían asociado la transmisión de la rabia a los perros. Los cirujanos Laurent Charles Pierre Le Roux en Dissertation sur la rage (1783) y Jean Colombier en Instruction sur la rage (1785) –dos de los más consultados especialistas por los facultativos novohispanos para tratar la rabia– mencionan que el perro era el principal causante de la enfermedad, y, por lo tanto, abogaban por la total aniquilación de canes callejeros para, de esta manera, precaver la propagación del padecimiento a los humanos. Según el conocimiento médico de la época, la rabia era un “veneno” –o en latín virus– desarrollado por los perros cuando causas internas o externas al cuerpo les provocaban un desbalance humoral. En sí, se mantenían las ideas hipocrático-galénicas de que las enfermedades se originaban cuando uno de los cuatro humores: bilis negra, bilis, flema y sangre, perdían su balance natural.

La medicina moderna temprana dividía la rabia en dos categorías: espontánea y externa. La rabia espontánea ocurría cuando el cuerpo experimentaba radicales cambios en su interior. Las fuertes emociones, por ejemplo, podían convertir a un manso perro en un fiero animal. Uno de los facultativos que investigaron el origen de la rabia mencionó que una vez presenció cómo un perro macho después de haber intentado fallidamente tener sus quereres con una hembra de su especie, se “irritó” a tal grado que inmediatamente desarrolló la enfermedad (S. A., 1801: 126). De la misma forma, se creía que la ingestión de alimentos acres o en descomposición podían alterar el balance humoral. Le Roux menciona que el consumo de estos alimentos “degeneraba” la saliva del perro y trocaba “su mansedumbre en fiereza, su amor y fidelidad en odio y venganza” (Piñera, 1786: 6). Por su parte, la rabia externa ocurría cuando bruscas causas ajenas al cuerpo alteraban el estado de éste. Esto podía ser tanto un alza en la temperatura ambiental o mediante la mordedura de algún animal infectado.

La rabia provocaba tres cambios significativos en el cuerpo humano: 1) desbalanceaba los humores; 2) dañaba los órganos del huésped, y 3) alteraba el comportamiento del enfermo, lo hacía más "bestial". Se pensaba que una vez que el “veneno” de la rabia se introducía en el cuerpo, el sistema circulatorio lo propagaba a los diferentes órganos internos. Disecciones post mortem en humanos hidrofóbicos revelaron que la enfermedad hacía que los pulmones acumularan una sustancia semejante al cólera negro, mientras que el esófago y estomago desarrollaban manchas gangrenosas rojas. Los vasos sanguíneos se hallaban llenos de sangre negra, la “duramadre” (el tejido que cubre al cerebro) se encontraba, como mencionó un médico, “tan seco como un pergamino”; entretanto, la corteza cerebral tenía “la consistencia de una masa de malvaviscos” (Andry, 1786: 41-42). Otros médicos notaron cómo las pupilas de los humanos rabiosos se dilataban a tal grado que podían descubrir “en la obscuridad los objetos más pequeños” (Portal, 1796: lx-lxi). Además, se les agudizaba el sentido del oído, incrementaba su fuerza muscular, y la hinchazón de la laringe les hacía aullar como perros o lobos. En una ocasión se necesitaron a “varios hombres fuertes” para contener a un niño rabioso, mientras que en otro caso, un hombre hidrofóbico logró romper las cuerdas que lo ataban a su lecho.

Video filmado hacia finales del siglo XIX (se desconoce la fecha exacta, pero ca. 1888) con fines de documentación y conocimiento médico sobre la rabia, tomando el caso de diversos habitantes de las altas serranías del Irán occidental que fueron infectados por la mordedura de un lobo. Tras ser sometidos a consulta con médicos locales, fueron llevados para diagnóstico y tratamiento a alguna clínica local del Instituto Pasteur, con sede central en París. Se filmó por iniciativa de los médicos tratantes, entre internistas de la Universidad de California y delegados iraníes del Instituto Pasteur. Si bien su propósito inicial era entender mejor la naturaleza y evolución de la enfermedad desde el punto de vista del material médico, se utilizó después con propósitos educativos y de conscientización acerca de la emergencia de la vacuna antirrábica para todos los poseedores de animales hospederos del virus (perros, gatos, así como la prevención hacia ratas o murciélagos). La revista reconoce lo delicado del material y recomienda discreción, pero pondera su alto valor divulgativo para una comprensión más cabal de lo descrito en el texto.

Traducción, edición y subtitulado a cargo de Alejandro S. Shuttera, responsable editorial de Senderos Filológicos

Tomado de http://YNC.com/rabies/html/. Se deduce que el video se remonta a la época incipiente del nacimiento del Instituto Pasteur, es decir, 1888, poco después de la aplicación exitosa en Francia de la primera vacuna antirrábica en 1885. Seguramente la terapéutica de la enfermedad se encontraba aún  -especialmente en otras latitudes- en proceso de estudio. Dominio público.

Retornando al caso de la mujer hidrofóbica en Puebla, la exposición dada por los facultativos novohispanos se alinea a la perfección con el cuadro clínico descrito por la medicina occidental. Es decir, los médicos de San Pedro, a la hora de diagnosticar y tratar a un paciente, priorizaban los conocimientos avalados por la medicina europea antes de considerar otras posibilidades. Esto en parte se debe a la validación otorgada por las diferentes instituciones médicas a dichos procedimientos. Por ejemplo, el 11 de marzo de 1783, el cruel método del doctor Le Roux fue galardonado por la Real Sociedad de Medicina de París por su supuesta gran efectividad. De la misma manera, en 1786 la Real Academia de Medicina de Madrid le dio el visto bueno cuando patrocinó a don Bartholome Piñera y Siles para traducir la obra al español. Aunque no se sabe cuándo fue importado el método a Nueva España, es muy probable que esto haya sido por medio de los nexos institucionales. Es posible inferir que la técnica del doctor Le Roux haya llegado al Virreinato gracias a los facultativos que salieron de España para trabajar en el relativamente nuevo Real Colegio de Cirugía de Nueva España; o, tal vez, entre los especialistas contratados por el padre Ignacio Doménech cuando éste –ayudado por el virrey Marqués de Branciforte– inició la renovación del Hospital de San Pedro.

Los facultativos novohispanos no fungían como simples receptores del conocimiento europeo, más bien, mediante la experimentación cotejaban estos hallazgos. De acuerdo con el padre Ignacio Antonio Doménech, al ver que el método del doctor Le Roux tan solo había terminado con las pocas fuerzas que le quedaban a la paciente, decidió escuchar el consejo de una vecina llamada doña María Josefa Dávila. Según la mujer, en el pueblo de Huamantla (en el actual estado de Tlaxcala) existían curanderos quienes, con la ayuda de una planta conocida como quauhizquiztli, habían logrado curar a un “indio y a un perro” de la temible enfermedad. Al escuchar esto, el padre Doménech en seguida despachó a dos mensajeros para recolectar especímenes de la “milagrosa” planta. Aunque el protector del hospital omitió la calidad de los curanderos, es posible inferir que eran de ascendencia indígena. Un ejemplo de esto es que, en el reporte, para referirse a la planta se prefiere utilizar la denominación en náhuatl en lugar de su versión en español –el de planta escobosa o planta de escobas– o, en su defecto, expresan la intención de bautizarla con un nuevo nombre según la taxonomía de Linneo.

Después de tres angustiosos días, el 27 de agosto, los mensajeros regresaron al hospital con unas muestras de la planta anti-hidrofóbica. Inmediatamente, el botánico don Antonio de la Cal y Bracho –miembro corresponsal del Real Jardín Botánico de Madrid– preparó una nueva pócima con el espécimen. A pesar de que los facultativos creían que “aun quando fuese mui activa la virtud de la planta, la Rabiosa estaba fuera del caso de poder experimentar sus efectos,” todos quedaron boquiabiertos al ver que después de ingerir la bebida, la mujer despertó de su letargo (Protomedicato: 2r). Según el reporte, a la hora de recobrar la conciencia, la mujer exclamo: “Bendito sea Dios, vengo del otro mundo que bevida es esa que me ha dado la vida, denme más” (2r). Al ver que las convulsiones cesaron y que ahora la paciente podía respirar e ingerir alimentos sin dificultad, los médicos estaban seguros de haberla curado. Desafortunadamente para todos, el júbilo fue breve: la mujer falleció dos días después de su supuesta recuperación.

Sin embargo, para los médicos y cirujanos de San Pedro, la muerte de la mujer no significaba que la planta no fuese curativa; todo era cuestión de encontrar la dosis adecuada. El 7 de septiembre de 1795, el destino (o, mejor dicho, la convivencia diaria entre humanos y perros) les otorgó a los facultativos una segunda oportunidad para experimentar con su nuevo hallazgo. Aquel día, el hospital recibió a un muchacho invidente quien había sido mordido en el tobillo izquierdo por un perro rabioso. Una vez más, el agonizante paciente fue alimentado con la misma pócima compuesta con quauhizquiztli. A pesar de que el muchacho falleció a los tres días, los facultativos mantuvieron su convicción en las cualidades curativas de la planta. Su evidencia se basaba en que, aun estando rabioso, el joven había sucumbido con “advertencia y quietud” (13v-14r).

Debido al potencial exhibido por la planta, el padre Ignacio Doménech buscó el patrocinio real del virrey Marqués de Branciforte para montar una expedición científica al pueblo de Huamantla, solicitándole que enviara al botánico Vicente Cervantes Mendo para auxiliarlos en esta noble empresa. La documentación demuestra que el propósito de la expedición era acumular suficiente información sobre el quauhizquiztli para posteriormente poder exportarlo al mercado médico europeo, o como lo estipuló el padre al momento de peticionar al virrey:

Tal vez querra Dios que auxiliando la bondad y piadoso corazón de V. E. uníos trabajos tan religiosos se descubra a la Europa y a todo el mundo un secreto que ha fatigado hasta ahora sin ventaja ninguna los primeros talentos que ha tenido la medicina, no bastando la promesa de los mayores premios a su feliz descubrimiento (4r).

Aunque no se sabe con certeza si se logró comercializar con la planta, es muy probable que su vida como materia médica haya sido efímera. En 1833, cuando Antonio de la Cal y Bracho –el botánico que originalmente experimento con el quauhizquiztli– publicó la primera farmacopea del México independiente (Ensayo para la materia medica mexicana), la llamada “planta milagrosa” no fue considerada digna de mención.

El caso de la mujer poblana y su perrita rabiosa ilustra uno de los muchos caminos mediante los cuales llegó a circular el conocimiento médico en la época moderna temprana. Para los médicos y cirujanos novohispanos, los procedimientos europeos representaban la principal fuente de conocimiento válido a la hora de tratar la rabia. No es una coincidencia que al momento de deliberar cómo salvar la vida de la paciente, los facultativos del hospital de San Pedro de Puebla hayan empezado con el método del doctor Le Roux, y sólo al ver que dichos procedimientos daban nulos frutos, optaron por experimentar con la herbolaria. La implementación del conocimiento indígena toma lugar en un especio de violencia –o al menos, “violencia intelectual”–. Mantienen al informante en el anonimato, negándole cualquier tipo de autoridad. La planta “escobosa” o quauhizquiztli sólo se vuelve un “descubrimiento” digno de bio-prospectar cuando es expuesto al método “científico”.

El caso de la mujer poblana y su perrita rabiosa ilustra uno de los muchos caminos mediante los cuales llegó a circular el conocimiento médico en la época moderna temprana. Para los médicos y cirujanos novohispanos, los procedimientos europeos representaban la principal fuente de conocimiento válido a la hora de tratar la rabia. No es una coincidencia que al momento de deliberar cómo salvar la vida de la paciente, los facultativos del hospital de San Pedro de Puebla hayan empezado con el método del doctor Le Roux, y sólo al ver que dichos procedimientos daban nulos frutos, optaron por experimentar con la herbolaria. La implementación del conocimiento indígena toma lugar en un especio de violencia –o al menos, “violencia intelectual”–: mantienen al informante en el anonimato, negándole cualquier tipo de autoridad. La planta “Escobosa” o quauhizquiztli sólo se vuelve un “descubrimiento” digno de bio-prospectar cuando es expuesto al método “científico”.


Referencias citadas

  • S. A., “Enfermedad y muerte de otro rabioso.” En Anales de Ciencias Naturales: Mes de enero de 1801”, vol. III. Madrid: D. Pedro Jilian Pereyra, Impresor de Cámara, 1801.
  • Andry, Nicolas, “Extracto de las memorias de Mr. Andy, intituladas ‘Indagaciones sobre la rabia’”, en Laurent Charles Pierre Le Roux, Disertación acerca de la rabia. Trad. Bartholome Piñera y Siles. Madrid: Imprenta de D. Josef Doblado, 1786.
  • Piñera y Siles, Bartholome. “Discurso del traductor”, en Laurent Charles Pierre Le Roux, Disertación acerca de la rabia. Trad. Bartholome Piñera y Siles. Madrid: Imprenta de D. Josef Doblado, 1786.
  • Portal, Antonio, Instrucción sobre el método de curar a los asfiticos por el mefitismo. Trad. Guillelmo Augusto Jaubert. Salamanca: Oficina de D. Francisco de Toxar, 1796.
  • Real Tribunal del Protomedicato, Sobre descubrir la virtud anti-hidrofóbica que asegura tiene la planta escobosa, 1796. Manuscrito. Ciudad de México: Biblioteca Nacional de Antropología e Historia (Colección Antigua).
  • Roux, Laurent Charles Pierre Le, Disertación acerca de la rabia. Trad. Bartholome Piñera y Siles. Madrid: Imprenta de D. Josef Doblado, 1786.
  • WHO Expert Consultation on Rabies: Second Report. Geneva: WHO Press, 2013.

Para saber más:

  • Cal y Bracho, Antonio de la, Ensayo para la Materia Medica Mexicana: Arreglado por una comisión nombrada por la Academia Médico-Quirúrgica de esta Capital, quien ha dispuesto se imprima por considerarlo util. México: Academia Médico-Quirúrgica, 1832.
  • Capdevila, Josef Antonio. Manual para el modo de tratar las heridas hechas por mordeduras de animales rabiosos. Barcelona: Francisco Suria y Burgada, Impresor Real, 1787.
  • Colombier, Jean. Instrucción para precaver la rabia, y curarla quando está confirmada. Trad. Felipe López Somoza. Madrid: Imprenta Real, 1786.
  • Davis, Benjamin M., Glenn F. Rall, and Matthias J. Schnell. “Everything You Always Wanted to Know About Rabies Virus (But Were Afraid to Ask)”. Annual Review of Virology, vol. 2, num. 1 (2015): 451-471.
  • Frances Causape, María del Carmen. “Una visión de Vicente Cervantes Mendo en la enseñanza de la botánica y de la farmacia”, en En el 250 aniversario del nacimiento de Vicente Cervantes (1758-1829) Relaciones científicas y culturales entre España y América durante la Ilustración. Madrid: Realigraf, S. A., 2009.
  • Hernández-Sáenz, Luz María, “Matters of Life and Death: The Hospital of San Pedro in Puebla, 1790-1802”, Bulletin of the History of Medicine, vol. 76, num. 4 (2002): 669-697.
  • Keesing, F., R. D. Holt, and R. S. Ostfeld. “Effects of Species Diversity on Disease Risk.” Ecology Letters 9, num. 4 (2006): 485-498.
  • Schiebinger, Londa. Plants and Empire: Colonial Bioprospecting in the Atlantic World. Cambridge: Harvard University Press, 2004.
  • Schiebinger, Londa. Secret Cures of Slaves: People, Plants, and Medicine in the Eighteenth-Century Atlantic World. Palo Alto: Stanford University Press, 2017.
  • Siena, Kevin. “Pliable Bodies: The Moral Biology of Health and Disease”, en A Cultural History of the Human Body, edited by Carole Reeves. New York: Berg, 2010.
  • WHO Expert Consultation on Rabies: Third Report. Geneva: WHO Press, 2018.

 

[1]Real Tribunal del Protomedicato, Sobre descubrir la virtud Anti-Hidrofóbica que asegura tiene la Planta Escobosa. (1796). [Manuscrito] Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, Antigua. Ciudad de México, 1r-4v. El presente trabajo se basa, principalmente, en el reporte escrito por el padre Ignacio Antonio Doménech y los facultativos del hospital de San Pedro de Puebla. Para evitar el uso excesivo de referencias sólo serán consignada cuando se cite directamente el manuscrito original.