Reconocido como uno de los más eminentes autores y fervientes promotores en el panorama actual de las letras y la cultura de este país, Fernando Curiel fue, ante todo, un apasionado lector de su presente histórico desde las trincheras de su vasto horizonte intelectual, concentrado en un campo por excelencia inter y trans-disciplinario como la Filología. Por aludir a Sartre, un escritor "comprometido" en toda la extensión de la palabra, a quien, como decía Terencio, y tantas veces repitió Miguel de Unamuno, "nada humano le fue ajeno", especialmente en torno a la realidad humanística nacional, tanto dentro de las aulas y los espacios universitarios como en los "afueras" de los inextricables laberintos de la sociedad mexicana.
Especialista en las letras mexicanas sobre todo de los siglos XIX y XX, fue también gran conocedor de la historia –disciplina en la cual se doctoró por la Universidad Nacional Autónoma de México– de este país, desde la Conquista pasando por el México independiente (entre otros campos culturales en los que abrevó conocimiento fundamental), pero nunca le atrajo un problema tan sensiblemente como el que tocaba a "lo actual", a sus escenarios de actualidad, en los que se mantuvo profundamente involucrado. En el ámbito de la investigación tuvo siempre como divisa acercar los beneficios de la cultura a tantos estratos de la población como fuera posible (para Curiel investigación/difusión-divulgación no representaban actividades distintas), lo que ejerció jamás en menoscabo del rigor académico con que producía obras de gran lucidez y sacaba otras tantas del olvido en que la literatura "oficial" las había relegado. Unos cuantos nombres de estos imprescindibles a los que dedicó parte de su actividad intelectual son Manuel Gutiérrez Nájera, José Juan Tablada, Martín Luis Guzmán, María Enriqueta Camarillo, Alfonso Reyes, Juan Carlos Onetti, entre muchos, muchos más, tanto nacionales como del mundo hispanoamericano, retratados en libros como: La querella de Martín Luis Guzmán (1993), Ateneo de la Juventud (A-Z) (2001), La Revuelta: interpretación del Ateneo de la Juventud (1906-1929) (1999), Ensayos de filología urbana (2016), la edición crítica de los Diarios de Alfonso Reyes dentro de las Obras completas del escritor regiomontano, y numerosos más en su larga y destacada trayectoria como investigador, que le merecieron premios como el Xavier Villaurrutia, premio José Revueltas, Premio Nacional de Biografía "José .C. Valadés", así como el Premio Universidad Nacional en el campo de Creación Artística y Difusión de la Cultura.
En el otro costado, ejerció la docencia por más de cuarenta años, formando a numerosas generaciones que recibieron todo cuanto tenía que ofrecer a manos llenas. El aplomo firme de sus convicciones, siempre lúcidas, a veces provocativas e irreverentes, de sabiduría punzante, le merecieron el reconocimiento de su apostolado académico como un maestro ejemplar, independiente y crítico, sui generis entre la comunidad magisterial universitaria... De esas figuras emblemáticas que poco solemos ver ya, a lo largo y ancho de los pasilllos.
Fernando Curiel, escritor e intelectual notabilísimo, dedicó su vida a la Universidad Nacional, que conjungó en él las tres funciones sustantivas a las que según su Ley Orgánica debe estar impelida: fue coordinador de Extensión Universitaria de 1985 a 1989, a la que transformó durante su gestión en la Coordinación de Difusión Cultural (vigente hasta la fecha). Más tarde fue director de su entidad de adscripción, el Instituto de Investigaciones Filológicas, en dos períodos consecutivos: 1993-1997 y 1997-2001. Y, si bien no funcionario, sus clases de Literatura mexicana en la Facultad de Filosofía y Letras se transformaron en casi una institución para sus asiduos estudiantes, que admiraban por un lado la agudeza e ingenio de su mentor y, por otro, el humor que entremezclaba siempre fragmentos de la "alta cultura" literaria con escenas y anécdotas de la vida cotidiana.
Querido y admirado, tanto por sus alumnos como por sus colegas y cotáneos, su partida abre una grieta en el corazón de la comunidad universitaria, en especial, del Instituto de Investigaciones Filológicas, al tiempo que representa un golpe durísimo para el sostenimiento de la figura del escritor-independiente, crítico, como nos lo muestran las relexiones que presentamos a continuación sobre las transformaciones "tecnocráticas" de la Universidad, tan reales como el subyugo globalizante y cada vez más virtualizado al que progresivamente se ha ido acercando la educación, la cultura, la vida...
Inolvidable permanecerá por largo, largo tiempo en nuestros corazones... con su sombrero perenne de ala media, su inefable cigarrillo que le acompañaba en sus amenísimas charlas, desde aquellos tiempos en que se permitía fumar en las aulas hasta el solaz con que lo disfrutaba durante sus meditaciones, ya fuera en la terraza del Centro de Estudios Literarios como en las afueras del Instituto de Investigaciones Filológicas, momentos en que, privilegiados, nos permitía captar un "fragmento" de su entrañable esencia...
Descanse En Paz en su lecho eterno el Maestro Fernando Curiel Defossé, a quien dedicamos lo que resta de estas páginas.
† Fernando Curiel Defossé
Instituto de Investigaciones Filológicas
Universidad Nacional Autónoma de México
Estamos hechos de exterioridades: títulos, evaluaciones, dictámenes, reconocimientos y estímulos; producimos –deberíamos– conocimiento al servicio de la sociedad. Se es bachiller, luego licenciado, luego maestro, luego doctor, ahora cada vez más post-doctor. La movilidad entre las Humanidades, lugar de las Ciencias Sociales, y las ciencias propiamente dichas, o dentro de las disciplinas humanísticas y científicas –tendencia de la inter y la transdisciplina–, o la pretensión de algunas ciencias sociales de “cientificidad”, no alteran la esencia. Nos construyen certificaciones. Becario, Técnico académico y sus niveles, Investigador y sus niveles, Profesor y sus niveles. Y, pasado el tiempo, Decanatos, Emeritazgos. Somos los juicios y miradas de otros. Culminación: el Citation Index. El juicio ya no sólo local sino internacional (y las instituciones mismas sometidas a “ranqueo”). Lo que no inhibe, sólo facilita o problematiza la apuesta íntima pareja a la vocacional: lograr un nombre, obtener prestigio, capital simbólico. Si en algún lugar prospera aún la vara de la Meritocracia, es en las Universidades.
En la Educación Superior –la UNAM categórico ejemplo–, además, se impone una multiplicidad, sometida tanto a la evaluación como a la opinión de pares, que, sin tremendismo, sino realismo, llamo esquizofrénica. Investigador, profesor, difusor, alumno de tiempo completo –severo es el indicador “actualización”–, miembro de comisiones de todo tipo y órganos colegiados de gobierno, representante, directivo. No sorprende el señoreo de la ansiedad y el estrés entre los miembros de las comunidades.
Pero lo anterior no agota el panorama. En la tradición conventual, las universidades se levantan en lugares de apartamiento mundano. Repárese en que si el edificio de la Real y Pontificia Universidad de México, en obsequio de la lógica conquistadora de concentración espacial del poder, queda cerca de Palacio, Catedral y Cabildo, por el contrario, territorialmente Ciudad Universitaria se instala en las “afueras”. Lo que contribuyó a la prohibición familiar –entre familias de clase media, patriarcales, todavía en el credo de división existencial de sexos, varones proveedores y mujeres amas de casa– de estudios universitarios femeninos. Pero CU jalará la urbe al Sur.
Con el crecimiento irrefrenable de las ciudades, y su contrapunto de densificación, los campi se insertan de lleno en la realidad citadina. Suyos son los problemas, las solicitudes y las tentaciones de los ciudadanos comunes. Se disuelve la línea divisoria, tan conceptual (refugio del saber) como real (extraterritorialidad): intramuros y extramuros. Y se dibuja cada vez más la política, la de la propia Universidad, la de la Ciudad, la del País, y a partir de los 70’s, en la UNAM, la del Sindicato: 1928-1929, 1944, 1968, 1973, 1985, 1999…
Por si no bastara el repertorio de variopintas tareas ordinarias, efecto post-68, el homo academicus salta al ágora como Catón de la cosa pública (y así fue con la única Familia Política de entonces: la Revolucionaria). Rius por escrito. A esta “nueva” figura la reclaman los periódicos, la radio, la televisión, los organismos autónomos que proliferan como setas (con ese no con zeta), las casas editoras con “línea” ideológica, los partidos políticos, las facciones del poder cultural en enconada pugna. El académico sienta doctrina fuera del aula o del cubículo. Se hace consejero electoral, fiscalizador, funcionario, comentarista de radio y televisión, editorialista.
Y en el camino, estalla la revolución del ciber-espacio, en manos no de los Estados o las Corporaciones, sino de los ciudadanos (¡si se abrieran los libros con la asiduidad con que se examina el i-Pad!). El exclusivo saber universitario se democratiza, el i-Book aspira a derrumbar bibliotecas. Y aun así en México no aumentan los índices de lectura (mas sí los de pobreza y desigualdad). Por supuesto nada bueno se puede decir del sistema de representación política. ¿Misma situación del sistema de representación intelectual?
La ola expansiva que sacó al académico de sus cotos (no dice “madrigueras”) se contrae, sin embargo, a ojos vistas. ¿No estará sonando la hora de volver la mirada al campus, al “estado del arte” en Humanidades y Ciencias, a sus métodos de enseñanza, a la “tercera función”?[2] ¿A sus formas de gobierno y a la poco explorada cotidianidad? ¿Al cumplimento o incumplimiento de la atención a las “condiciones y problemas nacionales”? Me temo que sí.
Si está usted interesado en ahondar más en el tema me permito recomendarle, del sagaz Bourdieu, Pierre, Homo academicus (2009).
[1]El texto que presentamos a continuación fue remitido por él a nuestra Redacción a inicios de 2017, cuando preparábamos el nacimiento del primer número de la Revista; sin embargo, maquetado para su publicación un poco más tarde, nos percatamos que había aparecido ya en el número correspondiente al 17 de enero de 2017 en la sección cultural de Milenio Diario, seguramente a causa de la celeridad que caracteriza –y debe caracterizar– a los escritos "de coyuntura", que muchas veces no pueden esperar los tiempos tradicionales del proceso editorial de una revista, aun siendo en este caso de divulgación. De ahí que decidiéramos retirarlo, en virtud del principio de "originalidad" y "absoluta novedad" que priva –muchas veces irreflexivamente– en el ámbito de las publicaciones, especialmente las periódicas. Sin embargo, las razones de antelación del envío, pero ante todo, la consigna de someter al asedio nuevamente una pequeña muestra de lo que fue, del carácter férreo, lúcido, intenso, a menudo polémico, de los escritos del doctor Fernando Curiel, nos anima a "intentar imaginar" o seguir con él esa "conversación infinita", como diría Maurice Blanchot, tanto a nivel textual –al presentarlo completo, con su correspondiente proceso editorial– como audiovisual, que esperamos, valga también como un modesto homenaje a quien fue una figura relevantísima de nuestras letras mexicanas actuales, emblema y símbolo de una generación.
[2] Por "tercera función" se refiere a la Difusión de la Cultura, junto a la Enseñanza y la Investigación, una de las tres misiones sustantivas de la Universidad Nacional Autónoma de México de acuerdo con su Ley Orgánica.
Una pequeña muestra del Maestro Curiel hablando de uno de los temas que alimentaron gran parte del concepto general de esta revista ¡Te invitamos a escucharlo de viva voz!:
Voz de Fernando Curiel hablando sobre sus 'últimas' incursiones en lo que denominó 'Filología urbana'
Derechos de reproducción pertenecientes al Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México.
El escritor, con su característico sombrero
Fotografía de autoría anónima tomada en la entrada al Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México.